Seis grandes escritores rusos, de Mariano Fazio, hace un buen resumen, e incita a la lectura, de algunas obras de Pushkin, Gógol, Turguenev, Dostoievski, Tolstoi y Chéjov.
De Pushkin, quien siempre se puede poner como contraejemplo a quienes piensan en que las obras rusas son largas y lentas, se acentúa que la precisión y la brevedad eran las cualidades que más valoraba: pocas novelas de aventuras más intensas y veloces que La hija del capitán, la primera novela histórica rusa.
Sobre Gógol, aparte de hablar de sus relatos cortos importantes —«todos salimos de El capote, de Gógol», dijo Dostoievski—, se subraya el mensaje de fondo de Tarás Bulba: «toda cultura, si quiere ser auténticamente humana, además de venerar sus raíces debe abrirse a lo universal: una cultura que se encierra en sí misma está destinada a perecer».
De Turguenev se apunta cómo, con Memorias de un cazador, puso «el dedo en la llaga de los prejuicios de clase y de la necesidad de preguntarnos continuamente por la justicia en las relaciones sociales»; también se habla por extenso de Padres e hijos, la primera obra literaria en donde se trata de los nihilistas, cuyo protagonista «piensa que entiende a las clases populares» pero «en el fondo también las desprecia, y él mismo es despreciado por ellas».
El autor dedica más espacio a Dostoievski e indica cómo, en su obra cumbre, Los hermanos Karamázov, «están presentes todos los temas de su visión del mundo: la libertad, el mal, el sentido de la existencia, etc.». Eso sí, advierte al lector de sus obras que ha de estar preparado: «Dostoievski no ayuda a descansar después de un día lleno de problemas».
También son bastantes las páginas sobre Tolstoi y obras como Anna Karenina y Guerra y Paz. Al indicar cómo algunos personajes de esta novela terminan descubriendo que «el secreto de la existencia plena radica en el olvido de sí y en la entrega a los demás», se subraya que «este mensaje es el que hace grande —a pesar de sus excentricidades e incoherencias— a Tolstoi».
Del último de los autores estudiados, Chéjov, «un maestro a la hora de reflejar la insatisfacción existencial de sus personajes», se señala cómo «sus narraciones a veces nos hacen sonreír, otras nos llenan de melancolía, todas nos hacen pensar. Se advierte un deseo de fe y esperanza que el autor admiraba pero no poseía». Aunque las intuyera, como se aprecia en su cuento preferido, El estudiante.
Un párrafo del final dice lo siguiente: «Durante el siglo de oro de la literatura rusa —siglo intenso entre las primeras obras de Pushkin y la muerte de Tolstoi— se formularon continuamente muchas preguntas. No solo giraron en torno a la identidad rusa. Muchas veces, con ocasión de la búsqueda del alma rusa, las preguntas derivaron a problemas más universales: ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿qué nos espera después de la muerte?, ¿por qué sufren los inocentes?, ¿cómo hay que vivir para ser felices? Plantearse preguntas de largo alcance es ya un mérito para una cultura determinada. Ofrecer respuestas es aún más meritorio».
Mariano Fazio. Seis grandes escritores rusos (2016). Madrid: Rialp, 2016; 194 pp.; col. Biografías y Testimonios; ISBN: 978-8432147098. [Vista del libro en amazon.es]