The Victorian Age in Literature, de Chesterton, es una obra de historia y crítica literaria (no editada en España que yo sepa) que resulta todo un alarde de conocimientos de los puntos débiles y los fuertes de cada escritor o poeta inglés del XIX, y un poderoso análisis de las líneas de fuerza que configuraban la sociedad inglesa de ese siglo.
Chesterton comienza su libro a partir de la muerte de William Cobbett y lo termina con Stevenson, a quienes años más tarde dedicará sendas biografías. Previene al lector de su tendencia inevitable a que las figuras se le queden pequeñas dentro de un paisaje demasiado grande; y le advierte que su modelo para mostrar lo que ha sucedido no es ir dejando las cosas atrás, como en una carretera, sino revelar el despliegue de la vida, como en un árbol que crece a partir de sus raíces. Empieza con los años en los que triunfa el utilitarismo, un modo de vivir contra el que muchos escritores reaccionaron incluso sin saberlo; y termina con el movimiento decadentista encabezado por Oscar Wilde, cuando crecen la popularidad del pensamiento darwinista y las ideas socialistas. Al margen de las grandes líneas que Chesterton apunta, imposibles de discutir sin ponerse a su nivel de conocimientos de la historia de la época y de los autores que trata, son muchas las observaciones particulares de interés incluso para quien se vea desbordado por el torrente de ideas y de agudezas del autor.
Por ejemplo, es notable la forma en que Chesterton explica la superioridad de las mujeres novelistas de la época. Después de agudas reflexiones acerca de las Charlotte Brontë, su hermana Emily, y George Eliot, a quienes distingue bien de su predecesora Jane Austen, habla de cómo sus novelas, y la novela moderna en general, tratan acerca de una parte de la existencia humana que siempre ha sido un reino propio de las mujeres: la capacidad de apreciar las diferentes personalidades en todos sus matices, el talento no tanto para sentir lo que otros sienten como para sufrir lo que otros sufren, el interés atento por esos rincones de la vida que nos parecen menos vistosos.
Otra consideración a retener es la de que las mayores originalidades de la época victoriana fueron la literatura infantil y el descubrimiento de un nuevo tipo de literatura humorística. De la primera el representante genuino fue George Macdonald, a quien Chesterton describe como un calvinista optimista con el talento de recrear en sus relatos todo el encanto de los cuentos de hadas. El segundo es el «nonsense», un tipo de humor que no busca tanto entretener a niños como conseguir que los adultos vuelvan a recobrar su infancia, cuyos autores clave fueron Lewis Carroll y, más aún, Edward Lear; y es que, dice Chesterton, lo que Goethe no había enseñado a los alemanes nunca, Byron consiguió que los ingleses lo aprendieran: a no tomarse a sí mismos demasiado en serio.
Una pincelada de otra clase, que Chesterton reitera varias veces, es la de lo absurdo que resulta usar el término «precursor» en historia o en literatura. Explica Chesterton que tal calificativo fue inventado para Juan Bautista pues es obvio que sólo se puede aplicar con propiedad en un contexto real o supuestamente divino: de otro modo el precursor sería realmente el fundador. Pero usar este término en la realidad no tiene sentido: porque muchos llamados precursores no querrían tener nada que ver con lo que se les atribuye que han anunciado; porque ha sucedido una y otra vez que algún movimiento social o literario fue sugerido antes por alguien; y sobre todo porque llamar precursor al anunciante es como decir que fue una especie de esclavo que iba corriendo delante de un ejército avisando de su llegada. Intuyo que Borges dedujo de aquí su ingenioso comentario de que los genios crean a sus precursores.
G. K. Chesterton. The Victorian Age of Literature (1913).