Una de las cosas que demuestra la historia europea del siglo XX —para quien no lo tuviera claro antes— es que los juicios estéticos son inseparables de los juicios éticos. Lo dicen, entre otros, Victor Klemperer en LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo, después de sus años bajo el nazismo, y Aleksander Wat en Mi siglo después de su experiencia con el comunismo. En el prólogo a este último libro, Adam Zagajewski resume así la postura de Wat: «Es también de importancia vital lo que Wat, fascinado en sus años mozos por la estética absurda del dadaísmo, y atraído durante un tiempo por el futurismo, dice sobre la metamorfosis que sufrió en las cárceles soviéticas al comprender que la lengua no puede ser objeto de deformaciones ni de frívolas piruetas estéticas, sino que debe ser respetada y protegida para ayudarnos a expresar la experiencia existencial en los momentos difíciles. (…) Lo que hay que hacer —le dijo a Milosz— no es descubrir el significado de cada palabra sino su dignidad. Esta afirmación es una crítica todavía actual a la frivolidad de la cultura literaria y filosófica —tan viva incluso hoy en día— que se complace en relativizar el concepto de la verdad».
Aleksander Wat. Mi siglo. Confesiones de un intelectual europeo (Moj wiek, 1977). Barcelona: El Acantilado, 2009; 1072 pp.; prefacio de trad. de J. Slawomirski y A. Rubió; presentación de Adam Zagajewski; ISBN: 978-84-92649-21-1.