Escritor norteamericano. 1871-1900. Nació en Nueva Jersey. Considerado un «niño prodigio» de la literatura, fue periodista en Nueva York. Le influyó Hamlin GARLAND, a quien conoció en 1891. Desde 1898 vivió en Inglaterra, donde trató a Henry JAMES y a Joseph CONRAD. Murió de tuberculosis, siendo muy joven, en Alemania.
El rojo emblema del valorMadrid: Anaya, 1981; 223 pp.; col. Tus libros; ilust. de
Charles Mozley; trad. de Micaela Misiego; apéndice de Leopoldo Mateo; ISBN: 84-207-4256-2. Nueva edición en Madrid: Anaya, 2013; 208 pp.; col. Tus Libros-Selección; ilust. de Enrique Flores; ISBN: 978-8466726382. [
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En un episodio de la batalla basada en la que sucedió en Chancellorsville, Virginia, del 1 al 3 de mayo de 1863, el joven soldado Henry Fleming entra por primera vez en combate y, sin poder dominar su miedo, huye. Después recuperará el ánimo e intervendrá en otras acciones con arrojo.
Se califica El rojo emblema del valor de novela naturalista, no tanto porque contenga descripciones literales como porque muestra la crudeza de la guerra, pero a través de la mirada del protagonista. Se la llama también impresionista, porque Crane ofrece una visión fragmentada de la realidad, como a base de sucesivos brochazos. Este modo de narrar que armoniza fondo y forma, con un vocabulario rico y poético para las descripciones, y realista para el modo de hablar de los soldados, fue una gran novedad en su tiempo e inauguró el subgénero de las novelas de guerra «realistas», en las que se huye del tono épico y del ambiente romántico, y en las que se acentúa lo psicológico. Crane detalla el mundo interior de Henry Fleming y su evolución desde una inicial acción cobarde hacia una mayor madurez… Aunque la ironía del autor también quiere hacernos notar el carácter ambiguo de algunas acciones que llamamos heroicas.
En su Introducción a la literatura norteamericana (Madrid: Alianza, 1999), Jorge Luis Borges y Esther Zemborain de Torres Duggan comentan así el libro: «La soledad de cada soldado durante la batalla, su total ignorancia de la estrategia que dirige la acción, sus vaivenes de coraje y miedo, su estupor al comprobar el poco tiempo que ha durado una carga de infantería, que le ha parecido interminable, y el escaso terreno que ha conquistado, “el valiente sueño de hombres cansados”, son algunas de las muchas cosas que encierra este vívido libro. Su único pecado es acaso un exceso de metáforas».
Crane, que construyó la novela sin haber participado en la guerra, fue, años después, corresponsal en la guerra greco-turca y en la hispano-norteamericana por Cuba, con el afán de comprobar la exactitud de lo que había narrado, y manifestó que no necesitaba cambiar nada. Al respecto pueden leerse sus relatos sobre la guerra de Cuba, genéricamente titulados Heridas bajo la lluvia (Wounds in the Rain, 1900).
Había llegado el momento
Antes de la batalla: «El sol esparció sus rayos reveladores y uno a uno surgieron a la vista los regimientos, como hombres armados acabados de nacer de la tierra. El muchacho se dio cuenta de que había llegado el momento. Estaba a punto de ser puesto a prueba. Por un instante se sintió como un chiquillo ante esta gran prueba y le pareció que los músculos que envolvían su corazón tenían la delgadez del papel».
En la batalla: «Los hombres, inclinándose y elevándose en su prisa y en su rabia, se hallaban todos en actitudes imposibles. Las baquetas de acero rechinaban y chirriaban con ruido incesante, cuando los hombres las empujaban dentro de los calientes cañones del fusil. Las tapas de las cajas de cartuchos estaban todas abiertas y cabeceaban estúpidamente a cada movimiento. Los rifles, una vez cargados, eran apoyados en los hombros y disparados sin puntería aparente hacia el humo o hacia una de las formas desdibujadas y movedizas, que habían ido haciéndose más y más grandes en el campo que se extendía ante el regimiento, como marionetas que se mueven bajo la mano de un prestidigitador».
Huida: «Echó a correr hacia la retaguardia a grandes saltos. Había perdido la gorra y el fusil; su chaqueta desabrochada se hinchaba con el viento; la cubierta de su caja de cartuchos cabeceaba frenéticamente y la cantimplora, sujeta con una delgada cuerda, se balanceaba tras él. Tenía en la cara el horror de todo lo que se imaginaba».
Remordimientos: «A veces le parecía que las personas con cuerpos lacerados debían ser peculiarmente felices. Deseaba que él también hubiera podido ostentar una herida, un rojo emblema de valor».
Más información, sobre la vida y las obras de Crane, está en La llama inmortal de Stephen Crane, un extenso libro de Paul Auster.
21 diciembre, 2006