Havel. Una vida, una biografía de Václav Havel escrita por Michael Žantovský, su amigo y jefe de prensa durante unos años, sigue ordenadamente su vida, habla de sus años de infancia y formación, de su dedicación al teatro desde muy joven, de su actividad como disidente y de cómo llegó a descubrir, entonces, «que vivía en un sistema que no solo no funcionaba, sino que no podía funcionar», de su participación en los acontecimientos que le condujeron a liderar la Revolución de Terciopelo, en 1989, y de su vida política posterior. El autor se detiene también a explicar la actividad de Havel como dramaturgo y escritor y no deja de contar los incidentes de su ajetreada vida personal. Además, da los pormenores de las discusiones y rivalidades políticas que tuvieron lugar durante su etapa como presidente.
Esta buena reseña indica que, para comprender mejor las cosas, es útil conocer un poco la literatura y la cultura checa, y señala que Václav Havel sigue siendo un modelo para todos aquellos que no quieren reducir la política a la mera ideología. En ella también se menciona cómo el apoyo de Havel, siendo ya presidente de su país, a las intervenciones militares en Kosovo e Irak contribuyeron, seguramente, a que no le concedieran el Nobel de la Paz. Havel, un hombre marcado por la miopía del pacifismo europeo que abrió las puertas a la Segunda Guerra Mundial, pensaba que «no se deben hacer concesiones a la maldad, aunque no esté dirigida directamente contra nosotros» y que, por tanto, la violencia es «un mal inevitable en circunstancias extremas».
Queda claro que Havel fue una figura única: su modo de ser cortés y modesto, los acontecimientos que vivió y la persecución que sufrió, junto con «su capacidad de entretejer hilos de su obra teatral, crítica y ensayística para crear algo parecido a una filosofía coherente», le llevaron a tener un estilo político propio en el que siempre huyó de la tentación de sentirse moralmente superior, «tan frecuente en todo tipo de movimientos revolucionarios». Precisamente por esto último, y por todo lo que nos cuenta la biografía, parece más bien incorrecto explicar la singularidad de Havel, y las diferencias de opinión acerca de él que se dan entre quienes lo trataron, diciendo que «es un hecho trivial típico de la mayoría de las personas excepcionales: no cantan la misma partitura que los demás, ni obedecen a las mismas normas. Por consiguiente, cualquier relación personal y emocional con ellas es asimétrica por definición».
Que las normas morales o son iguales para todos o no son tales normas, y que Havel también lo entendía así, queda claro si pensamos en que, afirma su biógrafo, era una persona que dudaba siempre de sí mismo y de sus propios móviles, era una persona que «no tenía, ni jamás desarrolló siquiera, un concepto del Enemigo. A lo largo de las décadas de su crítica contra el régimen comunista, Havel siempre se esforzó por plantearla en forma de diálogo, en el que se tomaba muchas molestias para intentar comprender, en vez de demonizar los móviles de sus interlocutores, y, a ser posible, siempre intentaba concederles el beneficio de la duda». Esto, por un lado, le causó problemas en su actuación como presidente, pues fue acusado de blandura; por otro, sin embargo, evitó represalias sangrientas y humillaciones públicas como se dieron en otros países que se salieron de la órbita comunista.
Michael Žantovský. Havel. Una vida (Havel. A Life, 2014). Madrid: Galaxia Gutenberg, 2016; 798 pp.; col. Biografías y memorias; trad. de Alejandro Pradera Sánchez; ISBN: 978-8416734221. [Vista del libro en amazon.es]