CONRAD, Joseph

CONRAD, JosephAutores
 

Escritor inglés de origen polaco. 1857-1924. Nació en Berdichev, un pueblo de la actual Ucrania, en una familia de la nobleza polaca. En 1874 se fue a Marsella. Desde allí viajó mucho en barco y, a partir de 1878, permaneció dieciséis años en la marina mercante británica enrolado en un carguero. Instalado ya en Inglaterra, desde 1894 se dedicó a escribir. Fue amigo de Henry JAMES, H. G. WELLS, Stephen CRANE y otros escritores famosos. Falleció en Bishopsbourne, cerca de Canterbury.


Juventud
Ediciones que también contienen La línea de sombra:
Madrid: Anaya, 1989; 217 pp.; col. Tus libros; ilust. de José Luis Largo; trad., apéndice y notas de Vicente Muñoz Puelles; ISBN: 84-207-3311-3.
Nueva edición en Madrid: Anaya, 2003; 205 pp.; col. Tus libros-Selección; ilust. de Enrique Flores; ISBN: 84-667-2480-7. [Vista del libro en amazon.es]

En una reunión de amigos, un marino de cuarenta y dos años llamado Marlow, narra un viaje que hizo cuando tenía veinte años, a bordo de un barco llamado «Judea». «Debajo del nombre en grandes letras tenía […] una especie de escudo de armas, con la divisa “Hazlo o muere”. Recuerdo que me impresionó profundamente. Había algo de novelesco en todo aquello, algo que me hacía querer al viejo armatoste, algo que apelaba a mi juventud.»


El corazón de las tinieblas
Barcelona: Juventud, 1991; 124 pp.; col. Narrativa breve; trad. de Mónica Salomón; ISBN: 84-261-2544-1.
Otra edición en Madrid: Alianza, 2013; 208 pp.; trad. de Araceli García Ríos e Isabel Sánchez Araujo; ISBN: 978-8420678412.

En un viaje fluvial por el Támesis, un tipo habla de sus compañeros brevemente, evoca las grandezas pasadas del río…, y es interrumpido: «y éste ha sido también —dijo de pronto Marlow— uno de los lugares oscuros de la Tierra». Y Marlow se convierte ya en el narrador de su propia historia: qué significó su trabajo en el Congo para una compañía que comerciaba con marfil, cómo cambió su comprensión de la vida después de conocer allí a un magnético y misterioso personaje, de nombre Kurtz, jefe del establecimiento interior que la empresa tenía en medio de la selva.


La línea de sombra
Ediciones que también contienen Juventud: Madrid: Anaya, 1989; 217 pp.; col. Tus libros; ilust. de José Luis Largo; trad., apéndice y notas de Vicente Muñoz Puelles; ISBN: 84-207-3311-3. Otra en Madrid: Anaya, 2003; 205 pp.; col. Tus libros-Selección; ilust. de Enrique Flores; ISBN: 84-667-2480-7. [Vista del libro en amazon.es]
Nueva edición en Madrid: Alianza, 2016; 168 pp.; col. El libro de bolsillo; trad de Javier Alfaya Bula y Javier Alfaya Mcshane; ISBN: 978-8491044437. [Vista de esta edición en amazon.es]

Historia del primer mando de un joven capitán de barco que, al ser nombrado, relata que «una súbita pasión, hecha de ávida impaciencia, corrió por mis venas y provocó en mí la sensación, que no he vuelto a experimentar con tal brío, de la intensidad de la vida». Esa percepción de la intensidad de la vida, la define el narrador en otro momento como «la esencia de las aspiraciones juveniles».



Conrad es un escritor muy personal al que se incluye con frecuencia entre los novelistas de aventuras, con la mayoría de los cuales, sin embargo, tiene un escaso parecido de familia. Las diferencias empiezan por sus intenciones, que sintéticamente formula en el prólogo que pone a su obra El negro del Narcissus, y continúan por el cuidado extremo del estilo. Conrad es riguroso y exacto en la elección de las palabras para encontrar armonía entre forma y contenido, para facilitar un tránsito fluido entre la interioridad y la acción externa. Así, en medio de un incendio, Marlow habla del encanto de la juventud, «el fuego de la juventud, más deslumbrante que las llamas del barco, derramando su luz mágica sobre toda la tierra, brincando audazmente hacia el cielo, para luego ser apagado por el tiempo, más cruel, más despiadado y más amargo que el mar, y, como las llamas del barco, rodeado por una impenetrable noche».

