Tiempo atrás puse una breve nota sobre El Bajísimo, la fascinante y singular biografía de san Francisco de Asís escrita por Christian Bobin. He vuelto a leerla y a tomar notas, ahora que conozco un poco más al autor. En realidad, aunque la narración avanza cronológicamente, contando y comentando hechos de la vida de san Francisco, lo cierto es que, como la vida de san Francisco, el libro va de intuición en intuición o de fogonazo en fogonazo. Igual que, dice Bobin, «la voz de Dios está en la Biblia bajo toneladas de tinta, como la energía concentrada bajo toneladas de cemento en una central atómica», también lo está en vidas como la de san Francisco: esto es lo que, a su modo, le interesa subrayar al autor.
Para eso se apoya en algunas escenas bíblicas que comenta de modo inesperado. Así, en el Libro de Tobías se habla de que Tobías se fue con el ángel y el perro le siguió, y continúa Bobin: «no hay muchos perros en la Biblia. Hay ballenas, ovejas, pájaros y serpientes, pero muy pocos perros. Ni siquiera conocemos a ese, que se arrastra por los caminos siguiendo a sus dos dueños: el niño y el ángel, la risa y el silencio, el juego y la gracia. Perro Francisco de Asís».
Se apoya también en comparaciones entre el siglo XIII y el siglo XX, como para facilitar al lector que comprenda la diferencia de mentalidades, y para dibujar un cuadro con luces y sombras muy contrastadas. Apunta que, en el siglo XIII, había mercaderes, sacerdotes, soldados y una cuarta clase formada por los pobres, y, en cambio, hoy sólo hay dos clases, la de los mercaderes y la de los pobres. Señala cómo el siglo XIII era un siglo de constructores de iglesias y de palabras, como santo Tomás, un siglo con «el corazón lleno de esperanza, es lo que da a los rostros de las iglesias románicas esos ojos tan grandes, esos ojos tan redondos»; y cómo el siglo XX, sin embargo, «tiene que aullar, gritar con luces violentas, con colores ensordecedores, con imágenes desesperantes a fuerza de ser alegres, imágenes sucias a fuerza de ser limpias, tan vaciadas de toda sombra como de toda pesadumbre. Imágenes inconsolablemente alegres».
Contrasta los distintos modos que tienen las madres y los padres de acercarse a las cosas de la vida. Dice, por ejemplo, que «las madres tienen a Dios a su cargo», que «incluso las malas madres se hallan en esa proximidad de lo absoluto, en esa familiaridad con Dios que los padres no conocerán nunca, extraviados como están en el deseo de cumplir bien su papel, de ocupar bien su puesto. Las madres no tienen puesto, no tienen papel. Nacen al mismo tiempo que sus hijos». O apunta que «el hombre es quien se halla en su lugar de hombre, quien se halla allí con pesadez, con seriedad, caldeado por su miedo. La mujer es la que no está en lugar alguno, ni siquiera en el suyo, desapareciendo siempre en el amor que reclama, que reclama, que reclama».
Hace distinciones entre los que comprenden y los que no comprenden. Entre los últimos están los profesores que enseñan «a los demás las palabras que ellos mismos han encontrado en los libros»; o los cronistas que, acerca de Francisco, dicen cosas como que «Dios le habla y le detiene en el camino», y así «convierten a los hombres en marionetas y a Dios en un ventrílocuo». En cambio, entre los pobres, entre los leprosos y los miserables, sí que hay quienes «saben lo bastante del mundo para comprender de dónde proceden» los gestos de Francisco, para comprender que no proceden de él «sino de Dios: sólo el Bajísimo puede inclinarse tan profundamente con tal sencilla gracia».
Porque, para Francisco, Dios no es «el Altísimo con su voz de rayo», sino «el Bajísimo que susurra al oído del durmiente, que habla como sólo él puede hablar: en voz muy baja. Un jirón de sueño. El piar de un gorrión». Algo que basta para que alguien como Francisco, «como un perro que ventea la presa», adivine «por instinto que la verdad está mucho más en lo bajo que en lo alto, mucho más en la carencia que en la plenitud». Y así, al apostar decididamente por «la abundancia que ningún dinero puede dar», se acaba convirtiendo en un «maravilloso conductor de júbilo –como se dice de un metal que es buen conductor cuando deja pasar el calor sin pérdida o casi—».
Christian Bobin. El Bajísimo. San Francisco de Asís (Le Très-Bas, 1992). Barcelona: Thassàlia, 1997; 118 pp.; col. El imaginario; traducción de Manuel Serrat Crespo; ISBN 84-8237-082-0. Nueva edición en San Sebastián: El Gallo de oro, 2016; 130 pp.; col. Gallo azul; ISBN: 978-8416575138 [Vista del libro en amazon.es]