Muchos años después de la primera novela sobre su detective Philip Trent, E. C. Bentley publicó la segunda: Philip Trent y el caso Trent, que no tuvo la originalidad de su debut pues en este caso serán «normales» los giros que se darán en la investigación, lo que quiere decir que Trent actuará como un detective meticuloso y, al final, infalible.
Aparece asesinado un filántropo —uno de esos millonarios que «prefería amar a sus congéneres desde lejos», dirá el inspector—, a quien Trent había ido a ver antes de irse a la estación de tren a despedir a su tía Judith. El principal sospechoso es un amigo suyo que, casualmente, también había estado en la casa del asesinado la misma tarde y a quien había visto de lejos en la estación. La investigación la empieza su amigo el inspector Bligh pero, a media novela, es Trent quien toma las riendas. Al final hay una escena en cuya primera parte Trent prepara un teatrillo para que el asesino real se descubra a sí mismo y en la que después, de modo más bien premioso pues son muchas las digresiones, explica cómo llegó a darse cuenta de quién era el asesino y el lector ve cómo cobran sentido muchas cosas contadas antes.
De las 176 notas al pie que tiene la novela la inmensa mayoría se refieren a versos o a referencias literarias que Trent desliza en las conversaciones. Por ejemplo: cuando el inspector Bligh rebusca en sus bolsillos las cerillas, el narrador continúa: «—No sabe donde está el calor prometeico —musitó Trent—. Tiene las cerillas encima de la mesa, al lado del codo, inspector, donde las ha dejado». Y en la nota correspondiente se apunta que ahí tenemos una cita de Otelo, acto V, escena II.
Como es de esperar, hay muchos toques chestertonianos o en los que podemos adivinar conversaciones del autor con Chesterton. Así, recordamos al padre Brown cuando se nos dice de la tía Judith, una insólita anciana de aspecto remilgado, que «lo más sórdido de la alta sociedad y la política apenas tenía secretos para ella». También podría haber dicho el padre Brown, como el inspector Bligh, que «los asesinos tendían a ser muy respetables; por lo menos, a no saber nada de los métodos de los delincuentes, ni tampoco de los de la Policía».
Son excelentes unos comentarios que le hace Bligh a Trent hablándole de un criminal cuyo escritor favorito era Bernard Shaw: ¿por qué?, pues muy sencillo, explica, porque «sentarse a leer una obra de Shaw es salir a respirar el aire fresco del campo. No hay cretinos, no hay brutalidad, no hay nadie que te revuelva el estómago. Y, si por casualidad trata de meter un malo, no tiene nada que ver con la realidad. Y no te aburres nunca. Cada maldito personaje tiene algo que decir: hasta los más estúpidos. Todo el mundo humilla a los demás. ¿Y quién ha tenido la suerte de escuchar algo así en la vida real? En serio, es otro mundo».
E. C. Bentley. Philip Trent y el caso Trent (Trent’s own case, 1936). Madrid: Siruela, 2018; 303 pp.; col. Biblioteca de clásicos policiacos; trad. de Guillermo López Gallego; ISBN: 978-84-17308-84-1. [Vista del libro en amazon.es]