Mala farma, de Ben Goldacre, lleva el descriptivo subtítulo «cómo las empresas farmacéuticas engañan a los médicos y perjudican a los pacientes». Tal vez a esa frase habría que añadirle otras: cómo se corrompen los organismos de control, cómo los médicos se dejan engañar de buena gana, cómo los pacientes son crédulos… El contenido lo resume su autor en el prólogo cuando dice que, a lo largo de las páginas que seguirán, defenderá «meticulosa y concienzudamente cuanto se afirma en el siguiente párrafo»:
«Los test de los fármacos los llevan a cabo quienes los fabrican, utilizando ensayos mal diseñados sobre un reducido número de participantes inadecuados y poco representativos, y analizándolos por medio de técnicas metodológicamente erróneas, hasta el punto de que llegan a exagerarse los beneficios del tratamiento. No es de extrañar que la tendencia de esos ensayos sea la de arrojar resultados que favorecen al fabricante. Cuando los ensayos dan resultados que no gustan a las farmacéuticas, estas pueden perfectamente ocultarlo a médicos y pacientes, de manera que sólo les llega una imagen distorsionada sobre los efectos reales del fármaco. Los reguladores ven casi todos los datos de estos ensayos o pruebas, pero solo al principio de “la vida” del fármaco, y a partir de esa fase no revelan los datos a médicos y pacientes, ni siquiera a otras entidades oficiales. A partir de ahí, esa evidencia distorsionada se comunica y se aplica de manera también distorsionada. En cuarenta años de práctica, después de salir de la facultad, un médico oye hablar de los fármacos que funcionan a través de tradiciones ad hoc, por boca de los visitadores farmacéuticos, de otros facultativos, o por las revistas. Pero tales colegas profesionales quizás estén a sueldo de las farmacéuticas —en secreto, muchas veces—, igual que sucede con las revistas y con los grupos de pacientes. Finalmente, las revistas académicas, que todo el mundo cree objetivas, están en no pocas ocasiones planificadas y redactadas por quienes trabajan directa y solapadamente para las farmacéuticas. Hay publicaciones puramente académicas que son propiedad de una empresa farmacéutica. Y, al margen de todo lo dicho, en el caso de algunas de las principales y más reticentes afecciones para la medicina, no sabemos cuál es el mejor tratamiento porque no quedan dentro del marco de intereses comerciales de ninguna empresa. Estos son algunos de los problemas pendientes, y, aunque se ha afirmado que muchos están solucionados, la mayor parte sigue sin resolverse; así que persisten y, lo que es peor, hay quien asegura que no pasa nada».
No es tranquilizador, no.
Ben Goldacre. Mala farma (Bad Farma, 2012). Barcelona: Paidós, 2013; 382 pp.; col. Paidós Contextos; trad. de Francisco Martín Arribas; ISBN: 978-84-493-2843-5.