Semanas atrás hablé de Más brillante que mil soles, de Robert Jungk, donde se sostiene que Heisenberg hizo lo posible para dar la impresión, a las autoridades de su país, de que intentaba llevar adelante el programa nuclear alemán pero, al mismo tiempo, movió sus piezas e impidió que progresara lo suficiente para fabricar la bomba. Parece ser que Jungk, pasado el tiempo, cambió un poco de opinión en relación al papel de Heisenberg, según dice Michael Frayn en la Posdata explicativa que le puso a su obra teatral Copenhague.
Esta obra, confeccionada con mucho cuidado, plantea un diálogo entre tres personas: Niels Bohr, su mujer Margrethe, y Heisenberg. Los tres, más allá de la muerte, recuerdan lo sucedido en la conversación misteriosa que tuvieron Bohr y Heinsenberg el año 1941, de la que luego circularon distintas versiones: si Heisenberg fue a ver a Bohr porque quería sonsacarle información sobre la fisión o sobre el programa nuclear de los aliados; si fue porque quería convencerle de que en Alemania no había programa nuclear; si fue porque quería reclutarle para trabajar para ellos… Como era de esperar, la obra no resuelve nada y únicamente se centra en presentar los distintos argumentos de cada lado y en exponer los hechos conocidos: la idea del autor no es más que poner delante del espectador-lector el dilema moral de los científicos, y hacer notar también cómo, después de sucedidos los hechos, la memoria suele jugar siempre a favor de uno mismo.
En cualquier caso, es más que interesante el apunte de que Bohr siempre inspiró respeto, aunque de hecho participó en la preparación de una bomba que luego se utilizó, y que Heisenberg inspiró rechazo a muchos —que le negaron el saludo después de la guerra— por más que, de hecho, no la fabricó. En la documentada posdata de Frayn también se señalan los motivos de la posición ambigua de Heisenberg: no podía reconocer que no había querido llegar hasta el final, para no quedar en su país como culpable, ni tampoco reconocer que no lo había conseguido, para no quedar como incompetente ante sus colegas. Aunque algunos diálogos requieren estar en antecedentes, la obra se puede seguir con cierta facilidad y se ve cómo hay golpes dialécticos en ambas direcciones —de Heisenberg el rápido de mente, y de Bohr el reflexivo— o, si se quiere, en una sola dirección: la de pensar bien las consecuencias de lo que uno hace.
Un ejemplo:
H: Yo no necesito detenerme para pensar.
B: Por eso justamente es criticable parte de tu trabajo.
H: Yo siempre llegaba a dónde quería.
B: Sin importarte lo que destruyes en tu camino. Siempre y cuando las matemáticas funcionen, tú satisfecho.
H: Si las matemáticas funcionan, todo funciona.
Otro ejemplo:
B: Tú sabes por qué los aliados trabajaron en la bomba.
H: Por miedo. Igual que nosotros. ¡Y tú podías habérselo dicho!
B: ¿Pero dicho qué?
H: Que se detuvieran…
Michael Frayn. Copenhague (Copenhagen, 1998). Madrid: Centro Cultural del la Villa de Madrid, 2003; 149 pp.; versión de Charo Solanas; ISBN: 84-88406-50-9. La portada de la imagen corresponde a una edición en inglés.