En mi experiencia personal, y en la de la mayoría de las personas que conozco, la muerte de alguien cercano pone de pie una convicción que cabría llamar instintiva: la de que no puede acabarse todo, la de que las cosas buenas dadas y recibidas no pueden quedar en nada, la de que nuestra vida pide otra y no puede terminar con la muerte. Esta realidad, en la que no todos los libros infantiles que tratan sobre la muerte se detienen, se recoge con acierto en Mimi, de John Newman. Por lo que la narradora cuenta sabemos que su madre ha muerto hace poco, que su padre está más bien fuera de juego, que sus hermanos se comportan de modo un tanto anómalo, y que sus familiares, profesores y vecinos intentan echarles una mano. Además, la narradora, Mimi, una chica adoptada de origen chino, sufre burlas en su colegio.
Esta reseña de Ana Garralón es excelente y explica bien tanto los rasgos como los contenidos del libro. A esos comentarios yo añadiría que facilitan su lectura la estructura en capítulos cortos y que plantea bien la importancia de la ayuda de todos en situaciones así. Además, diría que la verosimilitud de la historia se refuerza mucho cuando Mimí dice al final del capítulo 3: «Lo último que hago antes de quedarme frita es susurrar buenas noches a la foto de mami que hay en mi armario y pedirle que arregle el corazón roto de papá. Eso me hace llorar un poco, pero luego me quedo dormida». Y más adelante insiste: «Antes de ponerme a dormir cogí la foto de mamá y le dije a que Sally le gustaba George, y le pedí que no se olvidara de hacer que el sol brillara mañana, y le dije que la quería, le di las buenas noches y le deseé que durmiera bien». Y, al final, tampoco se olvida: «le di las buenas noches, le deseé que durmiera bien y de alguna manera sentí que ella estaba allí conmigo».
John Newman. Mimi (2010). Madrid: Siruela, 2013; 161 pp.; col. Las tres edades; trad. de Denise Despeyroux; ISBN: 978-84-15803-10-2.