Otra clara distinción es el significado profundo que Conrad busca en los sucesos: «Ya sabéis que hay ciertos viajes que parecen concebidos para ilustrar la vida, que se erigen como símbolos de la existencia. Luchas, trabajas, sudas, casi te matas, y a veces te matas realmente, intentando conseguir algo, y no puedes». Conrad utiliza imágenes recurrentes para mostrar sus ideas: así, el timonel y la oscuridad, que no está sólo fuera sino también dentro. En Conrad, como en MELVILLE, la aventura es un pretexto para describir a héroes solitarios que intentan cumplir con su deber bajo circunstancias duras y a veces insoportables, que se dan cuenta de la necesidad de unas convicciones morales firmes para que su vida no se desmorone. «Pienso a veces que el hombre ha nacido para los problemas, para los barcos que hacen agua, para los barcos que arden.»

En Juventud, Conrad es sentimental y realista, irónico y serio. Elogia y añora la juventud que pasó y, a la vez, amablemente se burla de sus ambiciones y esperanzas. «¡La juventud, siempre la juventud! La tonta, encantadora y hermosa juventud». Utiliza estribillos que subrayan y ponen el acento en la nostalgia, en el sentido épico, o en la broma. Así, en medio de su narración, Marlow exclama: «¡Oh, juventud! Su fuerza, su fe, su imaginación. Para mí, el barco no era un viejo vehículo desvencijado que transportaba por el mundo un flete de carbón; para mí era el esfuerzo, el examen, la prueba de la vida. Pienso en él con placer, con afecto, con añoranza, como se recuerda a un muerto al que se ha querido. Nunca lo olvidaré… Pasa la botella».

En El corazón de las tinieblas, un relato basado en la experiencia personal del viaje al Congo que hizo en 1890, Conrad intenta ir al fondo de algunas verdades ocultas: la deshumanización del hombre, la dudosa legitimidad del proceso colonizador. «La conquista de la tierra, que significa principalmente arrebatársela a los que tienen un color de piel diferente o la nariz un poco más chata que la nuestra, no resulta demasiado maravillosa si uno se pone a examinar demasiado el asunto», afirma Marlow.

En La línea de sombra, considerada la obra maestra de su época final, Conrad vuelve a narrar, como en Juventud, una transición de la juventud a la madurez, contando una travesía Singapur-Bangkok repleta de dificultades. Y, como en El corazón de las tinieblas, vuelve a tratar acerca del mal y a realizar una especie de viaje al interior del hombre.

El aullido del viento, el tumulto del mar, el estruendo del agua


Conrad es un maestro, entre otras cosas, en la descripción de las tormentas: «Zarandeado por las olas en el Atlántico, el «Judea» oscilaba como un trompo. El viento soplaba día tras día; soplaba con odio, sin intervalos, sin piedad, sin descanso. El mundo no era sino una inmensidad de olas espumeantes, que nos embestían bajo un cielo tan próximo que podía tocarse con la mano, y tan sucio como un techo ahumado. En el tormentoso espacio que nos rodeaba había tanta espuma como aire. Día tras día, noche tras noche, no había alrededor del barco más que el aullido del viento, el tumulto del mar, el estruendo del agua saltando sobre cubierta. No había reposo ni para el barco ni para nosotros. Se balanceaba, caía, alzaba la cabeza, se sentaba en la cola, giraba, gemía, y teníamos que mantenernos firmes arriba, en cubierta, y atarnos a las literas, abajo, con el cuerpo en constante tensión y la mente llena de preocupaciones».

La fogosidad de un corazón joven

Al hilo del recuerdo, Marlow declara a sus oyentes: «Y de algún lugar en mi interior surgía la idea: ¡Por Júpiter! Esta es una aventura del demonio, algo que uno suele leer en los libros; mi primer viaje como segundo y solamente tengo veinte años. Y aquí estoy, aguantando hasta el final, tan bien como cualquiera de estos hombres y manteniendo a mis compañeros en su sitio. Estaba satisfecho. No hubiese cambiado aquella experiencia por nada del mundo. Tuve momentos de exultación». Al final de su aventura, Marlow hará balance: «No supe lo que valía hasta entonces. Recuerdo los rostros macilentos, las figuras abatidas de mis dos hombres, y recuerdo mi juventud y aquella sensación que nunca más volvería, la sensación de que yo viviría siempre, de que sobreviviría al mar, a la tierra, a todos los hombres, a la engañosa sensación que nos transporta hacia las alegrías, hacia los peligros, hacia el amor, hacia los esfuerzos más vanos, hacia la muerte; la triunfante convicción de fortaleza, el calor de la vida en un puñado de polvo, la fogosidad de un corazón que cada año se atenúa y enfría, se reduce y expira —y expira demasiado pronto, demasiado pronto— antes que la misma vida».

