Después de las notas últimas sobre algunos significados profundos de los cuentos de hadas clásicos (esta y esta), es oportuno el artículo El fin de los cuentos, del que he actualizado enlaces y he corregido algunas cosas.
Después de las notas últimas sobre algunos significados profundos de los cuentos de hadas clásicos (esta y esta), es oportuno el artículo El fin de los cuentos, del que he actualizado enlaces y he corregido algunas cosas.
Continúo con la cita, iniciada en la nota de ayer, de Erótica y materna, acerca del simbolismo y las enseñanzas de algunos cuentos populares como Cenicienta o Blancanieves.
«Una última consideración se refiere, en este tipo de cuentos, a la posición del padre. ¿Por qué el padre, el rey, decide por el bien de su hija sustituir a la madre muerta con una nueva figura que se revela madrastra? De niña me he preguntado muchas veces, sin encontrar la respuesta, cómo es posible que el rey, el padre, en lugar de consolar a la hija huérfana con una renovada atención, siempre sintiera la necesidad de encontrar una nueva esposa. Con eso ponía a la ya desgraciada hija en situaciones difíciles, de las que después se desentendía sistemáticamente. Siempre me parecía que la hipótesis más probable era la de que el rey no era capaz de arreglárselas solo. ¿Pero por qué iba a elegir sistemáticamente a una mujer tan inadecuada?
La fábula, con su lenguaje simbólico, sugiere en este punto otra reflexión muy importante, referida a la posición del padre. En el momento en que la hija empieza a crecer, el padre se ve implicado, a su pesar, en la nueva relación entre ella y la madre: una relación compleja, a menudo conflictiva y en ocasiones difícil de entender. El cuento sugiere que el padre, aunque quiere a su hija, evita aliarse con ella en contra de la madre, y nunca permite que ocupe en su corazón el puesto de esta (es lo que sucedería, por ejemplo, si el rey, cuando ha muerto su mujer, se conformara con vivir contento y feliz junto a su niña). El padre que quiere hacer bien su papel acepta de buena gana lo que está pasando y deja que su hija viva hasta el fondo el encuentro/desencuentro con la imagen negativa de la madre, hasta que llegue a construir su propia identidad adulta.
En consecuencia, no se deja llevar por la intensidad emotiva de los hechos, aunque la hija pueda interpretarlo como un desinterés hacia ella. Así ayuda a «las mujeres de su vida» a poner todo en su justo lugar. En el terreno práctico, se concreta, por ejemplo, en que el padre aprende a soportar con paciencia los enfrentamientos periódicos y hasta encendidos entre madre e hija, sin tomar posición por esta en contra de su mujer. Cuando considere que esta actúa de forma poco adecuada, podrá (y deberá) intervenir con ella por separado, aunque sin dejar de recordar que no es fácil interpretar una relación así solamente desde la lógica masculina».
Mariolina Ceriotti Migliarese. Erótica y materna. Un viaje al universo femenino (Erotica & materna. Viaggio nell’universo femminile, 2015). Madrid: Rialp, 2018; 140 pp.; trad. de Elena Álvarez; ISBN: 978-8432149757. [Vista del libro en amazon.es]
En su momento hablé de La familia imperfecta y de La pareja imperfecta. Otro valioso libro de Mariolina Ceriotti, anterior a ellos, fue Erótica y materna. Un viaje al universo femenino. Hay un comentario a su contenido, un ensayo sobre la naturaleza de la feminidad, en esta buena reseña de Aurora Pimentel. Yo aquí me limitaré a poner dos notas, una hoy y otra mañana, acerca del valor y la importancia, y las enseñanzas educativas, de algunos cuentos de hadas.
«Los cuentos de hadas constituyen una buena ayuda para comprender las dinámicas psíquicas del crecimiento. (…) Bajo la forma simbólica de los cuentos ha sedimentado la sabiduría de muchas generaciones. Volver a leerlos siempre reserva alguna que otra sorpresa interesante. Hay un conjunto de cuentos que tienen por protagonistas a niñas a las puertas del desarrollo: los ejemplos más clásicos son Cenicienta, Blancanieves y La bella durmiente. En los últimos tiempos, su lectura más superficial las ha interpretado en un sentido claramente negativo, como si su objetivo fuera transmitir una especie de pedagogía femenina pre-emancipación: niñas en una búsqueda irreal del Príncipe Azul, probablemente poco inteligentes, enfermizas y caracterizadas por una incapacidad sustancial para ser protagonistas de sus vidas. Sin embargo, una lectura más atenta y desde la clave del lenguaje simbólico ayuda a descubrir en ellas una rica estratificación de significados, que siguen siendo válidos para captar los pasos evolutivos de la psicología femenina.
