Una segunda consideración sobre la lectura y los lectores de María Elena Walsh en Fantasmas en el parque:
«El lector se arrodilla como el arqueólogo, trepa escaleras como el restaurador, fortalece músculos con el diccionario de María Moliner, huronea de tomo en tomo. Lee de pie y escarba en las librerías, sufriendo la melancólica anemia de su bolsillo, el despiste de los libreros y la necesidad del ángel que lo aliente para desmalezar la selva de libros chatarra. Lo creíamos sedentario y en realidad es un atleta, comparado con los prójimos que sortean estas gimnasias y se solidifican en ángulo recto frente a las pantallas. El lector es feliz de ser contemporáneo de una abundancia de libros única en la historia: las cifras y la exhibición a menudo groseras abruman, pero del exceso nace la posibilidad y de esa variedad nace el gusto formado a fuerza de errores y descubrimientos. Envidia a los fanáticos del fútbol porque pueden trenzarse en argumentos con cualquier vecino, porque todos comparten ídolos del mismo dogma y un código enciclopédico de conocimientos específicos. Al lector le cuesta cada vez más encontrar interlocutores, interlectores».
María Elena Walsh. Fantasmas en el parque (2000). Madrid: Alfaguara, 2019; 235 pp.; ASIN: B07WX3V5S9. [Vista del libro en amazon.es]