He puesto datos de nuevas ediciones de Ladrones del foro y de Stuart Little.
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En «¿Por qué dar vida a un mortal? Ser progenitores en el fin del mundo», el ensayo que da título al libro, después de hablar de que, «cuanto más se reconduce la dignidad de la vida a la decisión individual, más disminuye la posibilidad de que haya vivientes, porque recibir la vida es algo anterior a cualquier posibilidad de elegir», Fabrice Hadjadj hace un agudo comentario a novela de Cormac McCarthy La carretera (que ojalá hubiera leído antes para incluirlo en El secreto de la belleza…):
«Cuando parece que la noche triunfa es cuando un resplandor muy pequeño se presenta como embajador de toda la luz. Entonces comprendemos que el simple hecho de dar la vida contiene en sí una confianza en la vida eterna que no se apoya en el plano psicológico, sino que es consustancial a la misma vida, a esa que procede del Viviente y vuelve al Viviente. Porque es evidente que nuestro sexo nos empuja naturalmente hacia el otro sexo y que naturalmente esa unión se abre a la procreación, como el encuentro de la llave con el cerrojo, que abre la puerta a una casa desconocida. Y al mismo tiempo esta realidad tan elemental y espontánea para los animales sólo encuentra justificación para nosotros a través de la meditación más metafísica. Un salmo enuncia claramente este misterio: “Mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo” (Sal 84, 3). Una gran novela de estos últimos tiempos, La carretera, de Cormac McCarthy, explora con fuerza este misterio. Hay que recordar que “Camino” es uno de los nombres de Cristo y es también una buena traducción de la palabra hebrea Torah. Un padre y un hijo caminan hacia el océano en un mundo destruido donde, para no volverse caníbales, es necesario nutrirse con las últimas latas de conserva que se han salvado de la catástrofe. Cuándo nació el niño, poco después del cataclismo que ha destruido la tierra, la madre se había suicidado: ¿Para qué seguir si no hay nada? ¿Para qué vivir, si va a ver morir a su hijo? Pero el padre sigue, de forma absurda y obstinada, con una fuerza que no viene tanto de sí mismo cuánto del rostro del hijo, de su absoluta vulnerabilidad. ¿Por qué sigue adelante? ¿Es como un nuevo Abraham, que espera contra toda esperanza (Rm 4, 18)? En realidad, no alberga ninguna esperanza, pero cada paso que da con su hijo es signo de una esperanza que no es ante todo suya, sino de esa vida promovida y dada por medio de él»
Fabrice Hadjadj. Por qué dar vida a un mortal y otras lecciones (Perché dare la vita a un mortale). Madrid: Rialp, 2020; 222 pp.; trad. de Elena Álvarez; ISBN: 978-8432153051. [Vista del libro en amazon.es]
Por qué dar vida a un mortal y otras lecciones contiene diez conferencias de Fabrice Hadjadj sobre cuestiones de actualidad, la más antigua de 2014 y las últimas de 2019. Por ejemplo: «Progreso: ¿un mito para el desarrollo?», «Lo que la pornografía nos oculta», «¿Qué es el suicidio?»… Aunque, en lo que he leído del autor prefiero textos cortos, como los de Últimas noticias del hombre (y de la mujer), de cualquiera de sus libros, y también de este, acabo la lectura con bastantes notas. Hoy pongo aquí dos y mañana mencionaré un comentario que hace a la novela La carretera.
En «Crisis y Cultura. Reflexiones sobre el espíritu de la materia» (2014), comenta que ya decía Cicerón que, para que haya cultura, no basta sembrar sino que también hay que disponer la tierra, pues el mejor grano no puede crecer en un campo árido, una consideración que aparece también en la parábola evangélica del sembrador. Por eso, continúa, «el llamado “mundo de la cultura” es lo contrario de la verdadera cultura, porque esta no se completa en la acumulación de obras de arte y de tardes mundanas, sino en el despliegue de la naturaleza humana, en el cuidado del alma, en la preocupación por las personas para que crezcan y den fruto. Está a la vista de todos que el “mundo de la cultura” moderno se encuentra exactamente en las antípodas de este cuidado: es una diversión inmensa, una fuga ante el duro trabajo de cultivarse. La cultura entraña la necesidad de remover la tierra de nuestro espíritu, arrancarle las malas hierbas, quitar la madera muerta, limpiar, podar y orientar las ramas hacia una mejor recepción de la luz solar, cortar implacablemente los brotes de flores en el árbol joven, para priorizar los brotes del tronco, y cortar los brotes de madera del viejo árbol para priorizar los brotes de la flor».
En «¿Qué aporta al hombre moderno el mensaje cristiano de la caridad?» (2016), el autor comenta las ideas de un ensayo de Josef Pieper titulado Sobre el amor: «Decir “te amo” es ante todo decir: “¡Es bonito que tú seas! ¡Qué maravilla que tú existas!”, y sólo después quiere decir: “Te quiero”. El amor a una persona es ante todo la repetición de la palabra creadora del Creador: “¡Que sea!”. He aquí por qué el amor acoge lo dado de la Creación antes de querer mejorarlo. De otro modo se traiciona a sí mismo y las mejores voluntades se marchitan en un activismo deletéreo. Pero si amar a alguien es en primer lugar repetir la palabra del Creador, entonces en el amor toda la creación vuelve encontrar su justificación, desde el Big Bang hasta nuestros días. Cuando aparece Beatriz, Dante canta: “Me olvidaba de todos mis enemigos”. Siguiendo al poeta, Josef Pieper observa que el amor de un solo ser hace nacer la certeza moral de la bondad universal de todos los seres en cuanto creados, y abre a una verdadera fecundidad en el ser. El amor a Beatriz es el mismo amor que “mueve el sol y las demás estrellas”. No se reduce a un sentimiento psicológico, posee una extensión cósmica que, a partir de la celebración de un ser singular, se desborda en la singularidad de cualquier otro ser según una universalidad concreta y no abstracta, porque para poder amar a Beatriz es necesario que exista la tierra, que existan el sol, y las plantas, y los animales, y todas las generaciones hasta el instante del encuentro».
Fabrice Hadjadj. Por qué dar vida a un mortal y otras lecciones (Perché dare la vita a un mortale). Madrid: Rialp, 2020; 222 pp.; trad. de Elena Álvarez; ISBN: 978-8432153051. [Vista del libro en amazon.es]