FRAYN, Michael

FRAYN, MichaelAutores
 

Escritor inglés. 1933-. Nació en Londres. Periodista. Ha publicado ocho novelas hasta la fecha y es autor de numerosas obras de teatro. Traductor de CHÉJOV y otros dramaturgos rusos.


Juego de espías
Barcelona: Salamandra, 2003; 254 pp.; col. Narrativa; trad. de Iñigo García Ureta; ISBN: 84-7888-812-8.

El anciano Stephen Wheatley vuelve a las calles de Londres donde pasó su infancia durante la segunda Guerra Mundial. Recuerda entonces lo que sucedió a partir de un día en el que su mejor amigo, Keith Hayward, le dijo que su madre era una espía alemana, y entonces los dos chicos la someten a una vigilancia estricta para terminar encontrando lo que no esperaban.



El autor ha elegido una perspectiva muy apropiada: narra la historia un hombre mayor que, siguiendo un rastro de olores y sonidos y escenarios, intenta recapturar unos sentimientos y sucesos de su infancia para ponerlos ahora en un contexto más amplio. Ha extremado al máximo el control narrativo para facilitarle al lector que siga los mismos pasos que da el protagonista. Ha dibujado bien el contraste de nivel social entre las familias Wheatley y Hayward, y ha caracterizado magistralmente las personalidades del sufridor y bondadoso Stephen y las de toda la familia Hayward: el altivo y brillante Keith, su padre frío y amenazante, su madre amablemente distante y secretamente angustiada.

Quizá Frayn, en el último y revelador capítulo, da una innecesaria vuelta de tuerca: aclarar el pasado familiar del narrador es un añadido un poco forzado que, ciertamente, ilumina muchos comentarios anteriores pero cuya única finalidad parece ser dejar más cerrada una historia que se sostendría igualmente bien sin él. En cualquier caso es algo poco relevante frente, por ejemplo, a lo bien que Frayn atrapa el mundo lógico-imaginativo de los niños: ¿qué hacen los espías?, ¿se comportan de forma sospechosa, no?, pues si alguien se comporta de forma sospechosa es bastante probable que sea un espía, ¿vale? O frente al talento de buen escritor que se nota en que sus descripciones siempre resultan interesantes, y que sus comparaciones e imágenes no son nunca manidas: la sonrisa de la tía Dee «parecía un rosario alocado de dientes blancos y joviales».

Al final, el lector verá cómo se ha convertido también él en un espía, en un observador de vidas ajenas, en un evaluador de las consecuencias que tienen acciones supuestamente inocentes. Y habrá caído un poco más en la cuenta de que lo que no vemos es con frecuencia lo más importante, y no tanto por los acontecimientos externos que narra la novela, como por su exposición del mundo interior de un chico justo en los momentos en que tiene una clara conciencia de que se adentra en territorios movedizos.

Una obra teatral: Copenhague.


4 abril, 2013
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