Gustave Thibon tiene una especial facilidad para las frases certeras. Del libro citado ayer, Los hombres de lo eterno, he tomado nota de muchas. Algunas son éstas:
—El mismo viento que enciende una antorcha apaga una vela.
—El ideal más sagrado del hombre es a menudo un sueño de su infancia que ha florecido en la realidad.
—Lo que da valor a las cosas no es su lugar en el tiempo, sino su lugar por encima del tiempo, su altitud.
—No seamos como esos viejos de los que hablaba La Rochefoucauld «que dan buenos consejos para consolarse de no estar ya en condiciones de dar malos ejemplos».
—Goethe le confió a Eckermann: «Si hubiera comprendido mejor a mis predecesores, habría tenido cuidado de no añadirles nada».
—La ferocidad de la decepción es proporcional a la esperanza traicionada.
—«El valor de un hombre» —decía Saint-Exupéry— «se mide por el número y la calidad de sus vínculos».
—Hay «leyes que los dioses han grabado en el corazón de los hombres: transmitir, servir, compartir» (Sófocles).
—En los ámbitos en los que no tenemos referencias del pasado resulta especialmente difícil predecir el futuro.
—Es en la escuela donde los niños aprenden tanto a aparentar lo que no son como a convertirse en algo que son en profundidad.
—Es normal que quien lo tiene «todo a mano» no comprenda nada: no es casualidad que comprender sea también aprehender, esto es, asir.
—La vanidad y la baja calidad de las distracciones en las que se refugian tantos de nuestros contemporáneos nos muestran la magnitud del vacío interior provocado por la ausencia de meditación.
Gustave Thibon. Los hombres de lo eterno (Les Hommes de l’eternel; conferencias 1945-1980). Madrid: Rialp, 2024; 348 pp.; trad. de David Cerdá; ISBN: 978-8432166310. [Vista del libro en amazon.es]
