Una buena lectura del verano pasado que me ha parecido un gran relato bélico: Un año en el altiplano, de Emilio Lussu. Esta completa reseña explica bien su contenido: las experiencias de la participación del autor en la Primera Guerra Mundial, el año 1916, en el Altiplano de Asiago, una localidad del Véneto italiano. Se suceden combates y escaramuzas contra los austríacos, junto con marchas y tiempos de descanso… El narrador huye de toda retórica y, casi por completo, de valoraciones, y simplemente transmite los hechos: el comportamiento irracional de algunos despóticos oficiales al mando, el recurso a la bebida de otros para poder afrontar la situación límite que viven, las esperas temblorosas en momentos críticos…
Algunos párrafos de los que tomé nota que, creo, dan el tono de la narración son estos:
—«El alma del combatiente de esta guerra es el alcohol. El primer motor es el alcohol. Por eso, los soldados, con su infinita sabiduría, lo llaman gasolina. El coronel se levantó».
—«En el combate se pierde la noción del tiempo, siempre. Las alambradas nos impedían avanzar y las ametralladoras retroceder. Debíamos permanecer inmóviles, clavados al suelo, sin abandonar nunca los disparos a las troneras enemigas, para no morir bajo las alambradas. Habríamos podido resistir mucho tiempo en aquella posición, hasta la noche, y retirarnos protegidos por la obscuridad, pero la ametralladora de la izquierda seguía disparando, implacable, de flanco, y los soldados más al descubierto morían a lo largo del frente».
—«Un día se nos anunció el asalto para el día siguiente, pero fue aplazado. Por tanto, podíamos contar con un día de vida asegurado. Quien no haya hecho la guerra, en las condiciones en las que la hacíamos nosotros, no puede imaginar ese gozo. Incluso una sola hora, segura, en aquellas condiciones, era mucho. Poder decir, hacia el amanecer, una hora antes del asalto: «Vale, duermo media hora más, puedo dormir media hora más y después me despertaré y me fumaré un cigarrillo, me calentaré una taza de café, lo tomaré sorbo a sorbo y después me fumaré otro cigarrillo», parecía ya el grato programa para toda una vida».
—«En los días de calma que siguieron, corrió por la brigada el rumor de que por fin iban a mandarnos a descansar. Entre nosotros no se hablaba de otra cosa. El comandante de la división fue informado y respondió con una orden del día que acababa así: «Todos, oficiales y soldados, sabemos que, aparte de la victoria, el único descanso es la muerte». De descanso no se volvió a hablar».
—«Yo había estado en la guerra desde el principio. Estar en la guerra durante años significa adquirir costumbres y mentalidad de guerra. Aquella caza mayor humana no era muy diferente de la otra caza mayor. Yo no veía a un hombre. Veía solo al enemigo. Después de tantas esperas, tantas patrullas, tanto sueño perdido, lo atrapabas. La caza había salido bien. Maquinalmente, sin pensar, sin una voluntad precisa, sino así como así, solo por instinto, cogí el fusil del cabo. Este me lo cedió y yo me apoderé de él».
Emilio Lussu. Un año en el altiplano (Un anno sull’Altipiano, 1938). Barcelona: Libros del Asteroide, 2010; 245 pp.; trad. de Carlos Manzano; ISBN: 978-8492663194. [Vista del libro en amazon.es]