El jardín curioso, de Peter Brown, es un álbum simpático y bien hecho, que ha recibido muchos elogios, me parece que por encima de sus méritos reales como álbum y más bien debidos a su argumento.
La imagen inicial, casi sin colorido, es la de una ciudad industrial vista desde arriba, sin jardines, con chimeneas que arrojan humo, con vías de tren elevadas. La segunda doble página presenta, en la parte superior, a Liam, un chico al que le gusta pasear por la ciudad incluso los días más grises y lluviosos, y, en la parte inferior, una antigua vía de tren. En ella Liam ve unas flores silvestres y se da cuenta de que necesitan un jardinero. Después de que la nieve lo tape todo, cuando vuelve la primavera no sólo aparecen plantas nuevas sino, también, nuevos jardineros.
La historia está bien contada y el álbum está estructurado con acierto. Es un cierre apropiado, para un álbum así, una imagen última igual a la inicial pero llena de colorido. He recordado, al leerlo, El jardín subterráneo, y he pensado que, tal vez, se podría establecer un grupo de «álbumes sobre flora urbana para teóricos nostálgicos de la naturaleza». A mí el argumento no me termina de convencer, pues me parece voluntarista, pero supongo que la recepción de otros (sobre todo adultos) puede ser más entusiasta.
Peter Brown. El jardín curioso (The Curious Garden, 2009). Barcelona: Takatuka, 2010; 34 pp.; trad. de Mireia Albert Varela; ISBN: 978-84-92696-25-3.