Escritora nortemericana. 1873-1947. Nació en Winchester, Virginia. Su familia era de origen irlandés. Pasó su infancia en Nebraska, en los años de la primera colonización hecha por inmigrantes checos y escandinavos, temas de sus novelas Pioneros y Mi Ántonia. Estudió en la universidad de Nebraska. Fue viajera, periodista, maestra, escritora. Publicó su primera novela en 1912. Murió en Nueva York.
PionerosBarcelona: Alba, 2001; 270 pp.; col. Alba Clásica; trad. de Gema Moral Bartolomé; ISBN: 84-8428-099-3. [
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Nebraska, finales del siglo XIX. La familia de colonos Bergson, de origen sueco, progresa bajo la dirección de la mayor, Alexandra, que se hace cargo de todo cuando fallece su padre. Sus hermanos Oscar y Lou acaban teniendo sus propias granjas y casándose; el más pequeño, Emil, puede ir a la universidad y graduarse. Pasado el tiempo, los problemas cambian de signo y son Oscar y Lou quienes intentan dirigir la vida de Alexandra.
Mi ÁntoniaBarcelona: Alba, 2000; 382 pp.; col. Alba Clásica; trad. de Gema Moral Bartolomé; ISBN: 84-8428-013-6. Nueva edición en 2011; 384 pp.; col. Minus; ISBN: 97884-84286790. [
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Nebraska, finales del siglo XIX. Recuerdos de Jim Burden centrados en Ántonia Shimerda, una chica procedente de Bohemia, cuya familia se instaló al lado de la casa de sus abuelos, cuando él tenía diez años, y cuando «no había nada más que tierra: no era un país, sino el material del que están hechos los países». Cuando el padre de Ántonia muere, quedan más de manifiesto la mezquindad de su madre y la de su hermano mayor. Más tarde, los abuelos de Jim se trasladan a la ciudad y también Ántonia lo hace para servir en la casa vecina de los Harling. Ambos crecen, participan en la vida social de la ciudad y, aunque sus vidas no siguen caminos paralelos, Jim sigue siempre con interés los avatares de Ántonia.
La muerte llama al arzobispoMadrid: Cátedra, 2000; 332 pp.; col. Letras universales; edición de Manuel Broncano; trad. de Julio César Santoyo y Manuel Broncano; ISBN: 84-376-1793-6. [
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Nuevo México, 1851. El obispo Latour y su amigo desde la infancia el padre Vaillant, franceses, llegan a unas tierras que no conocen para poner en pie la diócesis. Deben hacer frente a sacerdotes rebeldes, tratar con todo tipo de gente, sobrellevar también su propia soledad. Al final de sus vidas, Vaillant dice a Latour: «Hemos hecho lo que hace mucho tiempo pensábamos hacer, cuando éramos seminaristas…, al menos algunas cosas. Ver cumplidos los sueños de juventud: es lo mejor que le puede ocurrir a un hombre. No hay éxito mundano que se asemeje a eso».
Las novelas más conocidas de Willa Cather se caracterizan por ofrecer una visión dura pero amable y elogiosa de la colonización del Oeste norteamericano, del temple de los hombres y mujeres que la llevaron a cabo, de los choques entre los venidos de fuera recientemente y los que ya se consideraban genuinos americanos, y de los enfrentamientos entre los distintos modos de ver la vida de quienes aman el campo y quienes prefieren la ciudad.
Son todas ellas buenas narraciones, fluidas y elegantes, porque Cather elimina todo aquello que sobra y, sin concesiones sentimentales para la galería, cuenta las cosas ciñéndose a los hechos y anécdotas que, con el paso del tiempo, vemos que fueron significativos. Se podría decir que trata también de mostrar cómo la memoria puede ser una especie de filtro con la capacidad de poner las cosas en la perspectiva justa. Además, sabe perfilar bien la evolución interior de sus protagonistas, y sus descripciones admirativas de la naturaleza son ricas y precisas.
Si en La muerte llama al arzobispo, una especie de western que quizá sea la mejor de sus obras, Cather habla de hombres muy excepcionales, en Pioneros y Mi Ántonia elige como protagonistas a mujeres campesinas de una gran talla. En las tres quedan de manifiesto cualidades como el espíritu de trabajo, la paciencia y la tenacidad, y cómo la riqueza interior de una persona es el único valor permanente con la capacidad de transformar el ambiente de alrededor. Y, en las tres, se revela el talante de frontera que la escritora vio de niña: el espíritu que hace posible la construcción de un país, las formas de vida que se quedan atrás, el estilo de hombres como el padre Vaillant de quien se nos dice que su destino era «romper lazos», «decir adiós y adentrarse en lo desconocido».
Otras novelas
Willa Cather tiene un talento particular para dotar de una personalidad inolvidable a sus personajes. Son buenos ejemplos los ya citados de Alexandra Bergson, Ántonia Shimerda, Jean Latour y Joseph Vaillant, pero también tienen mucha fuerza Thea Kronborg, la protagonista de El canto de la alondra, o Marian Forester, la de Una dama extraviada, o Lucy Gayheart.
Brilla la misma cualidad en sus magníficos relatos cortos, como Los mejores años o El caso de Paul.
Otras novelas más son Uno de los nuestros y La casa del profesor. La primera novela que escribió fue El puente de Alexander y la última fue Sapphira y la joven esclava.
También merecen ser conocidas sus opiniones literarias, algunas de las cuales están recogidas en las notas tituladas Una escritora de primer orden y Un pequeño reflector.
11 diciembre, 2008