Cartas de la prisión y de los campos

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Cartas de la prisión y de los campos

He leído hace poco Cartas de la prisión y de los campos, el asombroso y conmovedor epistolario de Pável Florenski a su familia desde los campos de Siberia donde fue internado. Recojo, a continuación, algunos textos que apunté.

En las cartas a su hija le hace muchos comentarios sobre literatura. Entre sus muchos elogios a Pushkin, un día le dice que revisaba hasta diez veces sus manuscritos «buscando una plena exactitud del pensamiento y una plena perfección del sentido». Otro día le habla de Balzac para explicarle cómo no describe cosas y personas, sino que los presenta; cómo hace representaciones iluminadas desde el interior por una luz propia, igual que las naturalezas muertas de la pintura holandesa; cómo no busca hacer fotografías ni ofrecer impresiones subjetivas al modo del impresionismo, sino mostrar las cosas mismas en su propio ser. Otra vez se refiere a Turguéniev, tan importante para la literatura rusa, a quien califica de creador pero no un artesano, por su elegancia y sus torpezas, «pero hasta el sol tiene manchas».

A sus hijos, a todos, les hace comentarios sobre la forma de afrontar sus estudios. A su hija le señala un día que estudie con tranquilidad, paso a paso, lo que le resulte comprensible, que aprenda matemáticas como quien aprende fragmentos musicales y que haga de las matemáticas «una costumbre del pensamiento» aprendiendo a ver la geometría y las fórmulas en la realidad. A su hijo le tranquiliza: «conserva la calma, no te preocupes y trata de aprovechar siempre lo que tienes y de hacer lo que puedas en cada momento». Otra vez, a su hija, le anima a que aprenda música pero que su móvil no sea la vanidad y el amor propio, «que sustituyen la realidad por la propia persona», y que piense que el trabajo siempre da frutos aunque sean distintos de los que se esperaban.

En otra ocasión, con motivo de unas quejas de su hija diciéndole que en la escuela no podía estudiar con profundidad, le dice: «No es una concepción correcta de la escuela: esta debe darte las líneas fundamentales y los objetivos del saber, pero no un conocimiento profundo, que se adquiere posteriormente, mediante el trabajo autónomo». Y le repite de nuevo: «no tengas prisa, todo vendrá a su tiempo, crece tranquilamente, orgánicamente (…); trata de disfrutar lo que tienes para no lamentar después haberlo dejado escapar (…), cada momento y cada edad no son sólo un puente hacia una etapa posterior, un mero trámite, sino algo que tiene valor por sí mismo».

A su mujer le hace una magnífica observación sobre cómo entender una obra de arte: «Donde no hay composición tampoco hay comprensión, y la composición presupone un límite. ¿Qué es lo más importante en una obra de arte? El marco, el escenario, los confines temporales, el comienzo y el fin. Si no hay límites, es imposible hasta la serenidad. La capacidad de limitarse a sí mismo es la prueba de la maestría (Goethe)». En general son muchos los elogios a Goethe, a quien admira, dice, por su claridad de pensamiento y la transparencia de sus actitudes.

A su madre le habla del valor de los aniversarios y celebraciones de tipo cultural: «no hay cultura allí donde no existe el recuerdo del pasado, la gratitud hacia el pasado y la conservación de los valores, es decir, la idea de que la humanidad es un todo único, no sólo en el espacio sino también en el tiempo».

De vez en cuando hace observaciones de tipo moral. A su hijo Mik le dice: «debes actuar de manera que tu comportamiento pueda convertirse en una norma para todos (…), de manera que tu conducta, imitada por los demás, contribuya a que la vida sea, si no perfecta, al menos soportable». Y a su mujer, hablándole de su amargura por el destino trágico de Pushkin, le dice que «la vida está construida de tal modo que sólo se puede dar algo al mundo pagándolo con sufrimientos y persecuciones. Y cuanto más desinteresado es el don, más crueles son las persecuciones y duros los sufrimientos. Tal es la ley de la vida, su axioma fundamental. Y aunque interiormente seas consciente de su irrevocabilidad y de su universalidad, cuando te enfrentas con la realidad, con cada caso concreto, te quedas estupefacto, como si fuese algo inesperado y nuevo».

Pável Florenski. Cartas de la prisión y de los campos (Pisma s Dalnego Vostoka i Solovkov 1933-1937). Barañáin (Navarra): Eunsa, 2005; 310 pp.; trad. e introducción de Víctor Gallego; prólogo de P. V. Florenski; ISBN: 84-313-2292-6. Segunda edición en 2020; 312 pp.; col. Astrolabio; ISBN: 978-8431335137. [Vista del libro en amazon.es]

10 diciembre, 2020
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