Un lector de El deseo de comprender me hizo notar que me gustaría un libro corto y me lo hizo llegar. Es un ensayo publicado en 1933 por el crítico estadounidense Logan Pearsall Smith, titulado Leer a Shakespeare, un buen resumen de todo lo que se había dicho sobre él hasta el momento en el que se publicó. Su autor se pregunta cómo fue posible la evolución que se observa en la obra de Shakespeare, comenta cómo se representaba entonces en los teatros, intenta descubrir por qué hay tanta diferencia entre él y sus contemporáneos, y más cosas.
Así, explica bien que a Shakespeare le movía la recompensa de tener «un teatro lleno y no la reputación literaria», y que buscaba sobre todo «el efectismo escénico, el dinero y el aplauso popular». Pero, advierte Pearsall Smith, «el gran arte es grande se produzca donde se produzca; también los grandes pintores del Renacimiento trataron sus obras maestras como negocio».
Señala su rápida inspiración y que, cuando se decía de él que nunca había tachado una línea, su colega Ben Jonson replicaba que «ojalá hubiera tachado miles», pues es cierto que sus obras son desiguales. No sólo porque algunas son claramente inferiores a sus obras cumbre, sino también porque con frecuencia usa palabras y modismos obsoletos y tiene pasajes de escritura retorcida.
Pone de manifiesto que Shakespeare es un escritor emocionante, capaz de iluminar páginas enteras con el destello de una frase; dice que fue, quizá, «el mayor maestro del pathos que el mundo haya conocido nunca», y quizá también «el más grande creador de palabras que ha conocido el mundo», pues «probablemente ha incorporado más palabras a nuestro vocabulario que todos los demás poetas ingleses juntos».
Destaca que poseía «el mayor de los talentos poéticos», «una imaginación visual llena de sensibilidad, capaz de encarnar sus pensamientos en imágenes de belleza espléndida». Además, «no se limita a lo visual» sino que sabe usar «de las percepciones de otros sentidos, como el olfato o el oído», y tiene un talento descomunal para encontrar metáforas que no son un simple ornamento sino que «simulan y en cierto sentido recrean la vida que describen».
También fue un creador de personajes de los que se puede decir que, a veces, tienen «demasiada vitalidad para la obra en la que están» por lo que debe hacerlos desaparecer para que no estropeen el drama en el que intervienen, como es el caso de Mercutio en Romeo y Julieta. Pearsall hace también una luminosa comparación entre Shakespeare y Walter Scott como escritores que ponen en pie a personajes autosuficientes que se abren camino por sí mismos y a los que recordamos como independientes de la obra en la que intervienen.
Logan Pearsall Smith. Leer a Shakespeare (On Reading Shakespeare, 1933). Barcelona: Stella Maris, 2016; pp.; trad. de José Carlos Somoza; prólogo de Luis Racionero; ISBN: 978-84-16541-49-2. [Vista del libro en amazon.es]