BRONTË, Charlotte

BRONTË, CharlotteAutores
 

Escritora británica. 1816-1855. Nació en Thornton, Yorkshire. Era hija de un clérigo anglicano, la tercera de seis hermanos: las dos mayores fallecieron de tuberculosis cuando tenían diez y doce años. Al morir su madre fue a un internado. Con su hermana Emily estudió en un pensionado de Bruselas, con la intención de organizar luego su propia escuela. Cuando publicó Jane Eyre, alcanzó una gran popularidad que hizo que sus otras tres novelas fueran también un éxito. Falleció en Haworth.


Jane Eyre
Madrid: Cátedra, 1996; 586 pp.; col. Letras Universales; edición de María José Coperías; trad. de Elizabeth Power; ISBN: 84-376-1449-X. Otra edición en Madrid: Alianza, 2012; 656 pp.; col. 13/20; trad. de Elizabeth Power; ISBN: 978-84-206-6494-1. Otra edición en Barcelona: Alba, 2016; 694 pp.; col. Minus; trad. de Carmen Martín Gaite; ISBN: 978-8490651933. [Vista del libro en amazon.es]

La huérfana Jane Eyre vive con su tía y sus primas. Cuando se rebela por el mal trato que recibe, la mandan al internado de Lowood. Allí sufre al reverendo Brocklehurst, pero aprende mucho de su compañera Helen Burns y de la directora del colegio, la señorita Temple. Pasa ocho años en Lowood, los dos últimos como profesora. Con dieciocho años es contratada en Thornfield Hall para cuidar de Adèle, una niña que depende del dueño de la casa, Edward Rochester. Las relaciones de Jane con Rochester evolucionan hacia el enamoramiento, pero cuando se van a casar y se descubre que Rochester tiene una esposa loca, Jane se marcha. Es recogida por los hermanos Rivers: dos hermanas y el pastor St. John, que propone a Jane que se case con él.


Villette
Madrid: Rialp, 2002, 4ª impr.; 462 pp.; col. Narraciones y novelas; trad. de Miguel Martín; ISBN: 84-321-3104-0. Hay otra edición en Barcelona: Alba, 2005; 646 pp.; col. Clásica maior; trad. de Marta Salís; ISBN: 84-8428-283-X. Y otra, también en Alba, 2014; 548 pp.; ISBN: 978-8490650066. [Vista del libro en amazon.es]

Lucy Snowe, una chica sin recursos y sin familia, deja Inglaterra y se instala como profesora en la escuela de Madame Beck, en el pueblo francés de Villette. Ella misma narra su historia, sus relaciones con la fría madame Beck, con los demás profesores y en especial con el orgulloso monsieur Paul, con sus alumnas, con el médico John Graham Bretton y su madre. Su carácter discreto y tenaz le sirve para ir saltando los obstáculos que va encontrando, y poco a poco acaba siendo el centro de las relaciones de otras personas.



Las novelas de Charlotte Brontë tienen muchos elementos autobiográficos. Unos están tomados de lugares y personajes que conoció en su infancia y juventud: las estancias de Charlotte en un internado siendo pequeña, y en el pensionado de Bruselas más adelante, tienen su correspondencia con Lowood en Jane Eyre, y con la casa de Madame Beck en Villette. Otros rasgos de sus heroínas desvelan mucho acerca de cómo era ella misma y cómo le habría gustado ser. Las dos novelas citadas tienen en común estar narradas en primera persona y por un personaje parecido, unas minuciosas descripciones y unas imágenes ricas, una ironía dickensiana y un lenguaje sugerente que hace adivinar más de lo que dice. Las dos son también historias de aprendizaje, de viajes hacia la madurez, pero Jane Eyre habla más de la niñez, es más popular por su final feliz, y carga más la mano en los rasgos góticos: casa misteriosa, personajes locos encerrados, luces y apariciones nocturnas fantasmales, alguna extraña manifestación para-normal… Como Jane Eyre, Villette tiene también coincidencias folletinescas, pero es más realista cuando el argumento evita el enamoramiento a lo David Copperfield que parece insinuar en algunos momentos el relato, o cuando el desenlace final no es el más feliz de los posibles.

La cultura literaria de las hermanas Brontë era muy amplia, como se puede ver en las alusiones que contienen sus novelas. En Jane Eyre, en particular, son numerosísimas las citas de la Biblia, de Shakespeare, de libros tan populares como el The Pilgrim´s Progress (1678) de John Bunyan; son explícitas las menciones de Walter SCOTT, y son abundantes las referencias argumentales a cuentos como Cenicienta, La Bella y la Bestia, Barba Azul, El Patito Feo Además, en lo que contiene de libro autobiográfico, son interesantes los frecuentes comentarios de libros infantiles (o que leían los niños) que gustaban a las hermanas Brontë, como Los viajes de Gulliver o como los libros de grabados de BEWICK, en los que «cada imagen contaba una historia, a menudo misteriosa para mi comprensión rudimentaria y mis sentimientos imperfectos, pero fascinante a pesar de ello». «Con el Bewick en mi regazo, dice Jane Eyre, era feliz, por lo menos feliz a mi manera». Por el contrario, cuando Brocklehurst le da un libro titulado La Guía de los Niños le indica: «Léelo piadosamente, en especial la parte que trata de “la historia de la muerte terriblemente repentina de Martha G…., una niña mala entregada a la falsedad y la mentira”».

