El mensajero del futuro

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Cuando leí La carretera busqué un relato post-nuclear del que me habían hablado bien tiempo atrás: El mensajero del futuro, de David Brin. Es una larga historia, que fue considerada una de las mejores novelas de ciencia-ficción de los ochenta, y que está protagonizada por un tipo que vaga en solitario por Oregón y acaba liderando una especie de nuevo renacer. Leída hoy no tiene mucha pegada, pues ni el protagonista ni el argumento son muy consistentes, pero también porque se alarga demasiado. Al margen, es otro ejemplo de cómo las novelas largas de ciencia-ficción se quedan antiguas pronto pues lo que se cuenta tiene lugar en torno al 2009…

En cualquier caso, la comparación entre la obra de McCarthy y la de Brin es una confirmación más de que, como dijo Chesterton, «la literatura y la ficción son dos cosas completamente diferentes. La literatura es un lujo, la ficción una necesidad. Una obra de arte nunca es demasiado corta, pues su mérito radica en el clímax. Una historia nunca es demasiado larga, pues su conclusión es siempre algo lamentable, como el último penique o la última cerilla. Por eso, mientras el desarrollo de la conciencia artística tiende, en las obras más ambiciosas, a la brevedad y el impresionismo, las obras voluminosas son la marca de fábrica del creador de las auténticas naderías románticas».

David Brin. Mensajero del futuro (The Postman, 1985). Barcelona: Ediciones B, 1998; 379 pp.; col. Nova; trad. de Francisco Jiménez Ardana; ISBN: 84-406-7996-3.
G. K. Chesterton. «En defensa de la novela de quiosco», Correr tras el propio sombrero (On Lying in Bed and Other Essays). Barcelona: El Acantilado, 2005; 628 pp.; selección y prólogo de Alberto Manguel; trad. de Miguel Temprano García; ISBN: 84-96489-27-2. El artículo original está en
The Defendant.

 

7 diciembre, 2007
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