Un príncipe viaja por todo el mundo sin encontrar una princesa de su gusto: «siempre había algo que no estaba del todo bien». Hasta que un día llega una chica, un día de lluvia, que afirma ser una princesa de verdad. La anciana reina dice para sí un «ahora veremos»: pone «un guisante sobre el somier de tablas, luego cogió veinte colchones, los puso encima del guisante, y luego veinte edredones de plumas encima de los colchones». A la mañana siguiente, cuando le preguntan a la chica qué tal ha dormido y exclama: «terriblemente mal, no he podido pegar ojo en toda la noche», la familia real sabe que, en efecto, tienen delante una princesa de verdad.
31 enero, 2006