Madrid: Ciudadela, 2007; ISBN (10): 84-96836-13-4.
Está formada por las novelas: A sangre y fuego, El diluvio, Un héroe polaco.
Escritor polaco. 1846-1916. Nació en Wola Okrzeja, un pueblo al este de Polonia, entonces bajo dominio ruso. Fue periodista y, pronto, novelista. Le dieron fama varias novelas ambientadas en el pasado de Polonia. Su obra de más éxito internacional fue Quo vadis?, inspirada en una leyenda que dio origen a una capilla romana y escrita en clave nacionalista. Premio Nobel 1905. Murió en Vevey, Suiza.
Está formada por las novelas: A sangre y fuego, El diluvio, Un héroe polaco.
1647, reino que forman Polonia y Lituania. Casi toda la novela se desarrolla en el sur de lo que hoy son Ucrania, Lituania y Polonia. El núcleo histórico es la rebelión del jefe cosaco Mielniski, que reúne un numeroso ejército y se alía con los tártaros, combatida por las tropas del príncipe Jeremías Visnovieski. El hilo narrativo es el amor del oficial polaco Juan Kretuski por la joven Elena, que también es pretendida por Bohum, uno de los atamanes o caudillos cosacos que combaten con Mielniski. Junto con Kretuski, desempeñan un papel central sus amigos, el también oficial Miguel Volodiovski, un fantástico espadachín, y Zagloba, un bocazas pillo.
1652. La acción esta vez tiene lugar, sobre todo, al norte y al oeste de Lituania y Polonia. Es el momento en que, contra la ocupación de Polonia por parte del rey Carlos de Suecia con la colaboración de algunos gobernantes, se levanta una buena parte de la nobleza polaca. El hilo de la historia es el amor de Andrés Kmita, un valiente pero alocado noble que deberá redimirse de su pasado, por Alexandra Billevich, que también tendrá un indigno pretendiente en el príncipe Bogislao Radznivil. Reaparecen muchos personajes de la primera novela y ocupan un papel central de nuevo Miguel Volodiovski y Zagloba.
1670, cuando Miguel Volodiovski tiene cuarenta y dos años. Zagloba enreda para que acabe casándose con la joven e intrépida Basia. Luego, con ambos ya casados e instalados en los territorios fronterizos entre Ucrania y el imperio otomano, primero deberán hacer frente a las intrigas de un tártaro de Lituania que sirve a las órdenes de Volodiovski y luego deberán defender heroicamente Zamieniec del asedio de los turcos.
Año 64, reinado de Nerón. Amores de Marco Vinicio con Ligia, una joven convertida al cristianismo y de origen ligio, pueblo germano del que proceden los polacos. Al final se narra una vívida descripción del incendio de Roma y la posterior persecución de los cristianos.
Egipto, 1885. Revuelta encabezada por el Mahdi, un sujeto que se autoproclama un enviado de Mahoma contra la dominación inglesa. Stas y Nel, un chico polaco y una niña inglesa, hijos de ingenieros que trabajan en la construcción del canal de Suez, son raptados por los seguidores del Mahdi, pero logran huir.
La trilogía polaca, la obra con la que Sienkiewicz alcanza la fama, merece la pena ser leída por lo que tiene de gran panorama de una época convulsa y de unos ambientes que para muchos son desconocidos. Otro motivo es por lo que revela, tanto de las mentalidades de la época que se describe como de la del autor. Otro más es su potencia novelesca: lo que se cuenta tiene fuerza, el pulso narrativo es excelente, los personajes resultan atractivos, las descripciones tienen calidad.
Aunque sin duda predomina lo inventado, el autor se atiene a lo conocido en los hechos históricos básicos y en las descripciones ambientales. A la vez, la narración respira el romanticismo y nacionalismo exacerbados de Sienkiewicz y de su época: se podría decir que del mismo modo que lo hace la saga de Alatriste, estas novelas reflejan sin ambages la crueldad de las guerras y dejan de manifiesto cómo la mentalidad de los escritores y de sus épocas imprime su sello en lo que cuentan, romántico y nacionalista uno, cínico y desencantado el otro.
La edición es buena pero, a pesar de la excelente introducción, que sitúa mínimamente al lector, no hubieran venido mal un índice onomástico y una cronología más detallada. Del mismo modo, y dado que gran parte de la novela se va en acciones militares, unos mapas más detallados habrían estado bien. También, una revisión algo más cuidadosa hubiera evitado la mayoría de las erratas.
