Dice Chesterton que Grandes esperanzas fue la mejor de las últimas novelas de Dickens. Los especialistas señalan que es la menos sentimental de sus novelas; que es la que tiene una estructura narrativa más cuidada —no hay detalles innecesarios, están empleados con habilidad los contrastes y las repeticiones como pautas narrativas—; que está reconstruido con especial coherencia el ambiente de la época, las primeras décadas del siglo XIX; que es también la que más episodios de violencia contiene; y que, junto con David Copperfield, es la única novela que Dickens escribió en primera persona. Sin embargo, dice Chesterton, si todos los libros de Dickens podrían haberse titulado Grandes Esperanzas, el único al que dio ese nombre fue justo el único en el que las esperanzas nunca se cumplieron. En este libro, frente a otros, Dickens estaba intentando ser como un observador despegado e incluso cínico de la vida humana, por más que aquí su cinismo sea el cinismo amable de la vejez y no el cinismo duro de la juventud.
Comienza cuando el narrador, Pip, un niño huérfano y asustadizo, tiene un encuentro con un preso fugado al que consigue alimentos y una lima. Pip vive con su hermana y su cuñado, un bondadoso herrero que le quiere como si fuera su hermano mayor. Poco después, un misterioso benefactor le permite abandonar su vida como aprendiz de herrero y marchar a Londres, a la tenebrosa mansión de una rica y solitaria señora para ser el compañero de juegos de una niña seca, hermosa y altiva, con la que Pip aprende que sus manos son bastas y sus botas demasiado gruesas. Y Pip, poco a poco, se hará un caballero, un gentleman de la Inglaterra victoriana.
La novela describe cómo las circunstancias pueden corromper a un chico joven que, poco a poco, acaba por estar sólo preocupado de su estatus social y se ve dominado por el orgullo de pertenecer a una clase: se puede decir que, por primera vez en los libros de Dickens, el héroe desaparece. Si la mayoría de las acciones de Nicholas Nickleby se cuentan para mostrar que es heroico, las de Pip se cuentan para mostrar que no lo es; si de Sydney Carton, en Historia de dos ciudades, se dice que, con todos sus defectos y vicios, fue un héroe, de Pip se acaba diciendo que, con todas sus cualidades, fue un esnob. Con todo, la fuerza de Dickens asoma incluso a pesar de sí mismo: su amor por la humanidad real, esa humanidad que los filántropos no aman, la humanidad de los cocheros y de los vendedores ambulantes y de los que viajan en tercera clase, surge siempre: un personaje como el aprendiz de Trabb, el sastre, no lo podrían describir jamás ni George Eliot ni Thackeray. La grandeza literaria de Dickens está en la energía y la fuerza que comunica a personajes comunes, en su capacidad de mostrar la alegría de la vida sentida por aquellos que no tienen nada más que la vida, justo lo que Pip odia y teme en el insolente aprendiz de Trabb.
Como en otras novelas, en esta no faltan observaciones referentes a la educación y el mundo interior de los niños. Una, cuando Pip le dice a Joe que ha mentido pero que las mentiras que contó en su relato «habían sido producto de todo aquello aunque no sabía cómo», y Joe le dice: «Hay una cosa de la que puedes estar seguro, Pip —dijo Joe tras un rato de reflexión— y es que las mentiras son mentiras. De donde quiera que salgan, no debieran haber salido y provienen del padre de la mentira que en definitiva es lo mismo. No mientas nunca más. Ese no es el camino para dejar de ser ordinario, hijo. Y en cuanto a lo de ordinario, no lo veo nada claro. No eres ordinario en algunas cosas. Por ejemplo, eres extraordinariamente pequeño. También extraordinariamente estudioso».
Otra: «En el mundo en el que viven los niños, quienquiera que sea quien los críe, no hay nada que se perciba ni se sienta tan agudamente como la injusticia. Tal vez sean nimias las injusticias a los que los niños se ven expuestos, pero el niño es pequeño, su mundo es pequeño y el caballo de cartón es para él tan alto como un caballo irlandés». Y otra más: «Si el miedo a no ser comprendido se agazapa en el corazón de otros muchachos en grado parecido al que lo hacía el mío —lo cual considero probable, pues no tengo razones especiales para considerarme una monstruosidad—, ahí se debe encontrar la llave de muchas extrañas reservas».
Charles Dickens. Great Expectations (1860-1861). Edición española, titulada Grandes esperanzas, en Madrid: Cátedra, 1985; 480 pp.; col. Letras universales; edición de Pilar Hidalgo; trad. de María Engracia Pujals; ISBN 13: 978-84-376-0519-7. Nueva edición en Barcelona: Alba, 2010; 526 pp.; col. Alba Minus; trad. de R. Berenguer; ISBN: 84-8984612X. Otra en Madrid: Alianza, 2011; 784 pp.; col. El Libro de Bolsillo; trad. de Miguel Ángel Pérez Pérez; ISBN 13: 978-84-206-5495-9. Y otra más en Barcelona: Nuevas ediciones de bolsillo, 2008; 664 pp.; col. Clásica; trad. de Jonio González; ISBN 13: 978-84-8346-988-0.