Isaac Asimov, en sus Memorias, habla de la historia de la ciencia-ficción, explicando, en primer lugar, cómo eran las cosas en los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo pasado, las décadas en las que fue uno de los grandes protagonistas. Señala que hubo un tiempo de literatura folletinesca de ciencia-ficción y fantasía que él y otros devoraban cuando eran jóvenes: «los jóvenes, ávidos de historias banales, torpes, intoxicadoras y llenas de tópicos necesitaban leer palabras y frases para satisfacer su anhelo. Esas obras mejoraban la capacidad de lectura de quienes las leían, y un pequeño porcentaje de ellos puede que después pasara a lecturas de más calidad». La era de los folletines fue, continúa, «la última en la que los jóvenes, para conseguir su material rudimentario, estaban obligados a saber leer. En la actualidad todo esto ha desaparecido y los jóvenes mantienen sus ojos vidriosos fijos en el televisor. La consecuencia es evidente. La auténtica capacidad de leer se está convirtiendo en un arte arcano y el país se va lenta pero inexorablemente “hundiendo en la estupidez”».
Habla de muchos escritores del género, de algunos con los que tuvo discrepancias, y de varios que fueron sus amigos como Arthur C. Clarke: «los dos escribimos historias muy cerebrales en las que las ideas científicas son más importantes que la acción», y ambos «compartimos las mismas opiniones sobre la ciencia ficción, la ciencia, las cuestiones sociales y la política. Nunca he estado en desacuerdo con él en ninguna de estas cosas, lo que demuestra la brillantez de su inteligencia».
Cuenta también cómo, después de abandonar él la ciencia ficción para escribir libros de divulgación científica, hubo una revolución. «Después de todo, la ciencia ficción también tiene sus modas. Durante los primeros doce años, en las revistas prevalecía sobre todo la acción. Muchas de sus historias eran en esencia novelas del oeste ambientadas en Marte, por decirlo de alguna manera, y estaban escritas por autores que no sabían nada o muy poco de ciencia. A principios de 1938, Campbell lo cambió todo. Insistió en presentar personajes que fueran auténticos científicos o ingenieros y que hablaran como suelen hacerlo ellos. En los relatos prevalecían las ideas y los enigmas. Y en eso, yo era muy bueno. Creo que yo representaba exactamente lo que Campbell quería, incluso mejor que Heinlein (que actuaba por su cuenta). Los relatos de robots y, todavía más, los de la Fundación eran sus hijos, y durante los años cuarenta y cincuenta los escritores de ciencia ficción, de manera consciente o inconsciente, trataron de seguir mi ejemplo. Pero después llegaron los sesenta y de nuevo hubo un cambio radical. Nació una nueva casta de escritores de ciencia ficción. La televisión había acabado con la mayor parte de las revistas del género de ficción. Los nuevos escritores habían perdido su mercado natural y se volvieron hacia la ciencia ficción porque había sobrevivido a la televisión. Y empezó algo que se llamó «la nueva ola»: relatos llenos de emoción y experimentación estilística así como obras lóbregas y otras completamente surrealistas y tenebrosas».
Isaac Asimov. Memorias (I, Asimov: A Memoir, 1994). Barcelona: Ediciones B, 1998; 752 pp.; trad. de Teresa de León; ISBN: 978-8440681201.