Octava novela de los Episodios Nacionales.
Gabriel llega a Cádiz a principios de 1810. Allí, el 24 de septiembre, tiene lugar la primera sesión de las Cortes, a la que solo pudieron acudir 102 diputados. Antes, presencia la agitación de la ciudad con ese motivo: «Nobleza, pueblo, comercio, milicia, hombres, mujeres, talento, riqueza, juventud, hermosura, todo, con contadas excepciones, concurrió al gran acto, los más por entusiasmo verdadero, algunos por curiosidad, otros porque habían oído hablar de las Cortes y querían saber lo que eran». Él mismo estará presente: «Señores oyentes o lectores, estas orejas mías oyeron el primer discurso que se pronunció en asambleas españolas en el siglo XIX. (…) La atención era profunda, y jamás voz alguna fue oída con más respeto. (…) El discurso no fue largo, pero sí sentencioso, elocuente y erudito. En un cuarto de hora Muñoz Torrero había lanzado a la faz de la nación el programa del nuevo gobierno, y la esencia de las nuevas ideas. Cuando la última palabra expiró en sus labios, y se sentó recibiendo las felicitaciones y los aplausos de las tribunas, el siglo décimo octavo había concluido. El reloj de la historia señaló con campanada, no por todos oída, su última hora, y realizose en España una de las principales dobleces del tiempo». Más adelante recordará que «los discursos de aquel día memorable dejaron indeleble impresión en el ánimo de cuantos los escucharon. ¿Quién podría olvidarlos? Aún hoy, después que he visto pasar por la tribuna tantos y tan admirables hombres, me parece que los de aquel día fueron los más elocuentes, los más sublimes, los más severos, los más superiores entre todos los que han fatigado con sus palabras la atención de la madre España. ¡Qué claridad la de aquel día! ¡Qué oscuridades después, dentro y fuera de aquel mismo recinto!…»
En ese ambiente, Gabriel entra en contacto estrecho con la familia Rumblar, en cuyos salones oye comentarios sobre los acontecimientos, tiene ocasión de conocer mejor a las hijas de la condesa y hermanas de don Diego, y sobre todo también de tratar más a Inés. Conoce a un atractivo joven inglés, lord Gray, muy seguro de sí mismo: «Uno de los principales martirios de mi vida, el mayor quizás, es la vana aquiescencia con que se doblegan ante mí todas las personas que trato», le dice. La relación que Gabriel tendrá con él pasará por distintas etapas: al principio piensa que está cortejando a Inés y luego verá que a quien pretende es a una de las hijas de la condesa, aprenderá esgrima con él y finalmente se batirán en duelo. Es un personaje característico el de la condesa de Rumblar, una mujer de clase alta, ridículamente celosa del honor que cree tener y que piensa que se le debe por su posición social, moralmente rígida en la forma en que educa a sus hijas pero indulgente al máximo respecto a su hijo: refiriéndose a él dirá que «a cada cual se le debe educar según su destino. En posiciones elevadísimas no puede sostenerse todo el rigor de los principios».
Un rasgo que se puede destacar de la novela, como de otras, es la viveza que tienen las descripciones, en este caso de algunos ambientes miserables. Así, dirá el narrador que «en Cádiz no han abundado tanto como en otros lugares los mendigos haraposos y medio desnudos, esos escuadrones de gente llagada, sarnosa e inválida que aún hoy nos sale al encuentro en ciudades de Aragón y Castilla. Pueblo comercial de gran riqueza y cultura, Cádiz carecía de esa lastimosa hez; pero en aquellos tiempos de guerra muchos pedigüeños que pululaban en los caminos de Andalucía, refugiáronse en la improvisada corte». Lord Grey, en un desahogo retórico que demuestra un notable conocimiento de la literatura española, se despide de toda esa gente que trató —«mendigos, aventureros, devotos, que vestís con harapos el cuerpo y con púrpura y oro la fantasía»— y se pregunta: «¿Es esta una masa podrida que no sirve ya para nada? ¿Debéis desaparecer para siempre, dejando el puesto a otra cosa mejor, o sois capaces de echar fuera la levadura picaresca, oh nobles descendientes de Guzmán de Alfarache?… Adiós, Sr. Monipodio, Celestina, Garduña, Justina, Estebanillo, Lázaro, adiós».
La novela terminará terminará con la noticia de que, pocos días antes, el 16 de mayo de 1811, había tenido lugar la sangrienta batalla de La Albuera, en Extremadura, entre las fuerzas francesas y las formadas por tropas españolas, inglesas y portuguesas.
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