Décima y última novela de la primera serie de los Episodios Nacionales.
Lord Wellington, al frente de las fuerzas españolas, portuguesas e inglesas, pide un voluntario para que se introduzca en Salamanca, espíe allí la disposición de las fuerzas francesas, y regrese para informarle. Gabriel se ofrece porque sabe que, dentro de la ciudad, están Inés y su padre, a la espera de poder marcharse a Francia, y desea impedirlo. Una joven y desenvuelta inglesa, Miss Fly, entra en contacto con él, y como tiene buenos contactos en uno y otro lado, consigue facilitarle las cosas en los momentos críticos. Aunque al principio Inés no actúa como Gabriel pretende, pues no quiere dejar a su padre de ninguna manera y desea una imposible reconciliación entre su padre y su madre, todo terminará felizmente para los enamorados. Antes, el narrador describirá con detalle la batalla de los Arapiles.
Al general inglés se le describe así: «Representaba Wellington cuarenta y cinco años, y esta era su edad, la misma exactamente que Napoleón, pues ambos nacieron en 1769, el uno en mayo y el otro en agosto. El sol de la India y el de España habían alterado la blancura de su color sajón. Era la nariz, como antes he dicho, larga y un poco bermellonada; la frente, resguardada de los rayos del sol por el sombrero, conservaba su blancura y era hermosa y serena como la de una estatua griega, revelando un pensamiento sin agitación y sin fiebre, una imaginación encadenada y gran facultad de ponderación y cálculo. Adornaba su cabeza un mechón de pelo o tupé que no usaban ciertamente las estatuas griegas; pero que no caía mal, sirviendo de vértice a una mollera inglesa. Los grandes ojos azules del general miraban con frialdad, posándose vagamente sobre el objeto observado, y observaban sin aparente interés. Era la voz sonora, acompasada, medida, sin cambiar de tono, sin exacerbaciones ni acentos duros, y el conjunto de su modo de expresarse, reunidos el gesto, la voz y los ojos, producía grata impresión de respeto y cariño».
De la batalla final, «uno de los más sangrientos dramas del siglo, el verdadero prefacio de Waterloo, donde sonaron por última vez las trompas de la Ilíada del Imperio», el narrador contará los despliegues y movimientos de los ejércitos franceses y aliados, contará distintas acciones con detalle, y elogiará mucho la valentía de los ingleses: «Yo había visto cosas admirables en soldados españoles y franceses, tratándose de atacar; pero no había visto nada comparable a los ingleses tratando de resistir. Yo no había visto que las columnas se dejaran acuchillar. El viejo tronco inerte no recibe con tanta paciencia el golpe de la segur que lo corta, como aquellos hombres la bayoneta que los destrozaba. Repetidas veces rechazaron a los franceses haciéndoles correr mucho más allá de la ermita. Había gente para todo; para morir resistiendo y para matar empujando». (…) Aquellos ingleses no se parecían a los hombres que yo había visto. Se les mandaba una cosa, un absurdo, un imposible, y lo hacían, o al menos lo intentaban».
Una de las escenas bélicas más intensas la protagoniza la caballería de Stapleton Cotton, que, «penetrando por entre las descompuestas filas, daba una de las cargas más brillantes, más sublimes y al mismo tiempo más horrorosas que pueden verse. (…) Los gritos de los jinetes, el brillo de sus cascos, el relinchar de los corceles que regocijaban en aquella fiesta sangrienta sus brutales e imperfectas almas, ofrecían espectáculo aterrador. Indiferentes como es natural, a las desdichas del enemigo, los corazones guerreros se endiosaban con aquel espectáculo. La confianza huye de los combates, deidad asustada y llorosa, conducida por el miedo; no queda más que la ira guerrera que nada perdona, y el bárbaro instinto de la fuerza, que por misterioso enigma del espíritu se convierte en virtud admirable».
La otra parte de la novela, las andanzas de Gabriel en busca de Inés, cumplen su función de ir atando los cabos que faltan para dejar ya tranquilos y felices a los héroes y a los lectores. El personaje de Miss Fly resulta demasiado artificial, por más que al autor le sirva para poner de manifiesto la visión sentimental y romántica que tenían de lo español algunos ingleses; también, de su capacidad de asombro ante lo que ven y que al español no le admira. Suenan demasiado empalagosas algunas declaraciones de Gabriel e Inés que llegan después de choques previos entre ambos debidos a que pretenden seguir cursos de acción distintos. La parte final le sirve al autor para introducir el que será un gran tema de los siguientes episodios: el peso de la masonería en la sociedad española de las siguientes décadas del siglo.
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