Quo vadis? es una novela que, sin ser histórica, está bien documentada y sigue la línea de relatos de la misma época como Los últimos días de Pompeya, Fabiola o Ben Hur. El autor busca escribir una obra de propaganda cristiana y para ello contrapone la fuerza espiritual del cristianismo con la degradación del imperio romano. Tiene aciertos notables, como el personaje de Petronio, un hombre cuya única guía es un cierto sentido estético: de él afirma Séneca, en la novela, que «tratar de demostrarle que ha cometido una mala acción es perder el tiempo: hace mucho que carece de la noción del bien y del mal. Pruébale que su acto es del peor gusto, tal vez se sienta avergonzado»; sin embargo, cuando visita la casa de Aulo Plaucio, percibe que «la risa suena aquí de modo muy distinto a como suena en mi casa».
Pero el énfasis excesivo en su presentación de «lo sobrenatural» dan la razón a quienes califican Quo vadis? de «falsa obra maestra». Sirva como ejemplo el momento posterior al bautismo de Marco Vinicio por el apóstol Pedro, cuando nos indica el narrador que «todos se entregaron al éxtasis religioso. Para ellos, la choza resplandeció con un claridad milagrosa; oyeron músicas del cielo, las rocas de la caverna se abrieron por encima de sus cabezas; del cielo descendió hacia ellos un vuelo de ángeles, y allá arriba, en el espacio, vieron una cruz y dos manos traspasadas que bendecían». A pesar de todo, Sienkiewicz logra que no decaiga el interés en ningún momento.
Es menos artificial A través del desierto y de la selva, novela cronológicamente lineal, en la que Sienkiewicz alterna los momentos de tensión con los de alivio. Los protagonistas entablan amistad con animales y van dejando pistas para que puedan ser seguidos, a la vez que les van ocurriendo incidentes típicos: tempestad de arena en el desierto, ataque del león, fiebres, amistad con indígenas nobles y fieles, encuentro con salvajes no tan nobles ni tan fieles… Igual que otros autores de la época, Sienkiewicz tiene un ramalazo imperialista que aflora en las ocasiones en que Stas «se sentía humillado en su orgullo de hombre blanco». Habrá quienes juzguen como un lastre la ambientación algo prolija de cada anécdota. Pero otros valorarán positivamente la detallada reproducción del Egipto de finales del siglo XIX con su muestrario de distintos tipos humanos —árabes, bereberes, negros—, y su documentada descripción de la fauna y la flora, las selvas y los desiertos. Sienkiewicz acierta plenamente al colocar en boca de los chicos un lenguaje apropiado, que no cae en el infantilismo ni en una prematura madurez. Y su capacidad descriptiva es sobresaliente, por ejemplo, en una escena como ésta, cuando entran en acción las hienas: «En el silencio de la noche, de las profundidades del desfiladero, de la dirección donde yacían los cadáveres, llegó de repente a sus oídos una risa horrible, inhumana, en la que vibraban la desesperación y la alegría, la crueldad y el dolor, el llanto y la burla, la desgarradora risa de los dementes o los desalmados».
Lo mejor y lo peor
Lo mejor de la Trilogía polaca son los momentos de acción guerrera, pues en ellos el autor, aunque a veces exagere las cualidades de sus héroes, se despoja de todo romanticismo y narra con claridad y brillantez. Esto se aprecia en el momento histórico central de cada relato: la defensa del campamento militar de Zbaraj contra las tropas de Mielniski; la resistencia del santuario de Jasna Gora contra los invasores suecos; la defensa de la fortaleza de Kamieniec contra la invasión turca. Además, abundan los episodios llenos de tensión y fuerza, como el duelo entre Miguel Volodiovski y Bohun en la primera, o algunas acciones militares de Kmita en la segunda, o la incursión salvaje de las tropas polacas mandadas por Adán Novoveski.
También desde una perspectiva novelesca lo que hoy nos rechina más es el énfasis melodramático y el lenguaje alambicado en los enredos amorosos. Es aceptable en las dos primeras novelas, pues los enfrentamientos individuales entre Kretuski y Bohun por la princesa Elena, y entre Kmita y el príncipe Bolislao por Olenka, cumplen la función de articular los argumentos. Resulta cargante, sin embargo, en la primera parte de la tercera novela, el tramo más flojo de toda la trilogía, aunque también haya que decir que lo mejor de toda ella es el tramo final de esa tercera novela: el asedio a Kamieniec es formidable y el final del relato rompe también las expectativas del lector.
