Yo, Agamenón, de Giulio Guidorizzi, es una reescritura de los episodios de la Ilíada, que se amplía con las narraciones de algunos hechos ocurridos antes y después de la toma de Troya, y con otras relacionadas con los personajes que van apareciendo. En el primer capítulo se dice que estas historias de los héroes antiguos se llaman mitos: relatos que nadie ha inventado porque existen desde tiempos lejanos y que, cuando los aqueos se convirtieron en griegos, se siguieron recordando y contando. Se habla también de que los aqueos no confiaban los recuerdos de su pueblo a la escritura porque «esta aprisiona la memoria, de modo que preferían escuchar a sus poetas», aedos o cantores; de que la memoria, para los aqueos, es «el oído de las cosas a las que permanecemos sordos, la vista de aquello a lo que estamos ciegos», y que, para ellos, «existir significa recordar».
El autor comienza con los antepasados de Agamenón, el jefe del ejército aqueo, y termina con su regreso a Micenas, donde le aguarda su esposa Climtenestra —una mujer para quien, dirá ella misma, «palabras como gloria, honor o vergüenza no significan nada»—. Un breve prólogo, sobre Agamenón y los héroes de la Iliada, y un epílogo igualmente breve, con una conversación entre Agamenón y Odiseo en el Hades, enmarcan la historia, estructurada en nueve capítulos, cada uno dedicado más o menos a un tema fundamental en la sociedad homérica. El estilo es claro y da con el tono adecuado para no distorsionar y aclarar lo que se cuenta en la Iliada. La narración, que avanza en tramos cortos, a veces en tercera persona y a veces en boca de los personajes que ocupan el primer plano, va dando explicaciones de los modos de ser y actuar de los héroes y de los dioses y, sobre todo, muestra bien el modo de pensar de los antiguos griegos.
Así, se indica que «la memoria de un nombre famoso es el legado más bello que puede dejar un padre», pero que «la gloria no existe si nadie la cuenta, porque en el mundo de los héroes un hombre no es como se siente en su interior sino como los demás lo ven y como la voz del pueblo dicta que sea». Por eso los héroes están obsesionados con un tipo especial de vergüenza, que es «la principal fuerza moral de ese mundo tan lejano de la moral que conocemos». Por ejemplo, «quien ofende a un huésped no tiene vergüenza, pues un forastero que pide ayuda es un ser protegido por los dioses y sólo un miserable puede hacerle daño. (…) No tener piedad de un infeliz que suplica es una actitud que ofende a los dioses y sobre la cual recae la desaprobación de los hombres».
Así, también se afirma en varias ocasiones que ni la palabra ni la noción de arrepentimiento existen entre los aqueos: Helena no lo siente a pesar de que la guerra se desencadenase por ella; tampoco Aquiles lo siente cuando está desolado por la muerte de su amigo Patroclo y sabe que fueron sus decisiones las que llevaron a ese desenlace; ni por supuesto lo siente Agamenón, para quien las culpas de sus acciones son de las moiras y las erinias que merodean en la oscuridad y, en especial, entre las fuerzas divinas que dirigen nuestros pensamientos, del demonio que nos arrastra al error: Ate, ofuscamiento, el peor mal que puede sufrir una mente, por muy firme y lúcida que sea.
La clara presencia de los dioses va unida con la inevitabilidad del destino. Agamenón dirá que «¡Necios son los que creen que todo es como parece! Estamos rodeados de seres invisibles, dioses, demonios, espíritu de los muertos que nos acompañan a cada momento, como las formas reflejadas de los espejos». En una ocasión Atenea, «con un leve manotazo», impide que una flecha hiera de muerte al hermano de Agamenón, «como una madre aparta una mosca del rostro de su niño adormecido». En las batallas se nos dice que, después de que «Ares invade el corazón de los hombres y los embriaga de fuerza y rabia», una especie de fiebre, llega el momento más temido por los comandantes, «cuando Fobos, el pánico, el demonio que siempre acompaña a Ares, se apodera hasta de las almas de los más valientes». Ahora bien, el viejo Néstor explicará que «hay que hacer sacrificios a los dioses y esperar que estos agradezcan la ofrenda, pero también es necesario tomar las decisiones más sensatas; aunque hacer sacrificios está bien, además de pedir ayuda a los dioses hay que saber salvarse a sí mismo». Pero, dirá Odiseo, «todos sabemos que nadie puede cambiar su destino».
Giulio Guidorizzi. Yo, Agamenón (Io, Agamennone. Gli eroi di Omero, 2016). Madrid: Gallo Nero, 2024; 216 pp.; col. Narrativas; trad. de Blanca Gago Domínguez; ISBN: 978-8419168511. [Vista del libro en amazon.es]