Un hombre extraordinario

Casi al final de El corazón de las tinieblas, Marlow reflexiona sobre la última frase que pronunció Kurtz antes de morir, cuando «tenía el rostro terrible de una verdad vislumbrada»: «Bonita farsa la vida, esa misteriosa disposición de despiadada lógica para una finalidad inútil. Lo más que se puede esperar de ella es algún tipo de conocimiento sobre uno mismo (que llega demasiado tarde), una cosecha de inextinguibles pesares. He luchado contra la muerte. Es la contienda menos emocionante que pueda imaginarse. Tiene lugar en un sitio gris e impalpable, donde no hay nada bajo los pies, nada alrededor; sin espectadores, sin clamores, sin gloria, sin el enorme deseo de la victoria, sin el gran miedo a la derrota, en una atmósfera enfermiza de tibio escepticismo, sin creer demasiado en la propia justicia y menos aún en la del adversario. Si tal es la forma de la sabiduría última, entonces la vida es un enigma mayor de lo que algunos creemos. Yo estuve al borde de la última oportunidad de pronunciarme, y descubrí, para mi humillación, que probablemente no tendría nada que decir. Ésta es la razón por la que afirmo que Kurtz era un hombre extraordinario. Tenía algo que decir. Desde que me asomé al abismo, entiendo mejor el significado de su mirada, que no podía ver la llama de la vela, que era lo bastante amplia como para abarcar a todo el universo, lo bastante aguda como para penetrar en todos los corazones que laten en las tinieblas. Había recapitulado, había juzgado. “¡El horror!” Era un hombre extraordinario».

Puntos discutidos

Son certeras las opiniones de Mario Vargas Llosa sobre dos puntos que se han discutido a esta última obra de Conrad.

Uno es de fondo: «La dialéctica entre civilización y barbarie es tema neurálgico en El corazón de las tinieblas. Para cualquier lector sin orejeras es evidente que de ningún modo se desprende que la barbarie sea el África y Europa la civilización. Si hay una barbarie explícita, cínica, la encarna la Compañía, cuya razón de ser en las selvas y ríos donde se ha instalado es saquearlos, explotando para ello con ilimitada crueldad a esos caníbales a los que esclaviza, reprime o mata sin el menor escrúpulo, igual que a las manadas de elefantes para conseguir el oro blanco, el ansiado marfil. La locura de Kurtz es la exacerbación hasta el extremo límite de esa barbarie que la Compañía (presentada como un ente abstracto demoníaco) lleva consigo al corazón de las tinieblas africanas».

Otro se refiere al estilo que usa Conrad para recrear «una atmósfera a ratos de confusión y a ratos de pesadilla, en la que el tiempo se adensa, parece inmovilizarse, para luego saltar a otro momento, de manera sincopada, dejando vacíos intermedios, silencios y sobreentendidos. Esta atmósfera, uno de los mejores logros del libro, resulta de la poderosa presencia de una prosa cargada, por momentos grandilocuente y torrencial, llena de imágenes misteriosas y resonancias mágico-religiosas, se diría que impregnada de la abundancia vegetal y de los vahos selváticos. (…) [Esta] “insistencia adjetivadora” (…) es uno de sus atributos imprescindibles para desracionalizar y diluir la historia en un clima de total ambigüedad, en un ritmo y fluencia de realidad onírica que la hagan persuasiva. Esta atmósfera reproduce el estado anímico de Marlow, a quien lo lo que ve (…) deja perplejo, confuso, horrorizado, en un “crescendo” del exceso que hace verosímil la historia de Kurtz, el horror absoluto que la historia alcanza con él. Relatada en un estilo más sobrio y circunspecto, aquella desmesurada historia sería increíble».

Otras obras: El negro del Narcissus, El agente secreto, El duelo.

Además, en distintos lugares de la página he puesto textos tomados de Nota del autor: los prólogos de Conrad a sus obras (Conrad’s Prefaces to His Works, 1937). Segovia: La Uña Rota, 2013; 237 pp.; traducciones de Catalina Martínez Muñoz, Eugenia Vázquez Nacarino y Miguel Martínez-Lage; con un ensayo de Edward Garnett; ISBN: 978-84-95291-27-1.

Estos: Una vibración sostenida que perdura (sobre Juventud y El corazón de las tinieblas), El aplastante poder de las emociones (sobre La línea de sombra), Un artículo de fe (sobre un relato autobiográfico titulado Crónica personal).

Bibliografía:
Mario Vargas Llosa. «Las raíces de lo humano», en La verdad de las mentiras (2002). Madrid: Alfaguara, 2002; 413 pp.; ISBN: 84-204-6430-9.
John Stape. Las vidas de Joseph Conrad (The Several Lifes of Joseph Conrad, 2007). Barcelona: Lumen, 2007; 548 pp.; col. Memorias y biografía; trad. de Ramón Vilà; ISBN: 978-84-264-1625-4.


8 septiembre, 2006
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