ANDERSEN, Hans Christian

ANDERSEN, Hans ChristianAutores
 

Escritor danés. 1805-1875. Nació en Odense. Hijo de un zapatero. Siendo joven se trasladó a Copenhague, donde se dedicó a escribir cuentos, novelas, poesía, trabajando hasta la extenuación y movido por unas enormes ansias de triunfo. Logró finalmente el éxito y el reconocimiento social, no sin muchas angustias. Viajó por toda Europa y entabló relaciones amistosas con DICKENS y los GRIMM. Falleció en Copenhague.


Cuentos completos
Son 4 tomos, el I incluye El cuento de mi vida (Mits Livs Eventyr, 1855, y añadidos hasta 1869). Madrid: Anaya, 1991; 319, 336, 320 y 319 pp.; col. Laurín; ilust. de Wilhelm Pedersen y Lorenz Frølich; trad., apéndice y notas de Enrique Bernárdez; ISBN: 84-207-3252-4; agotado.
Otra edición completa de la misma editorial, en cuatro volúmenes titulados La sirenita y otros cuentos, La pequeña cerillera y otros cuentos, Chiquilladas y otros cuentos, Peiter y Peter y otros cuentos, está en Madrid: Anaya, 2004; 1272 pp.; respectivamente, las ilustraciones son de: Elena ODRIOZOLA, Javier SÁEZ CASTÁN, Carmen Segovia y Pablo Auladell; ISBN: 84-667-4514-9.
Otras ediciones con selecciones de cuentos son:
—Cuentos de Andersen. Barcelona: Juventud, 2002, 15ª ed.; 239 pp.; col. Cuentos Universales; ilust. de Arthur RACKHAM; trad. de Alfonso Nadal; ISBN: 84-261-0273-5.
—Cuentos de Andersen. Madrid: Gaviota, 1993; 60 pp.; col. La Gaviota mágica; selección e ilustraciones de Lisbeth ZWERGER; trad. de Javier Franco; ISBN: 84-392-8880-8.

Andersen extrae sus más de 150 cuentos de la tradición popular, de antiguos relatos orientales, de sus viajes, de historias que le contaron, de pequeños sucesos de su vida… Unos hacen burla de los poderosos, como La princesa y el guisante o El traje nuevo del emperador. Otros ensalzan el amor y la abnegación, como La sirenita y El valiente soldadito de plomo. En otros se advierten rasgos autobiográficos: véanse Los zapatos rojos o El patito feo. Y en todos, a través de la emoción e incluso del patetismo, tiene un claro propósito didáctico pero no necesariamente hacia los niños, como se puede deducir de sus finales tristes o sus dobles significados, que una y otra vez insisten en que la felicidad se suele pagar con el precio del dolor. Esto es muy claro, por ejemplo, en relatos navideños como La niña de los fósforos y El abeto.


La princesa y el guisante
Un príncipe viaja por todo el mundo sin encontrar una princesa de su gusto: «siempre había algo que no estaba del todo bien». Hasta que un día llega una chica, un día de lluvia, que afirma ser una princesa de verdad. La anciana reina dice para sí un «ahora veremos»: pone «un guisante sobre el somier de tablas, luego cogió veinte colchones, los puso encima del guisante, y luego veinte edredones de plumas encima de los colchones». A la mañana siguiente, cuando le preguntan a la chica qué tal ha dormido y exclama: «terriblemente mal, no he podido pegar ojo en toda la noche», la familia real sabe que, en efecto, tienen delante una princesa de verdad.
El traje nuevo del emperador
Dos embaucadores afirman que poseen una tela que tiene «la propiedad de ser invisible para cualquier persona que no mereciera su cargo, o que fuera absolutamente tonta». Convencen así al rey y a la corte y se ponen a preparar un vestido para el rey. Quienes supervisan el trabajo de los embaucadores les siguen la corriente pues, de no hacerlo, quedarían como tontos o como personas que no están a la altura de su cargo. Cuando el rey sale de palacio bajo palio sólo un niño se atreve a decir la verdad: «¡No lleva nada encima!».
La sirenita
La más pequeña de varias hermanas sirenas desea por encima de todo conocer a los seres humanos. Cuando tiene quince años salva de morir ahogado a un príncipe y se enamora de él. Para poder acceder a él necesita tener un alma como los hombres, y para eso acude a la bruja del mar, que le propone un encantamiento por el cual la transformará en humana, pero no podrá hablar, sufrirá toda la vida un gran dolor al andar y pisar la tierra, no podrá volver a ser sirena, y morirá si no acaba casándose con el príncipe. La sirenita acepta las condiciones pero el príncipe, aunque siempre la tratará con afecto, ni siquiera se dará cuenta de su amor y contraerá matrimonio finalmente con otra.
El valiente soldadito de plomo
A un niño le regalan en su cumpleaños 25 soldaditos de plomo iguales menos uno que tiene una sola pierna. En la sala de los juguetes, el soldadito se fija en una doncellita colocada delante de un castillo de papel, pero un juguete rival provoca que se caiga por el balcón. Sucesivas coincidencias devuelven al soldadito a la sala de los juguetes, pero un niño lo echa a la chimenea y, entonces, un golpe de viento arrastra también al fuego a la bailarina. Al otro día encuentran algo que parecía un corazón de plomo entre las cenizas.
El patito feo
Uno de los huevos que incuba una pata tarda en romper. Al final sale un patito enorme que resulta mucho más torpe que los demás. Eso le vale recibir burlas pero la madre-pata responde a quienes le hacen notar su fealdad que «tiene buen carácter y nada estupendamente, igual que cualquiera de los otros». Debido al sufrimiento que todo esto le causa, el patito acaba huyendo y teniendo encuentros con distintos animales hasta que ve unos pájaros grandes muy hermosos y ve también su propio reflejo…
Los zapatos rojos
Karen es una niña delicada que se obsesiona con unos zapatos rojos y que, cuando recibe la confirmación, no hace más que pensar en ellos. Desobedece la prohibición de que se los ponga y, entonces, un soldado le echa un encantamiento por el que los zapatos la obligarán a bailar continuamente y no podrá quitárselos.
La niña de los fósforos
Un día de Navidad, una niña busca la luz y el calor de los pequeños fósforos que había intentado sin éxito vender durante el día.
El abeto
El protagonista es un abeto que, después de ser protagonista una Navidad, es abandonado y, al final, en sus recuerdos sólo conserva los de su verde juventud en el bosque, aquella Nochebuena en la que fue el centro de atención de todos y el único cuento que oyó precisamente allí...

