Otra vida por vivir y El asedio de Troya, del griego afincado en Suecia Theodor Kallifatides, fueron libros que leí debido a esta reseña y a esta otra: en ellas se da cuenta de sus contenidos y de sus méritos.
De Otra vida por vivir, un relato del autor acerca del bloqueo creativo que le sobrevino a los 75 años, me han parecido interesantes algunas consideraciones de distinto tipo.
Unas relativas al trabajo literario como esta: «Cuando alguien comienza a salvaguardar la escritura, cuando se siente escritor, cuando cuelga letreros con su nombre en las puertas, es que está acabado. La escritura es como un manantial. Puedes ornamentarlo con estatuas, adornarlo con una preciosa fuente, construir alrededor del borbotón una placita y sembrarla de sicomoros. Pero nada de eso es lo que hace que el agua fluya. Es la presión desde las oscuras profundidades de la tierra la que crea la erupción del agua. Eso no quiere decir que el escritor deba esperar de brazos cruzados a que el huevo hierva. Al contrario. Ha de trabajar continuamente, escribir y leer para aprender a valorar a otros escritores, algo por lo que ninguno de nosotros siente natural inclinación. Ha de entrenarse en el ejercicio de la abstinencia, no detenerse frente a cada vitrina que tiene delante».
Otras acerca de formas de afrontar las dificultades de la vida: «Mi abuela no era periodista, ni filósofa, pero solía decir que «las palabras no tienen huesos, pero los rompen». Sabía lo que casi todo el mundo sabe: que una palabra puede hacer más daño que el cuchillo más filoso. Decir algo es hacer algo. Mi abuela, como la mayoría de las mujeres de su época, había vivido momentos muy difíciles. Guerras, hambre, enfermedades, pérdidas de seres queridos. En una ocasión le pregunté cómo aguantaba, y no me respondió con palabras. Simplemente señaló el cielo con el dedo. Si alguien ofendía sus iconos, insultaba a su dios, humillaba a sus santos en nombre de la libertad de expresión, quizá lo perdonara, pero era incapaz de entender una barbarie semejante. Y menos aún si el culpable afirmaba ser inocente. Mi abuela no era alta, pero en altura moral no había quien la superara».
De El asedio de Troya me han parecido logradas dos cosas. Una, el marco con el que el autor logra que el telón de fondo bélico y la relación entre el narrador y su amiga Dimitra vayan puntuando los distintos episodios de la Ilíada de forma que se facilita el descanso y se aviva el interés del lector. Otra, la forma que tiene la maestra de contar la obra de Homero a sus alumnos: la de presentarles a los protagonistas y de narrar los enfrentamientos entre aqueos y troyanos tan de acuerdo con los acentos de la historia original, y la de hacer algunas consideraciones al paso que van ayudando a entender el interés universal y permanente de la obra de Homero.
Así, a Héctor se lo presenta como «un dirigente capaz de hacer que los hombres que huían se pusieran en pie, de convertir una derrota en victoria», que «iba por delante de todos con su escudo redondo y su casco adornado con crines, que atemorizaba a los aqueos tanto como había atemorizado a su hijo pequeño», y a quien los hombres seguían «igual que va una ola tras otra en un mar tempestuoso». Una escena centrada en Aquiles se describe así: «Con la rapidez de un incendio en un bosque árido corría Aquiles con sus caballos de un lugar a otro con la muerte tras de sí. Su carro estaba manchado de sangre, sus manos también, pero él aún no estaba satisfecho, sino que seguía batallando de manera más encarnizada que las mismas erinias, diosas de la venganza».
En un momento del relato el narrador hace una pausa y dice: «Quien viera el campo de batalla desde lejos quizás creyera que ambos ejércitos estaban danzando unos con otros. A ratos, Héctor y los suyos dirigían el baile y a ratos, Áyax y los suyos. Adelante y atrás como las olas del mar. Podía incluso parecer hermoso. Pero sólo a mucha distancia». En otro señala el inevitable destino de Helena: «Ganara quien ganara la guerra, ella siempre sería la derrotada». En otro más apunta lo que, sobre todas las cosas, deseaba transmitir Homero: que «la pena no tiene patria ni fronteras», que «la guerra es fuente de lágrimas y de que en ella no hay vencedores».
Theodor Kallifatides. Otra vida por vivir (Ännu ett liv, 2017). Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2019; 160 pp.; trad. de Selma Ancira; ISBN: 978-8417747152. [Vista del libro en amazon.es]
Theodor Kallifatides. El asedio de Troya (Slaget om Troja, 2018). Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2020; 176 pp.; trad. de Neila García: ISBN: 978-8417971533. [Vista del libro en amazon.es]