He vuelto a leer Como una novela, de Daniel Pennac, un libro que no había citado antes aquí, que causó sensación cuando se publicó, y que ha quedado como una referencia ineludible cuando se habla de la lectura y de la transmisión del valor y el placer de leer.
Debo decir que, respecto a este tema, prefiero la exposición hilada y serena de C. S. Lewis en La experiencia de leer, a la sincopada y arrebatada de Pennac. Pero sin duda son brillantes las exposiciones de Pennac sobre cada uno de los «derechos del lector»: El derecho a no leer, El derecho a saltarse las páginas, El derecho a no terminar un libro, El derecho a releer, El derecho a leer cualquier cosa, El derecho al bovarismo (enfermedad de transmisión textual, la llama Pennac: a leer estupideces emocionantes cuando somos jóvenes, se podría decir), El derecho a leer en cualquier lugar, El derecho a hojear, El derecho a leer en voz alta, El derecho a callarnos.
Son muchas las frases notables, como flashes, con las que Pennac logra iluminar distintas cuestiones. Por ejemplo, éstas:
—«El verbo leer no soporta el imperativo».
—«¡Qué pedagogos éramos cuando no estábamos preocupados por la pedagogía!»
—«El mundo entero está en lo que decimos… y enteramente iluminado por lo que callamos».
—«¿El siglo XX demasiado visual? ¿El XIX demasiado descriptivo? ¿Y por qué no el XVIII demasiado racional, el XVII demasiado clásico, el XVI demasiado renacentista, Pushkin demasiado ruso y Sófocles demasiado muerto?»
—«Cualquier lectura está presidida por el placer de leer; y, por su misma naturaleza —este goce de alquimista—, el placer de leer no teme a la imagen, ni siquiera a la televisiva, aun cuando se presente bajo forma de avalancha diaria».
—«Cada lectura es un acto de resistencia».
—«El tiempo para leer, al igual que el tiempo para amar, dilata el tiempo de vivir».
—«Contrariamente a las buenas botellas, los buenos libros no envejecen. Nos aguardan en nuestros estantes y somos nosotros quienes envejecemos».
La objeción que le haría tiene que ver con que, a los énfasis excesivos, uno tiende (o yo al menos tiendo) a reaccionar a la contra. Entiendo bien la idea del «derecho a leer cualquier cosa» y la idea del «derecho al bovarismo»: entiendo bien que no hay que derribar nunca la escalera por la que algunos han ascendido. Sin embargo, al menos por mi experiencia y por lo que veo alrededor, si en algo hay que insistir ahora (haciéndolo bien, claro está, sin contraposiciones que provoquen rechazos), es en la importancia de la categoría de las ficciones que se consumen.
A veces veo cómo los educadores tratan a los niños y adolescentes como si fueran tontos, como si no se les pudiera decir, pues temen que no lo pueden entender, que tal historia o tal libro tienen una bajísima calidad. Pennac, naturalmente, lo sabe bien. De hecho, hay un momento, cuando habla de «El derecho a leer cualquier cosa», en el que afirma esto:
«Hay buenas y malas novelas. Se pueden citar nombres, se pueden dar pruebas.
Para ser breve, vayamos al grano, digamos que existe una “literatura industrial” que se contenta con reproducir hasta la saciedad los mismos tipos de relatos, despacha estereotipos a granel, comercia con buenos sentimientos y sensaciones fuertes, se lanza sobre todos los pretextos ofrecidos por la actualidad para parir una ficción de circunstancias, se entrega a “estudios de mercado” para vender, según la “coyuntura”, tal o cual tipo de producto que se supone excita a tal o cual categoría de lectores.
Sin lugar a dudas, malas novelas.
¿Por qué? Porque no dependen de la creación sino de la reproducción de “formas” establecidas, porque son una empresa de simplificación (es decir, de mentira), cuando la novela es arte de la verdad (es decir, de complejidad), porque al apelar a nuestro automatismo adormecen nuestra curiosidad, y, finalmente, y sobre todo, porque el autor no se encuentra en ellas, así como tampoco la realidad que pretende describirnos.
En suma, una literatura del “prêt a disfrutar”, hecha en moldes y que querría meternos en un molde».
Daniel Pennac. Como una novela (Comme un roman, 1992). Barcelona: Anagrama, 1993; 176 pp.; col. Argumentos; trad. de Joaquín Jordá; ISBN: 84-339-1367-0. Nueva edición en 2017; ISBN: 978-8433913678 [Vista del libro en amazon.es]