Supongo que Václav Hável tomó parte de los planteamientos que formula en El poder de los sin poder, de la vida y las palabras de Alexander Solzhenitsyn. En un momento dado dice allí Hável: «¿Por qué se expulsó a Solzhenitsyn de su patria? Ciertamente no porque representara una unidad de poder real; ciertamente no porque cualquier representante del régimen se sintiera amenazado por el peligro de que Solzhenitsyn le birlara el puesto. Su expulsión fue algo distinto: el intento desesperado de cegar esta peligrosa fuente de verdad, una verdad de la que nadie podría prever qué tipo de cambios podría suscitar en la conciencia de la sociedad y a qué sacudidas políticas habrían podido conducir a su vez estos cambios. El sistema postotalitario se comportó en consonancia con su modo propio: defensa de la integridad del mundo de la “apariencia” para defenderse a sí mismo».
En un apéndice del magnífico libro de memorias de Solzhenitsyn, Coces al aguijón, hay una entrevista de 1974 con él cuando estaba recién desterrado de la URSS, en la que, cuando le preguntaban cómo podían prestarle apoyo las personas que permanecían oprimidas en su país, respondía: «Con acciones físicas no, tan sólo negándose a mentir, NO PARTICIPANDO PERSONALMENTE EN LA MENTIRA. Que cada uno deje de colaborar con la mentira en todos los sitios donde la vea: le obliguen a decirla, escribirla, citarla o firmarla, o sólo a votarla, o sólo a leerla. En nuestro país la mentira se ha convertido no sólo en categoría ética, sino también en un pilar del Estado. Al apartarnos de la mentira, realizamos un acto ético, no político, no enjuiciable penalmente, que tiene una influencia inmediata en nuestra vida entera».
En mi plan de relecturas, la lectura de El poder de los sin poder me condujo a leer con calma Coces al aguijón, que no había leído en su totalidad años atrás, pero que sí había hojeado y del que sí recordaba ideas y situaciones, también por otras lecturas de y sobre Solzhenitsyn. En su primera parte habla el autor de su escritura clandestina durante décadas, de las vicisitudes para publicar Un día en la vida de Iván Denisovich, de las razones para el éxito que obtuvo ese libro al principio, de los intentos del régimen de convertirlo en un escritor dócil, y del temor que su conducta y sus publicaciones provocaron después. Luego tiene cuatro complementos, escrito uno en noviembre de 1967, otro en febrero de 1971, un tercero en diciembre de 1973, y un cuarto en junio de 1974, cuando acababa de ser expulsado de la URSS.
El libro es detallista, extenso, y en él aparecen muchos personajes, algunos de poco interés ya para muchos y otros más conocidos entre nosotros como Rostropóvich y Sajarov —un milagro que apareciera alguien como él, dice Solzhenitsyn, «un alma que buscaba la verdad», «en el avispero de la élite técnica a sueldo, vendida, sin principios, y encima en uno de sus nidos principales, secretos, cubiertos de bienes: cerca de la bomba de hidrógeno»—. Habla pormenorizadamente de todas las circunstancias que rodearon la concesión del Nobel en el año 1970, y de cómo se precipitó la publicación en Occidente de El Archipiélago Gulag y, con eso, su expulsión de la URSS.
La narración, a pesar de los ambientes asfixiantes que describe, respira buen humor y autoironía: «qué cosa tan pegajosa resultan ser unas memorias: mientras no estiras la pata, no las terminas. Todo el tiempo van pasando cosas nuevas, y hacen falta suplementos. Y maldiciéndome a mí mismo por mi pesada prolijidad, abuso del tiempo del lector y del mío». Las precauciones y maniobras del autor para realizar y preservar su trabajo, para ir ganando terreno frente a la intimidante maquinaria estatal, y los logros inesperados que alcanzó, ayudan a comprender por qué la escritora Lidia Chukövskaia calificaba a Solzhenitsyn, ya entonces, de hombre-epopeya, hombre-leyenda.
Lo anterior encaja con que, por momentos, el autor adopta un tono épico: «Pero vendrá nuestra hora, y saldremos de las profundidades del mar todos [los escritores rusos ocultos] a la vez, como los Treinta y Tres caballeros de la leyenda, y así renacerá nuestra gran literatura». Y, más adelante, dice: «Me fue concedido llegar con vida a esta dicha: asomar la cabeza y tirar las primeras piedrecitas a la estúpida cabezota de Goliat. A la cabezota no le pasó nada, las piedrecitas rebotaron, pero al caer en tierra, florecieron con estrellas de las nieves, y las recibieron con alborozo o con odio, más nadie pasó simplemente de largo».
Alexander Solzhenitsyn. Memorias (Coces al aguijón) (1975). Barcelona: Argos, 1977; 461 pp.; trad. de V. Lamsdorff; ISBN: 84-7017-337-5. [Vista del libro en amazon.es]