En primer lugar, no deja de impresionar que las protagonistas de este tipo de cuentos sean casi siempre huérfanas de madre, cuando son muchachas en la edad del paso de la infancia a la primera adolescencia. Como premisa, los relatos nos cuentan que su madre ha muerto y su padre se ha casado en segundas nupcias con una mujer al menos poco cariñosa, cuando no definitivamente mala: la madrastra. En todo caso, también en los pocos casos en que no se dice que la madre ha muerto, esta tiene un papel completamente marginal y carente de significado activo para el desarrollo de la historia. El principio de un cuento de hadas tiene la misma importancia e igual valor que el principio de un sueño: la premisa de la muerte de la madre, en este sentido, puede considerarse decisiva. Dentro del lenguaje simbólico, ayuda a comprender el tema, y nos conduce sin preámbulos a la cuestión central en el cuento de hadas. En cierto sentido, el punto de partida del cuento es una afirmación fuerte: el recorrido que conduce a la niña hacia su identidad de mujer pasa por la muerte simbólica de aquella madre buena e idealizada de la infancia. Este presupuesto aparece en la historia como premisa de todo lo que va a suceder a continuación. Es como una declaración de que, si faltara este paso decisivo, ni siquiera se podría empezar la aventura del crecimiento. En todo caso, es interesante que en este tipo de fábulas siempre se nombre a la madre de la infancia como una presencia buena del pasado: su existencia en la vida de la muchacha es una premisa necesaria, y también un presupuesto para el crecimiento posterior.
La muchacha que se adentra en la vida, la protagonista del cuento, es una princesa, o en todo caso una chiquilla positiva, entre otras cosas, porque ha conocido a esta madre, que para ella constituye una especie de buen terreno del que partir. Si no ha tenido esta madre (como las hermanastras de Cenicienta u otras parecidas) su recorrido parece bloqueado desde el primer momento, y su desarrollo será menos positivo. Para el desarrollo de la historia, es igualmente importante la aparición de otro tipo de madre, con quien la muchacha está obligada a confrontarse. La muerte simbólica de la madre de la infancia deja el puesto al encuentro / desencuentro con otro ser femenino, el de la madre-madrastra-bruja, la madre-enemiga. En esta figura, los matices afectivos/maternales se ven superados por características más típicas de la feminidad/erótica. La madrastra y la bruja son mujeres que dan mucha importancia a su belleza, y precisamente por eso entran en conflicto con la joven. Esta, a medida que crece, amenaza con oscurecer su imagen.
En el fondo del cuento de hadas siempre está la perspectiva del encuentro con el príncipe. Esto significa el recorrido de la niña hacia la vida adulta y su acceso a la vida sexual, al descubrimiento de lo masculino y del amor. El encuentro con el príncipe hará pasar a la muchacha de la condición de hija a la de mujer. Para este recorrido, el encuentro/desencuentro con la feminidad de la madre es un punto decisivo: para convertirse plenamente en sí misma, la muchacha tiene que superar todos los obstáculos que presenta la compleja relación con ella, que habrá de acompañarla en el crecimiento sin imponerle su propio modo de ser. En este camino, nada sencillo, es importante que la madre sea capaz de aceptar el crecimiento de la hija y su acceso a su propia sexualidad. Ha de buscar aquel equilibrio que le permite acompañarla sin volverse entrometida. La posición de amiga y confidente puede no servir para las cuestiones del sexo, como tampoco está bien fingir no ver nada, dejando a la chica sola, esperando que se las arregle. La chiquilla tiene que sentir que su madre está orgullosa de verla crecer, de que se ponga guapa y hacerse plenamente mujer; necesita sentir que es su principal apoyo, para que tenga una vida plena y buena. La madre no obstaculiza el acceso de su hija a la vida sexual, pero quiere que esté preparada. Para eso, la muchacha ha de ser consciente de sí misma, del valor de su cuerpo como verdadero don para alguien que sepa acogerlo, con el amor y el respeto que merece. En consecuencia, aunque la anima a crecer, también es capaz de permanecer vigilante y expresar, cuando sea necesario, alguna que otra prohibición que sirva para protegerla. A veces las incomprensiones son inevitables, porque en ambas, madre e hija, la ambivalencia de los sentimientos no puede desaparecer. En este sentido, la figura de la madrastra y de la bruja, tan recurrentes en los cuentos de hadas, no quieren representar la presencia constante de madres hostiles, sino más bien la constante presencia simbólica de estos fantasmas en el inconsciente de la niña que está creciendo y que teme que su propio florecimiento provoque en su madre sentimientos de envidia y rivalidad».
Mariolina Ceriotti Migliarese. Erótica y materna. Un viaje al universo femenino (Erotica & materna. Viaggio nell’universo femminile, 2015). Madrid: Rialp, 2018; 140 pp.; trad. de Elena Álvarez; ISBN: 978-8432149757. [Vista del libro en amazon.es]