Esta buena reseña de José María Guelbenzu sobre La llama inmortal de Stephen Crane, de Paul Auster, me ahorra comentarios. Estamos ante una obra monumental de crítica literaria pues, sobre todo, Auster detalla los méritos de cada una de las obras de Crane siguiendo el hilo de su azarosa vida. El hecho de que la crítica literaria sea tan pormenorizada da mucho valor al libro y provocará el entusiasmo de un público fiel pero, sin duda, minoritario. En esta nota solo quiero dejar constancia de algunos comentarios de Auster de la novela más popular de Crane, La roja insignia del valor.
Dice que «la novela bélica más famosa de nuestra literatura no es tanto un libro sobre la guerra como un análisis de los efectos de la guerra en una mente joven»: Crane la definió como un «retrato psicológico del miedo». Su originalidad estuvo en que Crane renunció en ella a los elementos de cualquier otra novela bélica del siglo XIX —motivos de la guerra, cuestiones políticas o estratégicas, ni una sola mención a Lincoln o a la esclavitud, etc.—, y eligió contar las cosas con «una sola perspectiva narrativa, severamente limitada (…), los ojos, oídos y pensamientos del protagonista», y eligió situarla en un «angustioso paisaje de cielos grandiosos que todo lo abarcan, árboles imponentes, terreno accidentado y desigual, luz en perpetuo cambio, ríos, campo abierto, el humo cegador de los disparos y bosques oscuros, laberínticos: reinos demoníacos donde acecha un ejército fantasma de dragones invisibles».
Continúa explicando Auster que, «hasta Crane, ningún autor que escribiera en lengua inglesa había intentado una reducción de elementos tan audaz: componer una novela bélica sin digresiones ni tramas secundarias, sin los adornos sentimentales de una historia de amor cerniéndose entre bastidores, limitándose exclusivamente al combate que libran los soldados rasos, a eso y nada más». Hace notar que el narrador nunca dice la edad de los personajes, ni menciona sus nombres, que solo aparecen cuando los soldados se dirigen unos a otros; y que, dentro de su diseño general, son poco más que «sugerencias, manchas oscuras que salpican el lienzo». Indica que las «referencias al color del uniforme de los soldados, gris y azul, (…) no solo apuntan a la guerra en cuestión sino que además contribuyen a poner de relieve la primacía del color en la obra de Crane, de tan abundante cromatismo».
En otro momento Auster se detiene a mostrar que la novela tiene tres elementos: el paisaje, los camaradas del protagonista, sus pensamientos, que son el corazón de la novela. A ellos hay que sumar un cuarto, un narrador que, aunque por supuesto habla de batallas reales, se centra solo en el combate que Henry libra consigo mismo. Al final, Crane logra «un libro de tan extrema compresión que cada párrafo es esencial. No hay relajación, ni material superfluo ni pasaje que desvíe la atención de la esencia de la historia». Por eso, y por la combinación de dos cualidades, la visual y la psicológica, fue un libro que causó tanto revuelo cuando se publicó y que nunca ha estado descatalogado desde entonces, «no por la historia que cuenta sino por cómo la cuenta».
Paul Auster. La llama inmortal de Stephen Crane (Burning Boy: The Life and Work of Stephen Crane, 2021). Barcelona: Seix Barral, 2021; 1033 pp.; col. Los Tres Mundos; trad. de Benito Gómez Ibáñez; ISBN: 978-84-322-3905-2. [Vista del libro en amazon.es]