En una nota sobre La línea de sombra explica Joseph Conrad sus intenciones así: «El propósito de este escrito era presentar ciertos hechos que sin duda guardan relación con el tránsito de la despreocupada y ferviente juventud a esa otra etapa más consciente y dolorosa que es la madurez. (…) Escribí este libro en los tres últimos meses del año 1916. De todos los temas de los que un escritor de novelas es más o menos consciente, era éste el único que en ese momento me hallaba en condiciones de tratar. La hondura de la emoción que me embargaba tal vez se exprese mejor que nada subrayando la dedicación, que ahora se me antoja desmedida, con que me entregué a la tarea, como un ejemplo más del aplastante poder que sobre nosotros ejercen las emociones. (…) Es ciertamente una experiencia personal, vista con la necesaria perspectiva mental y teñida por ese afecto que uno no puede dejar de sentir por determinados acontecimientos de la propia vida de los que no hay ninguna razón para avergonzarse. Dicho afecto es tan intenso (me refiero aquí a la experiencia universal) como lo es la vergüenza, casi la angustia, con que uno recuerda ciertos incidentes desafortunados, incluso algunos errores gramaticales, que ha perpetrado en el pasado. La perspectiva tiene en la memoria el efecto de agrandar las cosas, al aparecer aisladas sus partes esenciales de su entorno cotidiano de detalles insignificantes, borrados, como es natural, por el paso del tiempo».
Joseph Conrad. Nota del autor: los prólogos de Conrad a sus obras (Conrad’s Prefaces to His Works, 1937). Segovia: La Uña Rota, 2013; 237 pp.; traducciones de Catalina Martínez Muñoz, Eugenia Vázquez Nacarino y Miguel Martínez-Lage; con un ensayo de Edward Garnett; ISBN: 978-84-95291-27-1.