Uno de los hilos más importantes del libro de Scott Berg sobre Max Perkins es su relación con Scott Fitzgerald. Se cuenta en él que su novela El Gran Gatsby tuvo unas ventas iniciales pobres y recibió unas críticas primeras poco elogiosas, mientras el editor tranquilizaba al autor diciéndole que no se preocupase, que «se alzará como un libro extraordinario». Perkins decía que muchos críticos «no se percatan de que Fitzgerald es un escritor satírico. El hecho de que cubra el vicio con glamour (…) les impide ver que él hace restallar el látigo sobre los viciosos». El editor estuvo seguro de su juicio cuando empezaron a publicarse reseñas de quienes sí comprendieron bien la novela y cuando autores como Willa Cather, Edith Wharton y T. S. Eliot enviaron cartas personales de aplauso. El hecho es que, con el paso de los años, fue ganando mucho prestigio: tuvo muchas adaptaciones posteriores y hay quienes la consideran la mejor novela norteamericana del siglo XX.
El relato tiene lugar en Long Island, en 1922. El narrador es Nick Carraway, un vecino de la mansión de Jay Gatsby, el misterioso millonario protagonista de la historia. Al principio sus fiestas le parecen inalcanzables: «en sus jardines azules, y entre los susurros, el champán y las estrellas, hombres y muchachas iban y venían como mariposas». Pero la relación entre ambos se estrecha cuando Nick descubre que Gatsby está obsesionado con su prima Daisy, casada con Tom Buchanan, antiguo compañero suyo de colegio. Por un lado, lo que importa de la novela es la presentación de un mundo decadente poblado por personajes vacíos. Por otro, lo que le da su calidad es la fluidez y musicalidad de la prosa, que brilla en la capacidad del narrador para formular vívísimas descripciones, para presentar cada gesto como algo cargado de significación y para, con igual levedad, formular observaciones algo más profundas de vez en cuando: «era un hijo de Dios —una frase que si quiere decir algo, quiere decir exactamente eso—».
Cuando Scott Fitzgerald envió su novela a Perkins —después de haberla corregido mucho— mostraba una gran confianza en ella: «creo que mi novela está cerca de ser la mejor novela americana jamás escrita», le decía en una carta. Perkins le respondió indicándole que «creo que la novela es una maravilla. (…) Tiene una vitalidad extraordinaria, y glamour, y una porción importante de pensamiento bajo la superficie, de inusual calidad. (…) Y en cuanto a la pura escritura, es increíble». Pero, a la vez, le hizo no pocas sugerencias: que mejorase a Gatsby pues sus trazos eran borrosos; que no pusiese la biografía de Gatsby en poder del narrador sino que hiciese fluir los datos por medio de lo que se va contando… Y, al mismo tiempo, le decía que «la brillante calidad de la obra hace que hasta me avergüence de hacer esas críticas», que «compararía la cantidad y viveza de imágenes que tus vivas hacen aparecer con la multitud de imágenes que uno recibe cuando viaja en tren», que «está claro que dominas el oficio, pero hace falta algo más que eso para escribir lo que has escrito».
Fitzgerald le hizo caso en todo y, tiempo después, escribía a Perkins: «Max, me divierte mucho cuando las alabanzas se refieren a la estructura del libro, porque fuiste tú quien dio forma a esa estructura, no yo. Y no pienses que no te estoy agradecido por todos los consejos sensatos que me diste».
Francis Scott Fitzgerald. El gran Gatsby (The Great Gatsby, 1925). Madrid. Alfaguara, 2009; 232 pp.; col. Literaturas; trad. de José Luis López Muñoz; ISBN: 978-8420423401. [Vista del libro en amazon.es]
A. Scott Berg. Max Perkins. El editor de libros (Max Perkins: Editor of Genius, 1978). Madrid: Rialp, 2016; 579 pp.; col. Biografías y testimonios; trad. de David Cerdá; ISBN: 978-84-321-4730-2. [Vista del libro en amazon.es]