El autor danés renovó el cuento tradicional imprimiéndole un sello propio: una gran capacidad para ennoblecer y embellecer el sufrimiento. Nunca pretendió, simplemente, «contar cuentos», pero el éxito que obtuvo con ellos le indicó que «había hallado el camino para llegar a todos los corazones». Ese camino pasaba por escribir los cuentos como si los contase a un niño, evitando las palabras abstractas, recurriendo a imágenes claras, usando un estilo llano y familiar, humanizando los objetos inanimados o familiares con enorme habilidad. La ingenuidad aparente de dirigirse a los lectores se debe a que sus relatos están escritos para ser leídos en voz alta, cosa que Andersen mismo hacía magistralmente. De ahí los abundantes giros idiomáticos, el recurso frecuente a las repeticiones y a las yuxtaposiciones, el uso de los puntos suspensivos y de las pausas: es la forma de avivar la imaginación del lector o del oyente. Uno de sus rasgos distintivos es cómo emplea distintos narradores y observadores: procura seguir la historia por medio de quien hubiera visto lo que se cuenta y de ahí que los pájaros aparezcan muchas veces como espectadores. Otro, que, en sus cuentos, las plantas son plantas y los animales siguen siendo animales, aunque les dote de algún significado humano; en cambio, sus personajes humanos tienen profundidad psicológica. Y de más está decir que su calidad está muy por encima del reproche de misoginia que algunos detractores le hacen, basados en que las figuras femeninas que pinta, salvo la de la madre, no suelen ser positivas.

Cómo encontrar historias que contar

Aunque los cuentos comentados ya lo indican de sobra, se pueden poner más ejemplos de cómo Andersen parece haberse propuesto enseñarnos a ver más allá de la superficie de las cosas, a saber observar la riqueza profunda de la realidad.

Así, cuando en el desenlace de La doncella de los Hielos (Iisjomfruen, 1861), el protagonista sufre un accidente fatal, el narrador lo cuenta del siguiente modo:

«—¡Eres mío! —se pudo oír en las profundidades—. ¡Eres mío! —podía oírse en las alturas, desde el infinito.
¡Qué hermoso volar de un amor a otro, de la tierra al cielo!

Se rompió una cuerda, sonó una nota fúnebre, el beso helado de la muerte había vencido a lo perecedero.

Acababa el prólogo para que pudiera empezar el drama de la vida, la discordancia se había resuelto en armonía.

¿A esto lo llamáis una historia triste?».

Otro ejemplo, algo diferente, lo encontramos en el relato titulado Lo que se puede imaginar (Hvad man kan hitte paa, 1869), cuando un poeta se queja:

«—¡Todo está escrito! —dijo él—. ¡Nuestra época no vale la pena!

—¡Qué va! —dijo la mujer—. En los viejos tiempos quemaban a las curanderas, y los poetas andaban por ahí con las tripas vacías y agujeros en el codo. Esta época es estupenda, es la mejor. Pero tú no ves bien las cosas, no has afinado tu oído y nunca rezas el padrenuestro por las noches. Hay un montón de cosas de las que hacer poesía en cualquier metro que quieras, y cosas que contar, si es que sabes contar historias. Las puedes sacar de las plantas de la tierra, extraerlas del agua corriente y del agua estancada, pero tienes que saber hacerlo, tienes que saber cazar un rayo de sol. Pruébate mis gafas, ponte mi trompetilla en el oído, reza a nuestro Señor, y deja de pensar solo en ti.

Lo último era muy difícil, más de lo que podía pedir una curandera».

Bibliografía:
Monográfico sobre Andersen. Revista CLIJ, n. 44, I.1993.


31 enero, 2006
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