Vale la pena conocer El Callejero,de Deirdre Mask, un libro subtitulado Qué revelan los nombres de las calles sobre identidad, raza, riqueza y poder. Está bien escrito, es ameno, da muchas pistas para entender cómo han llegado a funcionar algunas cosas en nuestra sociedad, y hace pensar. Cada uno de los catorce capítulos se titula con el nombre de una ciudad y con una pregunta que, más o menos, indica su contenido. Así, el primero es sobre Calcuta y sobre «¿cómo pueden transformar los suburbios las direcciones postales?»; el segundo es sobre Haití y sobre si «¿Podrían las direcciones detener una epidemia?»; en el tercero, Roma, la pregunta es «¿Cómo se orientaban en la antigua Roma?»; etc. Los capítulos posteriores van encabezados con los nombres de Londres, Viena, Filadelfia, Corea y Japón, Irán, Berlín, la ciudad de Hollywood en Florida, San Luis, Sudáfrica, Manhattan.
La autora, una afroamericana que vive en Londres y que tiene un curriculum académico excepcional —estudió Leyes en Harvard, fue secretaria judicial federal, hizo un máster luego en Escritura, fue profesora de escritura en Harvard y de Ciencias Sociales en la London School of Economics—, atiende mucho a cuestiones de raza: por ejemplo, explica la sobreabundancia de calles Martin Luther King y por qué aún sobreviven calles con nombres de generales sudistas en los Estados Unidos. Son especialmente interesantes los capítulos dedicados a la importancia que tiene, para los sin techo, tener una dirección postal —«sin una dirección es casi imposible conseguir una cuenta bancaria. Y, sin esta, no puedes ahorrar dinero, ni pedirlo prestado, ni recibir una pensión del Estado»—, y las consideraciones que hace en la Conclusión sobre las ventajas y limitaciones de las nuevas propuestas e intentos de asignar direcciones postales digitalmente —«los nombres del callejero nos sirven para recordar. Y recordar es algo que las direcciones digitales no pueden hacer»—.
Como suele ocurrir hoy tantas veces en esta clase de libros, uno de los hilos del relato es el trabajo que ha hecho la escritora, que cuenta con quiénes ha charlado o ha intercambiado correos para preguntarles aspectos de su trabajo, que indica sus pensamientos al enterarse de algo que no sabía, etc. También a veces su narración se ramifica por caminos muy laterales como, por ejemplo, cuando habla de la composición del Tribunal Supremo en Sudáfrica. Y otra pega que se le puede poner es que no cierra del todo bien los capítulos, que suelen terminar un tanto abruptamente. Pero, sea como sea, la información es mucha, pues aparecen las personas que fijaron el servicio de correos actual tal como lo conocemos y que fueron responsables de la organización urbana que ha llegado a ser característica de nuestras ciudades, y abundan las anécdotas y curiosidades o, simplemente, pormenores desconocidos que salpican la narración y la hacen atractiva.
Unos ejemplos entre muchos:
—En Japón las calles no se nombran y eso «hace que orientarse sea difícil incluso para los japoneses. Para ayudar a la gente que se pierde, Tokio está lleno de kōban, unos edificios pequeños con agentes de policía familiarizados con la zona y armados con mapas detallados y gruesos callejeros».
—«En Nueva York hasta las direcciones están en venta. La ciudad permite que un constructor, por el módico precio de once mil dólares (según tarifas de 2019), cambie la dirección real por otra más atractiva (solo se aceptan pagos con cheque o en efectivo, por favor). Las llamadas direcciones ornamentales se conceden gracias a un acuerdo bastante inusual según el cual se adjudican sin tener muy en cuenta dónde se encuentran», por lo cual «la policía y los bomberos pueden verse en apuros si tienen que encontrar una dirección en la Quinta Avenida que no está en la Quinta Avenida».
—«En el Reino Unido, las direcciones que terminan en Street alcanzan menos de la mitad que las Lane», quizá porque la palabra street tiene connotaciones negativas y se asocia más con la prostitución y la mendicidad; «las casas y las calles llamadas King (rey) o Prince (príncipe) tienen más valor que Queen (reina) o Princess (princesa)».
—«Casi novecientas calles estadounidenses se llaman Martin Luther King Jr. Hay calles que lo conmemoran en Senegal, Israel, Zambia, Sudáfrica, Francia y también Australia». También, «solo en Rusia hay más de cuatro mil arterias importantes en honor a Lenin. Juntas suman un total de 8.631 kilómetros». En cambio, en China está prohibido dedicar calles a personas, vivas o muertas, porque iría en contra del ideal igualitario comunista (en China no hay calles Mao Zedong)».
Deirdre Mask. El Callejero. Qué revelan los nombres de las calles sobre identidad, raza, riqueza y poder (Address Book, What Street Addresses Reveal About Identity, Race, Wealth, and Power, 2020). Madrid: Capitán Swing, 2023; 312 pp.; trad. de María Porras; ISBN: 978-8412619911. [Vista del libro en amazon.es]