El regreso del hijo pródigo. Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, de Henry J. M. Nouwen, cayó en mis manos hace unos quince años, poco después de leer Los ojos de Rembrandt y de ver Solaris de Tarkovski. Supongo que ambas cosas influyeron en el gran impacto que me causó. En cualquier caso pienso que su valor está mucho más allá de mis preferencias personales y por eso lo pongo aquí.
Al principio se dice que el libro tiene tres protagonistas: «un cuadro del siglo XVII y su autor, una parábola del siglo I y su autor, y un hombre del siglo XX en busca del significado de la vida». Es decir: Rembrandt y su cuadro El regreso del hijo pródigo; Jesucristo y la parábola en la que se basa el cuadro; y el autor, un sacerdote y profesor en universidades norteamericanas.
En el prólogo hay una explicación de la génesis del libro: poco antes de trasladarse a vivir a El Arca, Daybreak, Toronto, una institución que cuida enfermos mentales, en 1983, al autor le impactó mucho una representación que vio del cuadro de Rembrandt titulado El regreso del hijo pródigo y, a partir de ahí, se iniciaron sus reflexiones, algunas muy personales, acerca de lo que cuentan la parábola y el cuadro.
En tres partes, tituladas «El hijo menor», «El hijo mayor», y «El padre», se van comentando aspectos concretos del cuadro de Rembrandt, las relaciones del cuadro con la vida del pintor, y las consecuencias que saca el autor para su propia vida, pues se ve a sí mismo como hijo pródigo y como hijo resentido, y se ve también llamado a ser Padre. De hecho, su capítulo de conclusión se titula «Convertirse en el Padre», algo que en su caso también tiene que ver con su trabajo en El Arca.
La enorme difusión del libro revela que su autor ha sabido tocar las fibras más profundas de muchas personas, como a lo largo de la historia lo ha hecho la parábola en la que se inspira. El juego de espejos que propone resulta muy luminoso: el autor se reconoce a sí mismo e induce al lector a verse también como un hijo pródigo, que necesita siempre aprender a regresar; como un hijo mayor dolido, cuyo extravío puede ser «tan difícil de reconocer precisamente porque está estrechamente ligado al deseo de ser bueno y virtuoso»; como un padre que perdona de modo incondicional y practica una misericordia que no hace comparaciones y que «surge de un corazón que no reclama nada para sí, de un corazón que está completamente vacío de egoísmo».
El comentario detallado del cuadro de Rembrandt, igual que las observaciones acerca de las vicisitudes de su vida, responde a lo que los historiadores han dicho acerca de él. Pero el poderío del libro de Nouween está en sus comentarios de tipo espiritual, formulados de modo animante y sugerente para lectores cristianos, evidentemente, pero también para muchos otros. Como éstos:
—«Dios no me pide que siga siendo un niño, sino que llegue a serlo. Convertirse en niño significa vivir de acuerdo con una segunda inocencia: no la inocencia del recién nacido, sino la inocencia que se consigue haciendo opciones conscientes».
—«Antes pensaba que la gratitud era una respuesta espontánea a los dones recibidos, pero ahora me he dado cuenta de que también puede vivirse como una disciplina. (…) La gratitud como disciplina implica una elección consciente. Puedo elegir ser agradecido aún incluso cuando mis emociones y sentimientos están impregnados de dolor y resentimiento. Es sorprendente la cantidad de veces que puedo optar por la gratitud en vez de por la queja y el lamento. Puedo elegir ser agradecido cuando me critican, aunque mi corazón responda con amargura. Puedo optar por hablar de la bondad y la belleza, aunque mi ojo interno siga buscando a alguien para acusarle de algo feo. Puedo elegir escuchar las voces que perdonan y mirar los rostros que sonríen, aún cuando siga oyendo voces de venganza y vea muecas de odio».
—«La paternidad espiritual es una paternidad de misericordia. Y para comprenderlo en profundidad, tengo que seguir mirando cómo abraza el padre a su hijo. Continuamente me encuentro luchando para conseguir poder a pesar de mis mejores intenciones. Cuando doy algún consejo, quiero saber si se ha seguido; cuando ofrezco mi ayuda, quiero que me den las gracias; cuando presto dinero, quiero que se utilice a mi manera; cuando hago algo bien, quiero que se me recuerde. (…) En esta paternidad espiritual hay un terrible vacío. No hay poder, ni éxito, ni fama, ni satisfacción fácil. Pero ese mismo vacío es el lugar de la verdadera libertad. Es el lugar donde “no hay nada que perder”, donde el amor no tiene ligaduras y donde puede encontrarse la verdadera fuerza espiritual».
Henri J. M. Nouwen. El regreso del hijo pródigo . Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt (The Return of the Prodigal Son, 1992). Madrid: PPC, 1998, 22ª ed.; col. Sauce; trad. de Isabel García de Alzuru; ISBN: 978–8428811514.