Leí hace poco la biografía de J. D. Salinger titulada Una Vida Oculta, de Kenneth Slawenski. Me interesó porque, aunque había leído sus obras, no conocía muchos pormenores de su vida y de la publicación de sus relatos y novelas. Aunque Salinger no acabe siendo un personaje particularmente atractivo, la biografía señala bien cómo sus rarezas y su reclusión tenían una lógica que se arraigaba en su historia y en su forma de comprender la creación literaria. Dejando de lado cuestiones tan interesantes como la falta de olfato de varios importantes editores y de críticos que no recibieron bien sus relatos —personas que no percibían «la incomparable capacidad de obras como El guardián para hablar al lector a un nivel tan personal que hace que el autor desaparezca por completo», personas que pronosticaban que Franny y Zooey sería un fracaso cuando hoy está considerada una obra maestra—, indico tres puntos que ayudan a entender a Salinger.
Uno, su historia durante la segunda Guerra Mundial: participó en el día D y, «de todos los regimientos estadounidenses que sirvieron en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, el de Salinger sufrió la más alta cifra de bajas»; después «tomó parte en la liberación de las víctimas del complejo de campos de concentración de Dachau»; más adelante fue reclutado para el Servicio de Inteligencia, experiencia de la que nunca habló por lo que no se sabe qué labores se le pedían. Hay constancia de que, «a lo largo de la guerra, Salinger se condujo con profesionalidad. Su servicio fue honorable. Nunca abandonó a sus hombres, nunca se derrumbó bajo presión ni faltó a su deber en momentos de necesidad». El biógrafo afirma que «fue una pesadilla que, una vez vivida, se transformó en un dolor indeleble. “Puedes vivir una vida entera —se lamentaba Salinger— sin librarte jamás del olor de la carne quemada”. «A través de sus escritos, buscó respuestas a las preguntas que sus experiencias en la guerra le habían planteado, preguntas de vida o muerte, preguntas sobre Dios y sobre lo que somos los unos para los otros».
Otro, que Salinger luchó siempre por escribir sin interponerse nunca entre el lector y la historia, que buscaba ocultar su propio yo para permitir que el lector conectara directamente con el personaje, que tenía la gran habilidad de transmitir mensajes y emociones múltiples mediante palabras sencillas. Pero ese don de Salinger para poner a sus personajes en contacto directo con el lector, que se apoyaba en su precisión estilística y en la naturalidad con que hacía fluir los diálogos, era el resultado de mucho trabajo: uno de sus editores, nada menos que William Maxwell, decía que Salinger escribía «con infinita laboriosidad, infinita paciencia e infinita atención a los aspectos técnicos, y no permitía que nada de eso se notase en la versión final»; y los «escritores así van derechos al cielo cuando mueren y sus libros no son olvidados».
Otro más, que «los relatos de Salinger se nutren del puro deleite de la infancia. Sus escritos evidencian la opinión de que los niños están más cerca de Dios que los adultos, lo cual les permite amar de forma más perfecta, ajenos a las divisiones creadas por los mayores para separarse los unos de los otros. Dado que los niños gozan de una posición tan elevada en las obras de Salinger, la pureza espiritual de los personajes adultos puede medirse por su cercanía a los niños que los rodean». El biógrafo también indica, y creo que es una buena manera de presentar buena parte de los relatos de Salinger, que tanto en el autor como en algunos de sus personajes, sobre todo Holden Caulfield, la tragedia es la misma: la inocencia amenazada.
Kenneth Slawenski. J. D. Salinger. Una Vida Oculta (J.D. Salinger: A Life Raised High, 2010). Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2010; 549 pp.; trad. de Jesús de Cos Pinto; ISBN: 978-8481098877. [Vista del libro en amazon.es]