Después de todo lo anterior estamos en condiciones de afirmar que un cuento de hadas genuino, según Tolkien, es aquel que alude o hace uso de Fantasía, cualquiera que sea su finalidad primera: la sátira, la aventura, la enseñanza moral, la ilusión. La misma Fantasía puede tal vez traducirse, con mucho tino, por Magia, pero es una magia de talante y poder peculiares, pues está en el polo opuesto a los vulgares recursos del mago laborioso y técnico. Luego, lo único de lo que no hay que burlarse, si alguna burla hay en el cuento, es de la misma magia: se ha de tomar en serio en el relato y ni se la ha de tomar a broma ni se la ha de justificar. Pero esto requiere comprender bien algunos términos.
En primer lugar, se ha de recordar que la palabra «sobrenatural» es inadecuada para denominar a seres del mundo de Fantasía como, por ejemplo, las hadas, que son «naturales» porque son un producto de nuestra fantasía. Lo sobrenatural es algo que está por encima de nuestra naturaleza, y la fantasía no lo está. Un milagro es algo sobrenatural. La imaginación de un milagro no lo es.
En segundo lugar, la palabra «magia» habría que reservarla para dar nombre a las actuaciones con las que los Magos producen, o pretenden producir, alteraciones en el Mundo Primario. Esa clase de magia no tiene que ver con el trabajo del artista que pretende crear una obra de Fantasía: el artista, en ese caso, no busca engañar ni hechizar ni dominar sino que quiere compartir el enriquecimiento con otros. Sin duda, el artista puede usar mal sus cualidades, incluso las puede aplicar a fines perversos y pueden confundir a la misma mente de la que proceden. Pero ¿de qué empresa humana en este mundo caído no se diría otro tanto?
En cambio, la magia de Fantasía no es en sí misma un fin sino un medio para intentar apagar la sed de algunos deseos humanos primordiales, uno de los cuales es el de recorrer las honduras del tiempo y del espacio; y otro es el de mantener la comunión con otros seres vivientes. O, dicho de otro modo, la Fantasía creativa se basa en el deseo y la intención de no vivir esclavizados por el reconocimiento de que las cosas del mundo son tal cual se muestran y las vemos.
J. R. R. Tolkien. Árbol y Hoja (Tree and Leaf: incluye el cuento Hoja de Niggle y el poema “Mythopoeia”, 1988); Barcelona: Planeta-Agostini, 2002; 152 pp.; prólogo de Christopher Tolkien; trad. de Julio César Santoyo, José M. Santamaría y Luis Domènech; ISBN: 84-395-9786-X.