Hay un tipo de relatos de vida rural muy queridos en los Estados Unidos. Uno que cité hace poco fue Miracles on Mapple Hill. Otro es Thimble Summer, de Elizabeth Enright, que se desarrolla en una granja de Wisconsin, y que también está centrada en una niña. Esta se llama Garnet Linden, tiene nueve años y un hermano mayor, Jay, al que quiere pero con el que a veces discute y se enfada porque la trata con brusquedad. Se cuentan incidentes por los que pasa Garnet: el descubrimiento de un dedal que, está segura, es una especie de talismán que le dará buena suerte; el día en el que, junto a su amiga y vecina Citronella, se quedan encerradas en la biblioteca del pueblo cercano y no pueden avisar a nadie de que se han quedado allí; un día que acogen en su casa a un chico huérfano y vagabundo llamado Eric; un enfado con su hermano que le hace huir y, en autostop, llegar hasta una ciudad cercana, donde tiene que ayudar al conductor de un camión a recuperar las gallinas que se le escapan; el día en que va a una feria de ganado donde debe presentar para un premio a un joven cerdo que ha cuidado ella.
La narración presenta muy bien distintas cosas: una protagonista que si es un terremoto por fuera es también muy emotiva por dentro; los ambientes familiares y vecinales, amables y cordiales; las actividades propias de una granja… Está conseguido el personaje del vecino mayor que acaba sacando a Garnet de los líos en los que se mete y que acaba haciéndole notar la preocupación que causan sus «hazañas». No faltan toques que, de modo hábil, aumentan el nivel de los lectores: «’¿Qué significa la palabra insidioso?’, preguntó Citronella, pero Garnet no lo sabía».
El libro contiene, al final, un texto magnífico de la escritora en el que habla de algunos rasgos propios del mundo infantil, y que traduzco a mi modo:
«Hay una alegría especial al escribir sobre niños para niños. Naturalmente, uno es que se vuelve a la propia infancia para encontrar cosas. Para mí, es asombroso el modo en el que uno tomaba la vida durante esos años. (…) Un niño lo ve todo nítido y radiante; cada objeto con su sombra al lado. La felicidad es más felicidad de lo que jamás será de nuevo y es causada por cosas muy pequeñas. El primer día de primavera, por ejemplo, cuando hacía suficiente calor como para ir sin abrigo; o la vez que te quedaste despierto hasta las nueve y alguien te mostró Escorpio, las Pléyades y la Silla de Casiopea. La felicidad venía del olor de un árbol de Navidad, o del pollo asado el domingo; venía de la primera nevada de la temporada, o de aprender a colgarse de las rodillas de un trapecio, o de andar descalzo en verano. Recuerdo muy bien el resplandor de la magia que iluminó el mundo durante meses después de que mi madre me llevara a ver bailar a Pavlova; Recuerdo el momento en que mi abuela abrió un libro y empezó a leerme el primer capítulo de un cuento llamado La isla del tesoro. Por supuesto, en cada infancia también hay tristeza. A veces mucha. Y parece más injusta e inmerecida que ninguna otra. El dolor en la infancia es algo monstruoso, extraño, y uno no ha aprendido todavía ninguna filosofía que pueda mitigarlo. Afortunadamente, sin embargo, para el niño normal que se cría en un lugar seguro, el dolor dura mucho menos tiempo que la felicidad. Su pena es ardiente y violenta, y pronto pasa, como un petardo, pero su gozo inconsciente y su interés por vivir son constantes y se dan por sentados, como lo es la luz del día. Siempre, para él, existe el gran y sencillo hecho de que su familia lo ama, lo protege, lo alimenta, lo disciplina y lo trata con justicia. El mundo, para él, es un lugar seguro y eterno».
Elizabeth Enright. Thimble Summer (1939). Square Fish, 2008; 144 pp.; ISBN: 978-0312380021. [Vista del libro en amazon.es]