Al margen ya de lo novelesco es necesario señalar el concepto del heroísmo tan insensato y cruel que respiran estas historias. Así, resulta estremecedor escuchar cómo Andrés Kmita dice al rey: «Yo purificaré mi alma con la sangre de más de un sueco, con lo cual espero, no sólo adquirir méritos ante Dios, sino lavar toda mancha que afee mi reputación». O, más adelante, oírle declarar al verse apurado: «Caeré yo también —dijo—, pero antes nadará en sangre todo este país». Y no todo parece achacable al tiempo de la redacción pues otros autores de la misma época no tenían la consideración excesiva que muestra el narrador hacia los nobles, ni pasaban tan por encima del sufrimiento de mucha gente inocente, ni sobrevaloraban de modo tan extremo el patriotismo y el sentido del deber…
Un silbido siniestro y continuo
Una escena brillante de la primera novela es el duelo entre Volodiovski y Bohum.
«Noviembre empezaba a desnudar de hojas los árboles. Era una tarde pálida y triste de otoño.
—Hace frío —dijo Miguel—, pero no importa: nos calentaremos.
Por fin se colocaron, con la espada en la mano, frente a frente.
No es posible formarse una idea de lo insignificante que parecía el pequeño oficial comparado con el gigantesco Bohun. Los circunstantes miraban inquietos el ancho tórax del cosaco y sus músculos robustos. Volodiovski semejaba un gallo que se dispusiera a luchar con un águila. La nariz de Bohun se dilató como si olfatease ya el acre olor de la sangre; la espada le temblaba en la mano.
Volodiovski examinó la flexibilidad de su acero y esperó la voz de mando.
—¡Duelo a muerte! —murmuró Kuchel al oído de uno de los Seliski.
En aquel momento resonó la voz insegura de Zagloba.
—¡En guardia! ¡Adelante!
Los aceros brillaron al chocar. Bohun cayó con tal ímpetu sobre Volodiovski, que se vio obligado a retroceder unos pasos; los testigos siguieron aquel movimiento. Los golpes que asestaba Bohun eran rápidos, certeros, tanto que las miradas de los presentes apenas podían seguirlos; Volodiovski parecía encerrado en un círculo de hierro del cual sólo Dios podía salvarle. Aquel vertiginoso acero producía un silbido siniestro y continuo, y levantaba el aire en derredor. Poseído de una inmensa furia, el atamán, siempre avanzando, caía sobre Volodiovski como un huracán. El pequeño oficial de dragones no hacía más que retroceder y defenderse. Movía apenas el brazo derecho, y sólo la muñeca describía rápidos semicírculos. Paraba los golpes, oponía su acero al acero contrario, se cubría con su espada y continuaba defendiéndose sin atacar. Clavados los ojos en el atamán, parecía tranquilísimo. Dos golpes le rozaron la mejilla».
Un precioso sable turco
Si algunas consideraciones del narrador sobre la condición femenina pueden resultar insufribles para quienes no sean capaces de leer dejándose llevar por el texto e intentando comprender la mente de otros tiempos, el personaje activo de Basia sí responde a un tipo de heroína más de hoy, aunque no llegue a entrar en combate. Además, hay sin duda un fuerte contraste con las protagonistas de las dos primeras novelas, y era infrecuente para la época. Eso sí, su vestuario se describirá con detalle varias veces:
«Basia se vistió con un traje masculino; llevaba anchos pantalones de terciopelo gris perla, botas de tafilete amarillo y dormán gris forrado de piel blanca y galonado en las costuras y una cartuchera de plata.
Su armamento consistía en un precioso sable turco y en un par de pistolas en las fundas del arcón. Llevaba la cabeza cubierta con un gorro de piel de lince, debajo del cual desaparecía aquella carita rosada, casi infantil, con los ojos brillantes como dos carbones encendidos».
Mano firme y ojo infalible
Una de las mejores bazas de A través del desierto es su protagonista, Stas, que algunos consideran uno de los personajes más atrayentes de toda la literatura juvenil. Sienkiewicz lo introduce como un chico «un poco altivo y fanfarrón, pero un excelente estudiante […], sus profesores le atribuían un talento excepcional, […] si pecaba de algo era de excesivo atrevimiento, pero no de cobardía»; se nos dice que nadaba como un pez y que en el tiro «consiguió tener la mano firme y el ojo infalible»; además tenía «extraordinaria facilidad para los idiomas», y sabía inglés, francés, polaco, hablaba el árabe como un árabe y, sin saber cuándo ni cómo, aprendió muchos dialectos egipcios… Y todavía mejorará durante las peripecias de su viaje, en las que se verá su valentía —«no sabía vacilar ante el peligro»—, su caballerosidad —«por nada del mundo sería capaz de disparar a un hombre vuelto de espaldas»—, y su condición de patriota polaco a toda prueba.
Otra novela del autor: Bartek el triunfador.