San Martín de Tours, de Regine Pernoud fue un libro que leí hace años porque me causaba curiosidad que el personaje fuera el patrono de mi ciudad y tuviera tanta presencia en muchos lugares. Al respecto se puede leer su voz en la Wikipedia francesa, mucho más completa que otras pues no en vano más de cuatrocientos pueblos y unas cuatro mil parroquias francesas están dedicadas a él. Como no recordaba bien algunas cosas y tenía pocas notas he vuelto a leerlo y he contrastado una idea con la que me había quedado en mi lectura primera: que es uno de esos libros que ayuda a entender muchas más cosas del origen de nuestra sociedad de las que uno podría pensar.
San Martín (316–397) es uno de los escasos personajes del siglo IV de los que se ha escrito su biografia, un libro que firmó su amigo Sulpicio Severo y que fue un auténtico best-seller de los siglos que siguieron. Sulpicio Severo, que muestra una clara conciencia de los cambios que estaban produciéndose a final del siglo IV, cuenta muchas anécdotas de la vida de san Martín, bastantes propias de una Leyenda dorada, pero que, sea como sea, dan idea de lo característico y lo novedoso del personaje. En particular subraya Pernoud el rasgo de que nunca pudo actuar como creía que debería hacerlo: así, fue soldado sin quererlo ser; cuando pudo dejar esa ocupación intentó ser ermitaño pero acabó cediendo a las peticiones del obispo para ser sacerdote; y más adelante el pueblo le forzó a ser obispo de Tours.
Se convirtió entonces en un obispo itinerante que recorría los pueblos e iba dejando en ellos comunidades a las cuales, a partir de él, se las llamará parroquias (paroikia designaba en griego la casa, la familia, los vínculos domésticos, pero, dentro de los límites de una diócesis, la parroquia nace con san Martín). Algunas actuaciones de su vida muestran cómo el obispo, un obispo como él, era el único recurso que tenía entonces el pueblo frente a los poderosos. En otras se aprecia su preocupación, que no todos tendrán, por la verdad de las reliquias que muchos veneraban: dice Pernoud que san Martín valoraba el sentido de la historia que permite «separar lo verdadero de lo falso».
Otra novedad de san Martín fue que, con su vida, convocó a su alrededor a los primeros monjes, mucho antes de que llegaran san Benito, Cluny y el Císter. Luego, aunque su leyenda aúrea contenga milagros asombrosos, con su modo de actuar propuso un nuevo tipo de santidad ya desde que, cuando era soldado, tuvo gestos impensables como servir a su esclavo y limpiarle los zapatos, un suceso que, señala la biógrafa, parece mínimo pero lo cambia todo. Martín no actuaba como un maestro que predicaba sino como alguien que rezaba y servía y acompañaba: por eso, después de su muerte, la Iglesia comenzó a honrar como santos no sólo a los mártires sino también a los «confesores de la fe».
Pernoud cuenta anécdotas graciosas y hace interesantes incisos. Entre las primeras, por ejemplo, que al ver a una oveja recién esquilada dijo san Martín: «aquí tenemos a una que cumple el precepto evangélico: poseía dos túnicas y dio una a quien no tenía. Eso tenéis que hacer vosotros también». Entre los segundos, no son pocos los paralelismos que hace con nuestra época como cuando destaca que el esfuerzo de san Martín por desterrar las creencias animistas de muchos «prefigura la lucha de la Iglesia contra los ídolos multiformes que renacen sin cesar». También, como quien conozca más libros de Pernoud esperará, cuando habla de la consideración de aquel tiempo hacia las mujeres indica que lo propio de la época de Martín era que la mujer permaneciera invisible, un sentimiento que reapareció en el siglo XVI cuando se prohibió la fundación de órdenes religiosas femeninas que no fueran contemplativas, pues, subraya Pernoud con intención, «únicamente en la época feudal tendrá la mujer verdadera igualdad con el hombre».
El rastro que conduce a san Martín de Tours lo seguimos también si atendemos al origen del término «capilla», que procede de la fama que adquirió la capella, la pequeña iglesia en la que se conservaba la capa que san Martín partió para entregarle la mitad a un mendigo que pasaba frío. Y, por supuesto, lo vemos si atendemos a que varios concilios establecieron que la peregrinación a la tumba de san Martín fuera «la peregrinación de la Galia», lo que la puso al mismo nivel que las de Roma y Jerusalén, algo que comenzó a cambiar cuando, a partir de los siglos VII y VIII, se popularizaron las peregrinaciones a la tumba del apóstol Santiago en Compostela.
Regine Pernoud. San Martín de Tours (Martin de Tours, 1996). Madrid: Encuentro, 1998; 164 pp.; trad. de Marta Romaní; ISBN: 978-8474904826.