El amor a las letras y el deseo de Dios, de Jean Leclercq, un libro sobre la teología monástica medieval, me ha interesado mucho y me ha dado referencias que no conocía. El autor explica que los monjes de aquellos siglos practicaban una teología admirativa, que al meditar en los textos sagrados los movía el «amor a las letras», el amor a la literatura, un arte que usa las palabras como medio para llegar a la belleza. Para ellos era extraño el estudio de la Biblia como fuente para el estudio de la historia; en ella buscaban luces sobre problemas religiosos y no sobre problemas históricos; y, siguiendo la comparación de san Agustín, que a su vez la había tomado de Platón, veían las Escrituras como un espejo en donde se refleja una imagen con la que compararse para rectificar lo que haga falta y así acomodarse al modelo; por eso leían y escuchaban continuamente los textos y procuraban aprendérselos de memoria. Con el paso del tiempo los cristianos se acostumbraron al modo escolástico de hacer teología, que tiende a la quaestio y la disputatio, a la ciencia y al saber, y dejaron de lado el modo monástico, que tiende a la meditatio y la oratio, a la sabiduría y al gustar. En esta entrada se dicen más cosas.
Jean Leclercq. El amor a las letras y el deseo de Dios (Initiation aux auteurs monastiques du Moyen Âge. L’amour des lettres et le désir de Dieu, 1963). Salamanca: Sígueme, 2009; 352 pp.; col. El peso de los días; trad. de Antonio M. Aguado y Alejandro M. Masoliver; ISBN: 978-8430117000. [Vista del libro en amazon.es]
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