He leído Escritos autobiográficos, de Josef Pieper, un filósofo de quien el prologuista dice que es «el más profundo de los intérpretes de la vida “normal” y el más normal de los intérpretes de la vida profunda». Estoy básicamente de acuerdo con los comentarios de Ángel Ruiz en dos entradas de su blog —Empiezo con las memorias de Pieper y Acabo por derribo las memorias de Pieper—, en las que sin embargo cita varios párrafos magníficos. Añado yo algunas cosas más.
Habla de un diálogo entre intelectuales en Berlín, en 1960, para discutir «la libertad de la cultura». En un grupo de trabajo en el que está, habla de que hay una idea de la libertad que estorba la realización de la libertad; que hay bienes que solo se alcanzan si aquel a quien son dados quiere, en primer lugar, otra cosa, como la verdad o la justicia; y que la prestación de la religión es, precisamente, mantener en la conciencia esos valores tras cuya realización se da la libertad. A sus comentarios varios asistentes objetaron las crueldades cometidas, a lo largo de la historia, en nombre de la religión: a eso respondió que si nadie puede defender la Inquisición con el Nuevo Testamento en la mano, los nuevos totalitarismos no son otra cosa que la consecuencia del programa formulado, sean nacionalsocialistas o bolcheviques… E indica que el único que le apoyó en estos comentarios fue… Robert Oppenheimer.
En 1955, en Venecia, con un hijo suyo, cuando salen del hotel descubre que no tiene el pasaporte. Vuelven al hotel, lo buscan, no lo encuentran y se inquieta porque, sin pasaporte, tendrá problemas en la frontera. Piensa entonces en san Antonio y en que la gente sencilla acude a él cuando pierden algo, prometiendo alguna limosna para los pobres… Explica que no lo había hecho nunca hasta entonces, por considerar eso como por debajo de la dignidad de un padre de la Iglesia…, y de su propia condición. Pero, dice, «ahora era una emergencia» y promete dar veinte marcos para los pobres, pero se arrepiente porque se da cuenta de que es poco, y promete cincuenta… Un minuto después aparece su hijo con el pasaporte. Al leer esta anécdota recordé un comentario respecto a san Antonio que hace Nicolás Steinhardt, que reproduje en una nota titulada Esnobs de la compasión.
Y, en relación al mal sabor de boca que deja su relato sobre cuál fue su actuación durante los años nazis, explica varias cosas en un capítulo titulado «Quien esté sin culpa» a propósito de un programa de televisión que se hizo sobre la cuestión. Recuerda en una parte de sus memorias, redactadas, creo, en 1976, que cuando era psicólogo del ejército, un joven recluta fue testigo ocular del asesinato de judíos en Ucrania y se lo contó; por la tarde, en la mesa, lo contó a los demás oficiales y suboficiales y mientras uno alabó el hecho a voz en grito, los demás callaron; entonces a su compañero le dijo que esos hechos eran un crimen pero reconoce que para eso no hacía falta demasiado coraje y continúa: «pero en el ámbito público también yo callé». Al final de la guerra tuvo contacto epistolar con personas que participaron en la Rosa Blanca y sobrevivieron, y le alegró saber que los fallecidos del grupo habían leído sus libros. «Uno se entera de esas cosas y se avergüenza. Unos lo escriben, otros lo hacen».
Josef Pieper. Escritos autobiográficos (Nocht wusste es niemann. Autobiographische Aufzeichnungen von 1904-1945; Noch nicht aller Tage Abend. Autobiographische Aufzeichnungen 1945-1964; Eine Geschichte wie ein Strahl. Autobiographische Aufzeichnungen seit 1964; 1976, 1979, 1988). Madrid: Cristiandad, 2023; 611 pp.; trad. y notas de Frank F. Franck; prólogo de Rafael Alvira; ISBN: 9788470576782. [Vista del libro en amazon.es]