Al hablar de Hiroshima la semana pasada recordé la obra que el periodista austriaco Robert Jungk publicó, en 1956, titulada Más brillante que mil soles (e inexplicablemente descatalogada). Es un gran libro reportaje, muy ameno, acerca de la construcción de la bomba atómica: cómo se fraguaron y llevaron a cabo el proyecto Manhattan y el proyecto alemán paralelo. Para escribirlo se entrevistó con muchas personas que trabajaron en los dos y, en el libro, intentó transmitir las distintas perspectivas que los científicos tenían ante los pasos que se iban dando.
No sé si hay libros posteriores sobre la materia, e imagino que la investigación histórica dirá que no todas las cosas son tal como Jungk las narra pero, sea como sea, su libro tiene la ventaja de haber sido escrito muy poco después de que ocurrieran los hechos. Una de las cosas que se pone de manifiesto en él es que los científicos tenían claro a qué jugaban: «se podría decir que vivimos en un polvorín, escribió en 1921 el físico alemán y premio Nobel Walter Nernst, al intentar explicar los descubrimientos entonces recientes de Rutherford a un público más amplio. Pero añadió enseguida, tranquilizadoramente, «pero gracias a Dios aún no hemos encontrado la cerilla». Luego, el relato va dando cuenta de los sucesivos descubrimientos y de las relaciones entre los científicos de diferentes nacionalidades hasta que, cuando Hitler alcanza el poder, se formaron dos bandos: de la narración se deduce que los científicos alemanes no se esforzaron mucho, para no poner en manos del régimen nazi la bomba, y que, sin embargo, los occidentales encabezados por Oppenheimer sí trabajaron como posesos para fabricarla.
Para explicar el comportamiento de los científicos el autor indica que el ambiente prebélico y bélico no era el más propicio para reflexionar con claridad y habla de la dificultad de medir el peso que tuvieron en ellos factores políticos o personales. Hay momentos en los que intenta echar la responsabilidad mayor sobre las autoridades civiles y militares al frente de la construcción de la bomba. De hecho, en una ocasión afirma que «nadie imaginaba que el nuevo mecenas, el Estado, pudiera alguna vez decir, como lo dijo: “quien paga, manda”»: algo difícil de creer. En cualquier caso, sí dice con claridad que los científicos «hicieron mucho más que obedecer órdenes. Una y otra vez tomaron ellos la iniciativa para dar al mundo esta arma terrible». Por supuesto, se mencionan los intentos de quienes quisieron frenar las cosas, pero «hubiera sido contrario al espíritu de la ciencia y de la técnica moderna el abandonar libremente y a mitad de camino la exploración de un campo tan importante de investigación, por muchos y muy graves que fueran los peligros» futuros. Justo después de arrojar las bombas sobre Japón, decía C. P. Weizsäcker: «Hemos jugado con el fuego como chiquillos y las llamas se han levantado antes de lo que esperábamos», buen comentario…, pero un tanto exculpatorio porque de chiquillos, nada.
Robert Jungk. Más brillante que mil soles: los hombres del átomo ante la historia y ante su conciencia (Heller als tausend Sonnen, 1956). Barcelona: Argos, 1976, 2ª ed.; 334 pp.; ISBN: 84-7017-282-4. Descatalogado.