Me parece sugerente y luminosa esta idea de Zygmunt Bauman: «El primitivo Gran Hermano, aquel sobre el que escribiera George Orwell, presidía fábricas fordistas, cuarteles militares y una infinidad de otros panópticos grandes y pequeños, del tipo de los de Bentham y Foucault. Su único deseo estribaba en no dejar salir a nuestros antepasados y en devolver al rebaño la oveja descarriada. El Gran Hermano de los reality shows televisivos se preocupa exclusivamente de dejar fuera —y, una vez fuera, fuera para siempre— a los hombres y a las mujeres sobrantes: los no aptos o menos aptos, los menos inteligentes o los menos entusiastas, los menos dotados y los menos ingeniosos.
Al viejo Gran Hermano le preocupaba la inclusión, la integración, disciplinar a todas las personas y mantenerlas ahí. La preocupación del nuevo Gran Hermano es la exclusión: detectar a las personas que “no encajan” en el lugar en el que están, desterrarlas de ese lugar y deportarlas “al sitio al que pertenecen” o, mejor aún, no permitir que se acerquen lo más mínimo». El nuevo Gran Hermano es «el santo patrón de todos los gorilas, tanto al servicio de un club nocturno como de un Ministerio del Interior»; el viejo Gran Hermano es «el santo patrón de los carceleros».
Zygmunt Bauman. Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias (Wasted Lives, 2004). Barcelona: Paidós, 2005; 171 pp.; col. Estado y Sociedad; trad. de Pablo Hermida Lozano; ISBN: 84-493-1671-5.