Sentimientos en el redil del sentido común

Charlotte Brontë echaba de menos pasiones más vivas en las novelas de Jane Austen. Pero aunque pusiera más exaltación en las suyas, lo cierto es que sus heroínas son todo un ejemplo de control sentimental. Así, cuando Jane teme que haya una relación entre Rochester y la bella Blanche, dice: «Miré dentro de mi corazón para examinar mis pensamientos y sentimientos, e intenté devolver, con mano dura, al seguro redil del sentido común los que se habían desviado hacia los parajes sin lindes y sin senderos de la imaginación». Y, continúa más adelante, «poco tiempo después, tuve ocasión de felicitarme por la tarea de sana disciplina a la que había sometido mis sentimientos; gracias a ella, pude enfrentarme a los sucesos posteriores con una serenidad que, de no estar preparada, habría sido incapaz siquiera de aparentar externamente».

Y, en el diálogo de aclaraciones entre Rochester y Jane, ésta cuenta cómo «mientras hablaba (Rochester), me traicionaron la Conciencia y la Razón, acusándome de cometer un crimen al resistirme a él. Hablaron casi tan alto como el Sentimiento, que clamaba con frenesí. “¡Obedécele!”, gritó. “Piensa en su desdicha, piensa en los peligros: mira cómo se pone cuando lo dejan solo, recuerda su naturaleza temeraria, piensa en la imprudencia que sigue a la desesperación. Cálmalo, sálvalo, ámalo: dile que lo quieres y que serás suya. ¿A quién le importas tú? ¿Quién se molestará por lo que tú hagas?”

La respuesta fue indomable: “A mí me importa lo que hago. Cuando más solitaria, sin amigos y sin apoyo, más me respetaré a mí misma. Observaré la ley de Dios, sancionada por el hombre. Sostendré los principios que seguía cuando estaba cuerda, antes de estar loca como lo estoy ahora. Las leyes y los principios no son para los momentos en los que no hay tentaciones; son para momentos como éste, cuando se rebelan el cuerpo y el alma contra su severidad. Son rigurosos, pero no los violaré. Si pudiera incumplirlos según mi conveniencia personal, ¿qué valor tendrían? Tienen un valor, siempre lo he creído, y si no lo puedo creer ahora, es porque estoy loca, totalmente loca, con fuego en las venas y el corazón latiéndome tan deprisa que no puedo contar los latidos. Todo lo que tengo para sustentarme en este momento son las opiniones preconcebidas y las resoluciones predeterminadas, y en ellas me apoyo”».

Ocultando con flores las cadenas

Villette contiene valiosas y permanentes observaciones acerca de la educación. Cuando Lucy Snowe conoce a Ginevra comenta: «He tenido ocasión de detectar en otras personas poseedoras de una frivolidad al estilo de Ginevra —con su mismo carácter despreocupado y su belleza frágil y ligera— una absoluta incapacidad para sufrir. Parecen agriarse en la adversidad como la cerveza floja cuando truena. El hombre que toma por esposa a una de estas mujeres debe estar preparado para garantizarle una existencia soleada». El talante sensato de Lucy Snowe sufre cuando, al dar clases a las chicas, «empecé a comprender la abismal diferencia que hay entre la adolescente idealizada por el poeta o el novelista y la mencionada adolescente tal y como es en realidad».

Y aunque no establece ninguna relación causa-efecto entre los resultados y la educación que se impartía en su pensionado, el lector quizá pueda detectarla: «¡Qué extraño, travieso y ruidoso era el pequeño mundo de aquella escuela! Allí se esforzaban mucho por ocultar con flores las cadenas. Se permitía una sensual indulgencia (por decirlo así) como compensación a la rígida coacción mental. Cada espíritu se hallaba en esclavitud, pero para evitar que la reflexión se apercibiera de este hecho, se aprovechaba todo pretexto para suscitar diversiones físicas y se lo exprimía al máximo. Se procuraba criar a las alumnas robustas de cuerpo, débiles de carácter, gordas, frescas, sanas, alegres, ignorantes, reflexivas y poco interrogadoras. “Comed, bebed y vivid” parecía el lema de aquella institución. Cuidad de vuestro cuerpo y dejad vuestra inteligencia a cargo de la escuela, que la formará y la guiará».


2 octubre, 2008
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