He puesto datos de nuevas ediciones de La fórmula preferida del profesor, El jardín secreto y Amor y amistad.
He puesto datos de nuevas ediciones de La fórmula preferida del profesor, El jardín secreto y Amor y amistad.
En la misma conferencia de la que puse un texto hace una semana, Walter Benjamin comenta el valor que pueden tener para los lectores niños y jóvenes no sólo las obras de reconocido prestigio sino también las novelas de aventuras folletinescas pues, dice, «cuando estos libros rebasaban en algunos puntos el horizonte de sus jóvenes lectores, este solo hecho los hacía más vivos y sugestivos. Porque su lenguaje y sus términos parecían encerrar el talismán que, en el momento de cruzar el umbral de la edad juvenil, los guiaría hacia la tierra prometida de la edad viril. De ahí que siempre fueran por todos devorados.
Devorar libros. Una curiosa metáfora. Da que pensar. De hecho, ninguna forma artística es consumida, desmenuzada y triturada en el grado en que lo es la prosa narrativa. Quizá se puedan comparar los actos de leer y devorar. Pero aquí hay que tener presente ante todo que la necesidad de alimentarnos y el acto de comer no obedecen a razones del todo idénticas. La vieja teoría de la alimentación es instructiva porque parte del comer. Esta teoría decía: nos alimentamos incorporándonos los espíritus de las cosas que comemos. Ciertamente, no nos alimentamos así, pero comemos para incorporarnos algo, y esta incorporación es más que una necesidad perentoria de nuestra vida. En tal incorporación consistiría también la lectura. Es decir, que no leemos para ampliar nuestra experiencia y nuestro acervo de recuerdos y vivencias. (…) Leemos no para aumentar nuestras experiencias sino para aumentarnos a nosotros mismos. Pero así es como leen muy especialmente los niños: incorporándose, no compenetrándose. Su lectura está en íntima relación no tanto con su formación y su conocimiento del mundo, como con su crecimiento y su poder. Por eso es este crecimiento tan importante como el genio que pueda haber en los libros que ellos deciden leer. Y esta es la particularidad del libro para niños».
Walter Benjamin. Radio Benjamin (Radio Benjamin, 2014). Edicion de Lecia Rosenthal. Madrid: Akal, 2015; 405 pp.; col. Cuestiones de antagonismo; trad. de Joaquín Chamorro; ISBN: 978-84-460-4244-0. [Vista del libro en amazon.es]
El puente de san Luis Rey fue la segunda novela de Thornton Wilder. Tuvo una gran acogida, fue premio Pulitzer el año 1928, y sigue siendo considerada una de las grandes novelas del siglo XX.
En Lima, el año 1714, el hermano Junípero, un franciscano, presencia cómo colapsa un puente colgante de origen inca y se caen al vacío cinco personas. El narrador indica que «otro cualquiera se hubiese dicho con secreta alegría: “¡Si llega a suceder diez minutos más tarde, también yo…!”», pero que el hermano Junípero sin embargo pensó «¿por qué les ha sucedido esto precisamente a esos cinco?». Esto le llevó a concebir un plan, al que dedicó seis años, de investigar en las vidas de los fallecidos para poner de manifiesto el plan providencial oculto detrás de esas cinco muertes pues, pensaba, «o vivimos por accidente y por accidente morimos, o vivimos y morimos según un plan».
Este planteamiento ocupa la primera parte del relato y se titula «Quizás un accidente». Siguen luego tres capítulos dedicados a las vidas de los fallecidos: «La marquesa de Montemayor; Pepita», «Esteban», «Tío Pío; don Jaime». Y un último capítulo explica en qué acabó la investigación del hermano Junípero —ya en la primera parte se anunciaba que quemaría su libro pero que una copia ignorada se conservaría en la Universidad de san Marcos— y se titula «Quizás una intención».
Es magnífica la narración. Son excelentes las descripciones de tipos humanos. Del Tío Pío, por ejemplo, se nos dice que «poseía los seis atributos del aventurero: memoria para nombres y caras, con la maña para mudar la suya; don de lenguas; inagotable invención; discreción; el arte de trabar conversación con desconocidos; y esa libertad de conciencia que surgió del desprecio a los ricos alelados que le servían de presa». No faltan en ella los comentarios bienhumorados al paso: «La llama se interesa profundamente por los seres humanos con quienes va tropezando, y hasta tiene afición a pretender que es uno de ellos, y le gusta insertar su cabeza en sus conversaciones como si, de un momento a otro, fuese a levantar la voz y a contribuir al diálogo con un tímido y útil comentario».
Pero, sobre todo, el narrador, al ir poniendo delante del lector las vidas de sus personajes, y al hacerle ver cómo se truncan inesperadamente dando al traste con planes minuciosamente trazados, pone de manifiesto la dificultad de comprender el entramado tan estrecho entre cualidades indudables y comportamientos poco rectos —por ejemplo, cómo hay creencias religiosas desenfocadas de modo que la religión deja de ser una fe y se transforma en una especie de magia—, y reafirma en la mente del lector lo que anunciaba en el comienzo: que aunque pretendía saber mucho más que el hermano Junípero, «¿acaso no es posible que también haya dejado pasar inadvertido el verdadero resorte dentro del resorte?».
Al final, el hermano Junípero se dará cuenta de que «la discrepancia entre la fe y los hechos es mayor de lo que generalmente se presume»; que su obsesión por no prescindir del más pequeño detalle, para no «dejar escapar alguna sugestión que le sirviese de guía», le llevó a tropezar y caer «entre indicios cada vez más confusos». «Pensó ver en el mismo accidente a los malos castigados con la destrucción y a los buenos llamados más pronto a los cielos. Pensó ver el orgullo y la riqueza confundidos como lección de cosas para el mundo, y pensó ver la humildad coronada y recompensada para edificación de la ciudad. Pero el hermano Junípero no estaba satisfecho de sus propios razonamientos».
Eso sí, establecida la insuficiencia de la mente humana para entender y abarcar todas las cosas, habrá una explicación posible, en una escena final magistral en la que se nos dice que un pensamiento cruza por las profundidades de la mente de una monja: que hay un puente que une la tierra de los vivos y la tierra de los muertos, que es el amor, «lo único que sobrevive, lo único que tiene sentido.»
Thornton Wilder. El Puente de san Luis Rey (The Bridge of San Luis Rey, 1927). Barcelona: Edhasa, 2004; 141 pp.; col. Pocket; trad. de traducción de María Martínez Sierra; ISBN: 978-84-350-1715-2. [Vista del libro en amazon.es]