Indico algunos comentarios más de Claudio Magris, en Instantáneas, de los que tomé nota.
Esta observación acerca del arte de los iconos: «En la catedral de San Nicolás en San Petersburgo —la provincia se llama todavía Leningrado— apenas se entra, a la derecha, hay una pintura, una gran tabla con varios recuadros, todos obviamente de tema religioso y caracterizados por la maravillosa inmutabilidad de los iconos, no rígida detención del tiempo, sino eternidad de instantes llenos de gracia y de significado, que trascienden al tiempo y a su fugaz paso».
Observa y oye una discusión de una pareja mientras viaja en el tren, y comenta: «Creo que fue Karl Kraus quien inventó la expresión “la cosa peor es la palabra justa en la boca equivocada”. Por ejemplo —aunque se trata de ejemplos demasiado fáciles— la palabra “patria” en boca de un nacionalista o bien “Dios” en boca de un mojigato intolerante; “mamá” en boca del orador de un family day o “diversidad” invocada en cualquier marcha o desfile». Hay palabras en sí mismas justas e inteligentes que se vuelven inútiles y dañinas porque «para ser verdaderamente justas y provechosas tendrían que haber (…) salido, tal cual, de otra boca».
A propósito de una noticia sobre la censura de un cuento de Andersen, para limpiarlo de elementos cristianos, habla de que estamos en una etapa decisiva de la historia universal de la censura. Después de una exposición sobre modos de censura del pasado termina del siguiente modo bromista: «En el fondo, los editores que imponen —con frecuencia, parece, en Estados Unidos— un final feliz a una novela que el autor había terminado en tragedia o viceversa, según los cálculos de la audiencia del momento, hacen ya algo muy similar. Estas revisiones darían trabajo a legiones de literatos en paro. Incluso la historia de la literatura se enriquecería con todas estas variantes; cada artista transformado en Proteo, cada libro personalizado y prefabricado a medida del posible lector, una biblioteca de Babel multiplicada. Todos quedarían contentos, confirmados en sus propias expectativas y pretensiones y nunca cuestionados por sus convicciones. Un libro, decía Paul Valéry, ayuda a no pensar y, en el fondo del corazón, esto es lo que cada uno de nosotros desea con más fuerza».
Hablando de cómo el resentimiento es a veces «una llave de la historia, individual y general», comenta que «hay una boca ácida —de dolor de tripa, se dice en Trieste— que no siempre es sufrida experiencia del dolor, sino orgullosa renuencia a sentirse comprendidos y satisfechos, a diferencia de ese personaje recordado por Isaac Bashevis Singer en sus memorias de infancia, un pobre diablo en cuyo rostro «había siempre una expresión de satisfacción». Máximo el Confesor, teólogo y mártir cristiano del siglo VII, decía que la oscuridad y la tristeza ocultan con frecuencia un consciente o inconsciente rencor. Las grandes fes religiosas conocen bien el abismo del dolor, el sudor de sangre de la desesperación, pero no se deleitan en eso, al contrario, aman la alegría: la serenidad budista, la dicha franciscana, el Vidente de Lublin, un santo judeooriental que amaba a un pecador impenitente porque, a pesar de sus muchas caídas, había conservado intacta la alegría. (…) Solo cuando puedes volver a reír, decía un escrito que leí hace más de treinta años en la puerta de la catedral de Linz, has perdonado de verdad».
Claudio Magris. Instantáneas (Istantanee, 2016). Barcelona: Anagrama, 2020; 160 pp.; col. Panorama de narrativas; trad. de Pilar González Rodríguez; ISBN: 978-8433980557. [Vista del libro en amazon.es]