Hace unas semanas leí este artículo sobre algunos aspectos de interés de La muerte llega a Pemberley, una novela de P. D. James que «continúa» la vida de los personajes de Orgullo y prejuicio, de Jane Austen. La busqué porque he leído poco, y hace mucho, a P. D. James, y porque me interesan las novelas actuales que prolongan o replican novelas clásicas. En realidad, según comprobé pronto, P. D. James no intenta tanto construir una novela de misterio como una novela lo más parecida posible a las de Austen que, eso sí, contenga una muerte misteriosa que activa una investigación.
Al principio el narrador explica los antecedentes y los personajes ya conocidos por los lectores de Orgullo y prejuicio. Sitúa el comienzo del relato en el año 1803, cuando Darcy y Elizabett Bennet llevan casados seis años. A última hora de la tarde, durante los preparativos de una fiesta anual que se da en la mansión de Darcy, en Pemberley, y que tendrá lugar al día siguiente, llega Lydia Wickham, la joven y alocada hermana de Elizabeth, anunciando que a su marido lo han asesinado poco antes. Varias personas salen a ver qué ha pasado y descubren a Wickam, manchado de sangre pero no muerto, junto a un amigo suyo que sí ha sido asesinado.
La historia no tiene una especial garra como novela de intriga pero sí es un relato repleto de ironía inteligente que, como los de Austen, hace preguntarse continuamente al lector, junto con los personajes, en lo que piensan y sienten los demás, y en si las decisiones que uno toma son o no las más acertadas o justas. Así, al final, Elizabeth recuerda que su madre a veces decía que «las buenas maneras consistían sobre todo en tener en cuenta los sentimientos de los demás, máxime si uno se encontraba en presencia de alguien de una clase inferior»…
El ejemplo anterior sirve también para mostrar el tipo de filtro irónico, que a veces es cómico, a través del cual se comprendían a sí mismos algunos personajes de la época. En ese sentido, tal vez el que provoca los momentos mejores sea Lady Catherine De Bourgh, que hace un comentario particularmente memorable: «Nunca he sido partidaria de las muertes dilatadas. En la aristocracia, son señal de afectación; en las clases bajas, son simples excusas para no trabajar». Y más adelante añade: «los De Bourgh nunca hemos sido dados a las muertes prolongadas. La gente debería decidir si quiere vivir o morir, y hacer una cosa o la otra, causando los menores inconvenientes a los demás».
En otro orden, no faltan explicaciones sobre la importancia y la función de algunas instituciones. Así, «suele aceptarse que los servicios religiosos ofrecen una ocasión legítima para que la congregación valore no solo la apariencia, el porte, la elegancia y la posible riqueza de los recién llegados a la parroquia, sino la conducta de cualquier vecino que pase por una situación interesante, ya sea ésta un embarazo, ya sea su ruina económica». Y el narrador también subraya que «la paz y la seguridad de Inglaterra dependen de caballeros que vivan en sus casas como buenos señores y terratenientes, considerados con el servicio, caritativos con los pobres y dispuestos, en tanto que jueces de paz, a garantizar la concordia y el orden en sus comunidades. Si los aristócratas de Francia hubieran vivido así, nunca habría estallado la revolución».
P. D. James. La muerte llega a Pemberley (Dead Comes to Pemberley, 2011). Barcelona: Ediciones B, 2013; 336 pp.; col. B DE BOLSILLO MAXI; trad. de Juan José Estrella; ISBN: 978-8498728545. [Vista del libro en amazon.es]